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Un sistema sanitario al límite en la segunda ola de COVID-19 no puede dar seguimiento a los enfermos con secuelas de la primera

Un paciente en un hospital de Castilla-La Mancha

Marina Estévez Torreblanca

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Julián Sotoca, de 55 años, pasó esta primavera 40 días en la UCI debido a la COVID-19, la mitad en coma inducido: “Estuve muy crítico, dos veces al borde del fallo multiorgánico. Avisaron a mi familia de que podían tener una muy mala noticia en poco tiempo”. Afortunadamente, acaba de recibir el alta médica (seguía de baja, aunque salió del hospital el 14 de mayo) y va a reincorporarse a su puesto de trabajo. Llegó a perder 17 kilos y toda la movilidad, pero la ha recuperado tras una rehabilitación en la que en buena medida le ha ayudado su hijo, monitor de educación física. Asegura que no sufre grandes secuelas más allá de una úlcera por presión tras 25 días prácticamente sin cambiar de posición y un tono algo más bajo del normal: “No estoy al 100%, pero estoy al 90%”, asegura. Tenía una cita de seguimiento para comprobar su estado en el Hospital Severo Ochoa a principios de septiembre, pero la última semana de agosto le llamaron para cancelar las pruebas que tenía previstas (placa torácica, espirometría y analítica) y la consulta. “Me dijeron que con los rebrotes están faltando medios y que solo pueden atender urgencias, que ya me avisarán por teléfono o por carta para una nueva cita”, relata.

En ese hospital de Leganés (Madrid), las consultas de Medicina Interna para posthospitalizaciones han pasado de diez al día a veinte a la semana desde principios de septiembre. “Es algo precipitado porque todavía había bastantes pacientes que revisar y ahora vendrán nuevos, pero es cierto que la cantidad de pacientes hospitalizados no nos permite prestar tanta atención a las consultas. Los que podemos los estamos derivando a especialistas”, explica una de las médicas de ese departamento.

Hay 9.752 hospitalizados por COVID en España a fecha de 14 de septiembre, 3.095 en Madrid (esto es, una de cada cinco camas). A los problemas de carencia de medios médicos en la mayoría de las comunidades autónomas (como denuncian con insistencia los profesionales de Atención Primaria, cargados ahora con las tareas de rastreo), se suma lo que según algunos expertos es una segunda oleada de coronavirus, o al menos un importante repunte. Hubo 54.995 diagnosticados en siete días con fecha de este pasado lunes, frente a los 1.737 en el mismo periodo de hace tres meses.

Y las complicaciones y secuelas de la enfermedad de la COVID que sufren algunos pacientes se están juntando con estos casos crecientes. La inmensa mayoría de quien pasa esta infección por coronavirus la supera sin secuelas, pero según distintos estudios, hay entre un 5 y un 10% de los afectados que padecen efectos secundarios a la propia enfermedad, sobre todo los que han sufrido una COVID-19 grave. En total, en España hay ya más de 600.000 casos confirmados desde que se desató la pandemia en marzo, según el Ministerio de Sanidad, lo que arrojaría un total de entre 30.000 y 60.000 pacientes aquejados con secuelas más o menos incapacitantes. Entre otras, se han descrito anosmia (pérdida de olfato), fibrosis pulmonar, trombosis, lesiones cardiacas y debilidad muscular. “Son unas neumonías que tardan mucho en resolverse, en algunas personas hasta tres meses, y en sus radiografías se siguen viendo imágenes de afectación pulmonar”, recalca la especialista de Medicina Interna consultada.

También resalta como secuelas de esta enfermedad los trastornos del ánimo, “quizá no relacionados con enfermedad en sí, pero sí con los miedos y angustias que conlleva y que provocan ansiedad, depresión e insomnio. Muchos pacientes nos demandan atención psicológica y psiquiátrica”, subraya.

Secuelas neurológicas

“El problema probablemente más complejo es el atribuir hasta qué punto los síntomas son consecuencia del propio virus y no consecuencia de estar teniendo una enfermedad grave. Porque todo paciente que tiene una enfermedad muy grave siempre está más predispuesto a tener cuadros confusionales, a tener debilidad por haber estado en cama durante muchos días, a estar un poco desorientado, etcétera”, recalca por su parte el neurólogo del hospital Clínico Universitario de Valladolid David García Azorín, vocal del área internacional de la Sociedad Española de Neurología (SEN).

Según el registro de enfermedades neurológicas relativas a la COVID que los neurólogos españoles han ido enviado a la SEN estos meses ha habido 77 manifestaciones distintas de la enfermedad, muchas veces combinaciones de dolencias. Algunos síntomas relacionados con la respuesta inmunitaria, como el dolor de cabeza, la pérdida de olfato, el dolor muscular, aparecen con mayor frecuencia en personas con un sistema inmune fuerte, con mayor capacidad de respuesta, es decir, sobre todo la gente joven. Otros síntomas como encefalopatía, ictus o crisis epiléptica (mucho menos frecuentes) ocurren más en pacientes de edad más avanzada.

