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The Firm

La reina Isabel II su esposo, Felipe de Edimburgo, junto a Juan Carlos de Borbón y la reina Sofía, al término de una visita de Estado en España, en 1998.

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Viendo y oyendo muchas de las cosas que se nos cuentan y se nos dicen mientras los medios españoles transmiten desde Londres como si aún fuera el centro del imperio, cuesta distinguir si están llorando la muerte de la reina Isabel II o al personaje de la serie The Crown, especialmente las temporadas protagonizadas por la maravillosa Claire Foy. Al presenciar eventos como la declaración de tres días de luto oficial en la Comunidad de Madrid, no queda más remedio que concluir que Díaz Ayuso se siente inmersa en el rodaje como protagonista del capítulo de la serie que todos estábamos esperando.

Cuando quien les escribe llegó a Londres para estudiar en 1993, la televisión y los medios británicos transmitían un debate abierto en canal y a diario sobre la corona y los Windsor: su sentido, su utilidad, su coste, sus manías, sus gustos… todo era cuestionable y cuestionado. No se lo creerán, pero el ejemplo a seguir para la mayoría de la opinión publicada lo encarnaba Juan Carlos I; por su empatía, por su cercanía y por su habilidad para mantener el equilibrio ante las más complejas circunstancias políticas.

Hoy resulta exactamente al revés. Aquella entonces rígida, fría, avariciosa y conservadora Isabel II luce como el espejo donde deben mirarse todas las monarquías que quieran preservarse a sí mismas ante riesgos como el innombrable de Abu Dabi. Si no lo hay, parece haber un obvio intento de aprovechar los sucesos reales en Gran Bretaña para relanzar la imagen de la monarquía española, convirtiendo a Felipe VI en ese hijo ideal que la difunta reina ideal habría deseado.

Puede que la idea no sea tan buena como parece. A los Windsor les funcionó porque tenían un plan y lo ejecutaron sin vacilaciones, porque adelantaron los cambios mínimos antes de que el reino les exigieran los máximos inasumibles y porque Isabel II acreditó ser la persona ideal para encarnar el proceso. En el Reino Unido a los Windsor les llamaban “The Firm” -La empresa- y eso hicieron: comportarse como una firma de la City.

Puede que ninguna de esas tres condiciones se dé en el caso de los Borbones españoles. Si tienen un plan, hacen todo lo posible para que no lo parezca o lo cambian cada media hora, solo ejecutan los cambios mínimos insuficientes en transparencia, régimen legal o responsabilidad cuando les arrastra la realidad y Felipe VI no parece tener las cualidades que hoy tanto se ensalzan en la difunta y que, por ejemplo, tornan aún más evidente y garrafal el enorme error cometido por la Casa Real en aquel discurso del 3 de octubre de 2017 sobre la situación en Catalunya.

La Casa Real española es todo menos una empresa de la City. Muchos de quienes hoy alaban los silencios y la neutralidad de la reina Isabel aplaudieron aquel discurso de octubre o tratan de apropiarse de la institución desde la extrema derecha para lanzarla contra la izquierda con la pasividad de la Casa Real. Ahí reside el mayor acierto de los Windsor y el mayor problema para los Borbones: saber mantener a distancia a los monárquicos. 

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