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El día en el que la vida humana dejó de importar

Trabajadores mueven un ataúd con el cuerpo de una víctima del coronavirus mientras otros féretros esperan almacenados para ser enterrados o incinerados en la morgue de Collserola en Barcelona, 2 de abril 2020.

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En apenas tres años hemos vivido dos grandes convulsiones, dañinas en sí mismas, que nos han embarcado en un acordeón emocional. Del golpe de la pandemia al profundo brote belicista y de la clara involución democrática. La música no suena al ritmo de la gente que, desconcertada, anda presionando las teclas más chirriantes.  En apenas tres años nos ha ocurrido de todo y el ruido turba la razón para encontrar el camino.

Ha habido un cambio de paradigma trascendental. El coronavirus, propagado por todo el mundo con un balance sobrecogedor de víctimas en número y extensión, supuso otra enmienda a la totalidad al capitalismo desbocado, al sistema que despreció cuanto era valioso y hasta indispensable para el bien común, en aras del lucro de unos pocos. Pero, sorprendentemente, no se aprendió la lección. Al desatar la primera cuarentena global, la primera paralización casi total de la Historia, políticos sin escrúpulos lanzaron la idea de que era asumible un cierto número de muertos para mantener “el sistema de vida que teníamos”. La misma frase que usan para apuntarnos a la guerra que no se quiso evitar. Ahora la píldora que tragar son las consecuencias de la confrontación que se sufren en el vivir cotidiano.

Lo que ha cambiado trágicamente es el valor de la vida humana. Antes escaso en muchos países, ahora casi generalizado aunque no en todos por igual. Si dejar morir sin siquiera asistencia médica a miles de ancianos enfermos y secuestrados en las residencias –como hizo fríamente la Comunidad de Madrid de forma más drástica y cruel que la mayoría- no pasaba factura y se premiaba en las urnas ¿para qué buscarse complicaciones? Si lo que importa es detentar el poder y se encuentran cómplices ¿para qué desgastarse? Aun así, gobernantes honestos lo siguieron haciendo.

La aceptación de la guerra, por su parte, ha traído consigo un derrumbe de derechos y libertades que parecían intocables. Como detallaba el periodista Pascual Serrano en su libro “Prohibido dudar”, se han desmantelado desde las relaciones comerciales hasta las culturales y políticas, la seguridad jurídica, el discurso ecologista, las vindicaciones democráticas, la bandera de los derechos humanos o la prioridad de inversión en servicios públicos básicos.

Y así, este septiembre de 2022, nos encuentra con una suma de acontecimientos inquietantes marcando una deriva atronadora que estalla de forma impredecible. Una simple enumeración nos lleva a esa Italia que el día 25 se dispone a votar un gobierno presidido por la fascista radical Giorgia Meloni junto al ya conocido Matteo Salvini y el partido del eterno Berlusconi. Las posibilidades de un milagro son prácticamente nulas. Muchos errores previos han conducido a este escenario. Y es seguro que este triunfo de la ultraderecha en Italia será aprovechado en el resto de Europa.

 El que Chile haya rechazado la nueva Constitución y haya que seguir -hasta elaborar un nuevo texto- con la del dictador ultraliberal Pinochet de 1980 es otro fuerte indicio, pero no lo mismo.  Es mucho más complejo. Precisa un análisis profundo como hace Marco Schwartz. Anotemos siquiera que estuvo a punto de ganar la presidencia el ultraderechista Kast, descendiente directamente de nazis alemanes. El odio anti indígena es otro factor de peso. Los chilenos votaron masivamente que querían una nueva Constitución, pero parece que no ésta. Choca en algunos puntos con posiciones de derecha y centroderecha que apoyaron a Boric.

Vayamos al Reino Unido, en una debacle económica sin precedentes a la que ellos añaden la fallida aplicación del Brexit. Los afiliados al partido conservador han elegido a Liz Truss como nueva primera ministra británica. Sus defensores elogian de ella “su capacidad de adaptación”, es decir que cambia de opinión como de chaqueta. Ahora, la encontramos con ganas de emular a Margaret Thatcher –el inicio de la destrucción del Estado del bienestar inglés-, dispuesta a bajar impuestos cuando tiene a la ciudadanía ahogada de problemas y se le tambalean todos los pilares que hay que sufragar. Y aun así el conjunto del electorado sigue apoyando a los tories. La hasta ahora ministra de Exteriores es un tanto peculiar.

