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El fujimorismo pretende sembrar el fantasma del fraude electoral en el Perú

EFE/Stringer/Archivo

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En los últimos días toda la maquinaria mediática y de los poderes fácticos en el Perú se ha puesto al servicio de la remontada que necesita Keiko Fujimori, la hija del dictador, para ganar las elecciones presidenciales al candidato de la izquierda, el profesor rural y rondero Pedro Castillo, que desde la primera vuelta viene liderando las encuestas de intención de voto, sobre todo fuera de Lima, en las regiones y zonas más empobrecidas del país.

El último intento de Fujimori de adelantar a su contrincante es crear espuriamente un escenario de fraude electoral al puro estilo Trump, o sea previo a las elecciones, aunque en esto de las técnicas para perpetuarse los fujimoristas le lleven años de ventaja a Donald. Los recientes ataques al Presidente del Jurado Nacional de Elecciones, Jorge Salas Arenas, a quien tratan de “rojo y defensor de terroristas”, son parte de esta maniobra. Desde hace unos días hay cientos de personas tragándose estas mentiras o bots pidiendo su expulsión desde las redes sociales. Los fujimoristas lo quieren fuera porque Salas Arenas fue clave en la anulación del indulto a Fujimori y fue también quien confirmó el impedimento de salida del denunciado juez César Hinoztroza, vinculado a los delitos que le imputan a Keiko. Quieren asegurarse de que, en caso de que la voluntad popular no le alcance, Keiko pueda impugnar los comicios. Y podría lograrlo. 

Hoy se vive en el Perú un ambiente convulso de desinformación, fake news, guerra sucia, terruqueo y cooptación de la línea editorial de los principales medios concentrados como en las peores épocas del fujimorismo. No podemos olvidar que Alberto Fujimori estuvo envuelto en el “caso de los diarios chicha”, es decir, usó sistemáticamente a la prensa en los 90 para desacreditar opositores y para favorecerse, en especial en las elecciones del 2000, por las que buscaba quedarse ilegítimamente en el poder. Keiko aprendió de él.

Hoy la historia se repite. No sólo la programación íntegra de una cadena, Willax –la cloaca informativa peruana por excelencia del siglo XXI, su prensa chicha– está dedicada 24/7 a hundir a Castillo. El control que sufren actualmente los medios por parte del fujimorismo ha quedado aún más patente con el despido de la directora de informativos de la cadena América Televisión-Canal N, Clara Elvira Ospina. Como han detallado en esa gravísima denuncia miembros del directorio de ese canal, como el director del diario La República, Ospina le había comunicado en una reunión a Fujimori que no sometería su línea editorial a ningún candidato. Al día siguiente fue despedida de manera fulminante de su cargo y reemplazada por alguien dispuesto a hacerlo. No ha hecho falta que Keiko esté en el poder para que vivamos los tiempos oscuros de los medios porque los estamos viviendo ya.

A diferencia de anteriores postulaciones fallidas, en las que trató de diferenciarse de su padre, la estrategia de Keiko –primera dama de sus gobiernos y activa protagonista de la política de esos años– ha consistido desde el principio de esta contienda en reclamarse oportunistamente como la nueva Fujimori, la única capaz de hacerse cargo del dramático momento de la pandemia que vive el país, ofreciendo sin pudor la misma mano dura de su padre, proyectando un gobierno autoritario para el que ha convocado figuras emblemáticas de la dictadura como el exprimer ministro Francisco Tudela. Es de suponerse que Alberto Fujimori y parte de su cúpula aún mandan ahí. Keiko no solo ha anunciado que lo indultará; todo indica que el fujimorismo se prepara para tumbarse las sentencias previas de Cantuta y Barrios altos, crímenes de lesa humanidad por los que también está pagando Fujimori. Por si fuera poco, su hija acaba de negar que las miles de esterilizaciones forzadas a mujeres indígenas fueran una política de Estado de violación de derechos humanos, calificando a este crimen de mero “método de planificación familiar”. Keiko también aprendió de su padre su profundo desprecio por la vida.

Documental de Alonso Gamarra sobre la dictadura de los años 90 y el papel de Keiko Fujimori.

Y esta vez, abandonen toda esperanza porque no vamos a encontrar a las figuras de autoridad moral antifujimorista y democrática con gran altavoz internacional de otros años que denuncien estas atrocidades, aunque eso siempre se tradujera en colocar en el poder a lobbistas neoliberales y corruptos. Ante el cacareado peligro del comunismo, Vargas Llosa, por ejemplo, ha optado por dar su entregado apoyo a Keiko, pedir que votemos a una persona para la que el fiscal pide 30 años de cárcel por lavado de activos y calificar de “mal menor” a la heredera natural, dinástica, del régimen más peligroso y corrupto de nuestra historia, que organizó el Estado, un narcoestado, para delinquir y perpetuarse en el poder. Keiko quiere vender (como Ayuso en Madrid), la falsa dicotomía entre comunismo y libertad, cuando sus credos son probadamente el totalitarismo, el fraude y la corrupción.

Quienes creen que Keiko ha cambiado o podría cambiar en base a compromisos y hojas de ruta o son muy cínicos o tienen muy mala memoria en un país cuyo principal problema es olvidar cómo llegamos hasta aquí y volver a colocarnos en disyuntivas como éstas. Keiko miente descaradamente porque la mentira es otro estandarte del fujimorismo. Ni siquiera tenemos que hablar del pasado para saber que ella es hoy el mal mayor, es el mal a secas: La crisis política actual se la debemos principalmente al fujimorismo que, en el anterior Congreso, teniendo una mayoría bajo las órdenes de Keiko, se dedicó a bloquear la gobernabilidad, obstruir la justicia, blindar a sus socios de los poderes económicos y la corrupción, cuando no estaban implantando políticas para reducir aún más derechos laborales y negar el avance en leyes para las mujeres (aliándose a las organizaciones ultrarreligiosas), las poblaciones indígenas y los trabajadores. 

A la gran parte del empresariado coludido con el fujimorismo desde la época de la dictadura la sola idea de que se empiece a hablar de justicia social les hace temblar. Le asustan los movimientos sociales en Colombia impugnando las políticas económicas y represivas de Duque; le asusta que la derecha haya perdido en la constituyente en Chile. Y le asusta Pedro Castillo y la masa de gente harta de tanto abuso que le vota. Nunca, tras el fiasco de Ollanta Humala, la izquierda ha estado más cerca de gobernar el Perú. Las élites están desesperadas y la comunidad internacional debe saber que el fujimorismo no va a quedarse de brazos cruzados. No es su estilo. Si Keiko gana va a intentar imponer un nuevo relato de estos años, borrar la memoria de la dictadura y perseguir a quienes llevan años luchando contra sus crímenes. No podemos permitirlo.

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