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El coronavirus nos deja con el esqueleto al aire  

Playas vacías. Esta es en Fuerteventura. EFE. Carlos De Saá

Rosa María Artal

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La COVID-19 nos ha embestido con las defensas bajas como país, un mal endémico de España. Han sido décadas, siglos tal vez, de pensar más en lemas y emblemas que en contenidos, más en el “Viva España” de corte populista que en el “Viva el progreso”. Y cuando apenas arrancaba un proyecto de cambios innovadores, nos detiene –esperemos que transitoriamente- un golpe fatal que se lleva vidas, trabajos, y muchos de los avances conseguidos. Por primera vez, la Transición Ecológica contaba hasta con una vicepresidencia en el Gobierno. Lo primero es achicar el agua, atajar en cuanto sea posible los daños sufridos. Si nos dejan.

Porque el coronavirus nos ha alcanzado al tiempo que sufríamos un brote virulento de esa vieja afección social que es la derecha española cuando se lanza a sacar provecho de cualquier zanja abierta, una pandemia atroz incluida. Inmisericordemente irreciclable por su persistente impunidad. La historia atestigua la labor de freno que han representado tradicionalmente esos poderes conservadores. Desde la Edad Media incluso, poniendo siempre por delante coronas, reliquias, inciensos y sacristía al impulso de la sociedad. Los imperios conquistados y perdidos, los tesoros volatilizados, mientras se daba al pueblo hambre e ignorancia. Acallando, de continuo, las voces innovadoras, pioneras en la búsqueda de desarrollo y libertades. Hasta allí y más allá habría que ir para entendernos. Recordemos aquella frase hecha que dice que en España los gobiernos progresistas se cuentan por poco más que bienios y los conservadores, por décadas ominosas y aún centurias.

Y, sin embargo, siempre hay alguien que intenta sacar a España de esa trayectoria, preso de una especie de amor por lo que uno es y no le permiten terminar de ser. Tenemos desde Joaquín Costa y los Regeneracionistas a cuantos lo intentaron antes y después. Antonio Machado lo resumió como nadie con su teoría de las Dos Españas. Porque suele aparecer también con angustiosa frecuencia quienes ansían cortar las alas a todo inicio de vuelto alto y a cualquier precio. Y en ello parece que andamos ahora a tenor de la brutal oposición que se desparrama en medios como avanzadilla y en el propio Congreso de los Diputados. Gente muy curtida se quedó horrorizada al oír las aberraciones que allí se dijeron en la sesión de control al Gobierno. Todas las técnicas goebbelianas funcionan así. Ofende la dignidad humana lo que estamos viendo en un momento tan grave. Mucha gente decente está sobrecogida tanto o más por ese virus maldito que por el coronavirus. Es muy preocupante que cabezas tan abotargadas, tan trastabilladas como se muestran, hayan llegado al Parlamento para ser la viva representación de varios millones de españoles.

Las previsiones del FMI para la España azotada como todo el mundo por la pandemia del coronavirus, son particularmente negativas. Es cierto que el Fondo Monetario Internacional tiene a gala equivocarse en sus pronósticos, pero los análisis nos sitúan ante una trágica realidad: España tiene en el turismo y en los servicios su principal fuente económica. Y justo es lo que más queda dañado con un virus tan contagioso. Mil, doscientas mil veces, se ha dicho que no se podía cifrar todo en el turismo. Pero a la mentalidad conservadora en los gobiernos le resultaba más cómodo. Permítanme que les recuerde, como anécdota, que la máxima aspiración del Ayuntamiento de Madrid, hoy tan loado, era construir la Noria gigante más grande de Europa, empeño personal de la vicealcaldesa Villacís hace poco más de un mes. Por cierto, el 4 de marzo, cuatro días antes del tan refregado 8 de marzo.

La realidad nos sitúa ante un país con carencias estructurales serias. El tejido industrial de España fue escaso desde el principio, a diferencia de Alemania, por ejemplo. Y aún quedó más mermado por la reconversión industrial de los 80 y 90. Nuestra economía sigue siendo de base más vulnerable que otras. Tenemos dependencia energética, además. Añadan las privatizaciones o la corrupción. Más adelante las eufemísticamente llamadas “deslocalizaciones”: llevar el empleo a los países donde sus trabajadores cobran menos. Y eso que los sueldos españoles fueron constantemente “los más bajos de la Europa (de los 15) con Grecia y Portugal”. La inversión social en España –lo que ellos llaman gasto- también estuvo siempre por debajo de la media europea. Las prioridades de las élites españolas estaban y están muy claras.