Trump, en Estados Unidos, va a por todas. Con evidencias intensas de su participación en el asalto al Capitolio. Le han encontrado en su domicilio documentos sensibles que se llevó de la Casa Blanca. Anuncia volver para cambiar el sistema… a un autoritarismo desconocido hasta ahora en ese país que alardea de democracia. Sus nombramientos en la Corte Suprema están ya volviendo del revés los cimientos del Estado de derecho. Y el Partido Republicano le apoya, al punto de orillar a los miembros críticos con Trump.

Biden y sus muchachos, por su parte, andan provocando a China. Habrían autorizado la venta de armas por 1.100 millones de dólares a Taiwán, incluidos 60 misiles antibuque y 100 misiles aire-aire. Pekín exige que Washington renuncie a la operación. Exige. Y recordarán que la OTAN en Madrid acordó arrastrar a Europa a esa pugna.

Hay más, claro, siempre. La guerras, el hambre y la codicia en países que no cuentan en el concierto internacional salvo para exprimirlos. Los polvorines permanentes de Oriente Medio y Próximo.

Y España. Se preguntan algunos cómo es posible que el presidente Sánchez goce de prestigio en Europa mientras aquí todo son críticas, las medidas del Gobierno a favor de los ciudadanos no son tenidas en cuenta y las encuestas le auguran una derrota electoral.

Pues es que en España la escalada de manipulación mediática alcanza cotas escandalosas que ni se molestan ya en disimular. Incluida RTVE. Ninguna televisión estatal se libra en mayor o menor medida de esa tendencia. Tenemos al poder judicial secuestrado por casi cuatro años, el equivalente a una legislatura, en una flagrante anomalía democrática. Las encuestas viven el genuino “modelo Albert Rivera” que condujo al desprestigio de la demoscopia, pero resulta eficaz a sus promotores al crear tendencias de voto. Se precisan acciones del Gobierno en esos campos esenciales pero no se ven por ningún lado.

Y ahí vemos a Alberto Núñez Feijóo aupado por los medios hacia la Moncloa. El político gallego de las mayorías absolutas era una incógnita para el gran público del resto de España. Aunque los indicios lo situaban en barcos de fariñas. Su tono de voz sin estridencias le colocó el apelativo de “moderado”. Ahora nos deja boquiabiertos a diario. Con tal de “echar”, como dicen, al acosado gobierno de coalición más o menos progresista les sirve.

Engaña a los ancianos para aprovecharse de ellos, cuando fue el PP el que cambió el baremo de revalorización de las pensiones para rebajarlas. Dice que su asesor ha sido siempre el Apóstol Santiago mientras lee sus soflamas como Ayuso, sonroja como Báñez, hace –mal- el papel de falso despistado de Rajoy y suelta las mismas sandeces que Casado, que al menos denunció corrupción en su partido, lo que le costó su expulsión sumarísima. Rescata a condenados por corrupción de la vieja escuela, y se apoya y come con el insigne Almeida y con Florentino Pérez. ¿En serio creen que es el mejor candidato conservador para España?

En el debate del Senado este martes, y frente a los datos y proyectos aportados por Pedro Sánchez, Feijóo ha echado mano de las manipulaciones y la demagogia como si España fuera el único país afectado por las crisis globales de la actualidad. Le ha faltado el tiempo para criticar lo que ha llamado “la docilidad con sus socios de gobierno”, en la línea tradicional del PP de otorgar patentes de partidos buenos a los que coinciden con su ideología. También cree que Sánchez insulta a los periodistas, a esos que mienten como él y que le sirven en contra de la verdad. El presidente del PP, el partido que se niega a renovar el Poder Judicial porque tiene mayoría conservadora, se ha erigido asimismo en defensor de los jueces. No le parece justo que Sánchez sugiera que se dejan presionar, dice. La pena es que las palabras de Sánchez serán con seguridad mutiladas y tergiversadas en buena parte de los medios y saldrá la foto fija y falsa de lo que quieran que salga. Tenemos en esto un grave contratiempo.

Tal vez todo empezó el día en el que se dejó morir a miles de personas porque el dinero de todos no era suficiente, sobre todo si tiene otros fines predilectos. Y a los ciudadanos no les importó, lo asumieron sin problemas. Lo aplaudieron. Pidieron más de eso, más de restar derechos. Más bombas y menos sanidad pública. Más de Meloni, Truss y Feijóo, cada uno en su estilo. Más engaños, más delincuencia mediática. Más crujidos cuando el acordeón se comprime y asfixia. A la espera de aire para expandirlo que no entra solo, hay que moverlo. Las melodías acompasadas y armónicas están algo más lejos pero, si se quiere, se las pueden hacer sonar.

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