El turismo nos dio la vida, menos mal. El turismo y los servicios acaparan las principales aportaciones al PIB español. Y la construcción, en segundo lugar, para albergarlo y hacernos sentir propietarios, aunque durante todos los años de ingresar la cuota fueran los bancos, los auténticos dueños ¿van recordando? Porque España, con el amparo de sus gobiernos, decidió apostar por la vivienda como objeto de especulación en lugar de como bien social (al contrario de otros países como los nórdicos o Alemania). Y eso se paga. En dinero, también. Nueve millones de hogares se financiaron con hipotecas desde aquel fatídico 1998 -cuando el decreto de Aznar y Rato abrió la veda de la burbuja inmobiliaria- hasta 2007 -cuando explotó-. Hay veces que los errores vitales se arrastran y punto, pero ante una pandemia que lo ataca todo, nos quedamos en el esqueleto. Y no se pueden ocultar.

Y para colmo, la crisis de 2008, la de la tijera implacable porque nos dijeron ¿recuerdan? que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades. Nuestras posibilidades de mantenerlos a cuerpo de rey. Van recordando, ¿verdad? Llegan los recortes. Los inició Rodríguez Zapatero en aquel furibundo ataque de la austeridad impartida por la Troika. Rajoy se dio un festín con ellos. Los implementó nada más llegar al Gobierno. De las ciencia e investigación a la dependencia. El gran tijeretazo de 10.000 millones en Sanidad y Educación, anunciado mediante una nota de prensa sin más, no vino solo. Ambos departamentos acababan de sufrir mermas en los primeros PGE. En los de 2013, fue Sanidad el que registró mayor rebaja: un 22,6 % más. Y así siguieron porque en 2017, el gobierno de Rajoy consiguió el mínimo histórico de inversión en Sanidad: un 5,8%, la primera vez que bajó del 6%. Zapatero en 2011 lo había dejado en el 6,47%. Las CCAA hicieron su propia labor, la CAM en particular. ¿Sabían que la sanidad es la tercera gran fuente de ingresos del PIB español? Contando la pública y la privada.

Todo esto ha pesado enormemente en los destrozos causados por el coronavirus. Una de las principales causas de muerte ha sido la escasez de recursos. También para, ante la saturación por la avalancha, poder atender otras dolencias graves desplazadas por la pandemia. A modo de ejemplo, Madrid se quedó con 500 camas de UCI para 6 millones de personas.

Es curioso que desde Luis de Guindos, hoy vicepresidente del Banco Central Europeo (BCE), a destacados banqueros de la Reserva Federal de los EEUU, pidan una Renta Mínima de supervivencia o “mantener a todos, hogares y empresas, enteros con el apoyo del gobierno”, y que la Renta Vital -la que llaman #paguita- que va a aprobarse aquí reciba críticas tan mezquinas. La ley del embudo es otra peculiaridad de ese sector.

No deja de ser sino un somero esquema. Además, hemos ido recuperándonos, prosperando incluso, por el impulso de mentes bastante más abiertas –hasta de los que tuvieron que irse fuera “por la crisis”-. Nunca del todo, ni mucho menos todos. El bache social se ahondó, los ricos se hicieron más ricos y los pobres, más pobres. Ahora pasaría igual de mandar la derecha. Pero los tiempos cambian y hoy muchos ciudadanos viven y quieren vivir en el siglo XXI. Entendiendo qué nos pasaba y qué queríamos. Por encima de una propaganda infernal llegada por todos los altavoces de esa derecha que lastró a la España que tanto dicen querer y defender. Por eso se eligió una mayoría de progreso en las urnas, por cinco convocatorias consecutivas, que no ha dejado de recibir ataques.

Y llega el coronavirus y nos da de lleno con todos esos huecos en la despensa, con los cimientos resentidos a causa de cuantos chupan de ellos sin pensar en el resto. ¿Cómo creen que con esos antecedentes, lo bien que les ha ido y su falta de escrúpulos, se lo van a perder? Lo peor es ese despliegue de insidias sin pensar ni en los enfermos ¿les han oído lo que piden y preguntan en el Congreso la derecha y la ultraderecha? Produce tal sonrojo que lo hace irrepetible.

En estos días terribles de lluvia y llanto, de encierro, de futuros nublados, de alegrías también nacidas de luchas y esfuerzos de quienes empiezan a levantar cabeza, debemos tomar decisiones trascendentales. No permitan que el virus de esta derecha les perturbe más de lo que ya estamos. Coloquen las soflamas en el contenedor marrón de las soflamas y piensen en cuestiones esenciales. ¿Vamos a dejar, como tanto buscan y presionan, que gestionen nuestro dolor, nuestro presente y futuro como suelen y ya es la marca de la casa? Ojalá contáramos con una derecha española homologable, pero no la tenemos. De momento, vamos a ver si levantan el pie de los cuellos, doblemente angustiados por la virulenta explosión de mentiras y odio, lanzada sobre los ciudadanos. Prueben a zafarse por cualquier método.

Lo tenemos crudo pero si hay algo diáfano y rotundo es que el camino a seguir es el radicalmente opuesto. No más remiendos. La reconstrucción ha de implicar cambios fundamentales que nos doten de raíces sólidas de progreso. No se puede volver a lo mismo.

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