En todo caso, según García Azorín “desde un punto de vista neurológico, en principio a muy largo plazo es poco probable que ocurra nada”, a pesar de que más de la mitad de los afectados de COVID tienen síntomas neurológicos durante la enfermedad. Al mes de haber pasado el virus, la SEN calcula que entre un 10 y un 20% de los pacientes puede persistir con estos problemas, pero después el porcentaje va bajando: “Una vez que ha habido resolución de los síntomas, por lo general el paciente puede estar razonablemente tranquilo, porque sería inesperado y atípico que volviera a tenerlos”, zanja.

El neurólogo recalca que en su hospital también se están anulando o reprogramando consultas debido a situaciones como bajas de compañeros o redistribución de personal debido al aumento de casos de COVID y que las agendas se están planificando mes a mes, lo que comporta una cierta dificultad para el seguimiento de los casos.

Los colectivos de COVID persistente

Entre quienes sí sufren secuelas, hay pacientes que las padecen meses después de haber pasado la COVID. En España han decidido agruparse territorialmente (en Catalunya fueron los primeros, y después lo hicieron en Madrid, Comunidad Valenciana, País Vasco y Andalucía) bajo el nombre “Afectados por COVID- 19 persistente”. Hay unos 1.500 apuntados en los distintos colectivos. “Tras tener una primera reunión juntos, nos dimos cuenta de que teníamos un denominador común: todos habíamos empezado a referir síntomas de COVID-19 desde finales de febrero y principios de marzo, los cuales, lejos de haber desaparecido en dos semanas, se seguían manifestando de manera constante o cíclica limitándonos enormemente”, afirman. En ciertos casos, no pudieron hacerse una prueba PCR en el momento de la enfermedad (había muy poca disponibilidad los primeros meses) y ahora las serológicas no detectan presencia de anticuerpos. Sin embargo, llegaron a padecer síntomas de la enfermedad que se han cronificado o complicado con otros nuevos meses después.

Es el caso de Beatriz, de 40 años. “En mi caso, mi enfermedad empezó con una tos irritativa que perduró 10 días hasta que la noche del 15 de marzo comencé con décimas de fiebre y ardor en el pecho. Esa noche llamé al teléfono de información de coronavirus y tras varias llamadas por fin una operadora me indicó que si no me ahogaba esperara al día siguiente para hablar con mi centro de salud”. Allí le recetaron paracetamol y aislamiento. “Ese fue el comienzo de mi infierno, una consecución interminable de síntomas que se prolongaban o se iban y regresaban cíclicamente: tos, diarrea, náuseas, cansancio, dolor de garganta, ardor en el pecho, erupciones en la piel, febrícula persistente”, secuelas que en varios casos siguen todavía, a pesar de lo cual se reincorporó en agosto a trabajar.

Es parecido a lo que relata la veterinaria vasca Sonia Bilbao, de 43 años. “Además de sanitaria soy alpinista, estaba acostumbrada al dolor y al esfuerzo. Pero ahora tengo una sensación de cansancio desde que me levanto. Lo poco que hago me pasa factura”. Desde el pasado marzo ha pasado por febrícula, flemas, ahogo, diarreas, cefaleas... Un tercer ejemplo de este COVID persistente es el que describe Ángeles, de 30 años, enfermera en Valencia. Explica cómo a finales de marzo estuvo con un paciente positivo sin los EPIS necesarios. “Me avisaron de que me vigilara y a los cuatro días empecé con febrícula, dolor de garganta, cansancio y malestar. Me hicieron en total tres PCR y dos serologías y todo salió negativo”. En la actualidad, padece febrícula (37,5–37,6) varias veces al día y un cansancio y malestar que le impiden hacer su vida normal. “El especialista me dijo claramente que no sabe qué me pasa y que tampoco sabe si voy a evolucionar a mejor o a peor, pero que ya me ha hecho todas las pruebas que me tenía que hacer y que solo me queda esperar a ver si se pasa. Es una situación desesperante el no tener un diagnóstico claro”, afirma.

Desde el pasado mes de julio, estos colectivos colaboran con la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG). Han iniciado un proyecto de investigación, con seguimiento de pacientes durante al menos dos años, para obtener evidencia científica clara sobre lo que ocurre a los afectados por COVID-19 persistente. Su vicepresidenta y responsable de investigación, Pilar Rodríguez, recalca que se trata de personas que no están en cuadro de peligro vital, pero sufren patologías paralizantes y muy perniciosas para su calidad de vida. Sobre el hecho de que en ciertos casos sus pruebas sean negativas, afirma que podría ser posible que con los equipos actuales no se detecten determinadas formas del virus, y recuerda que en ocasiones se están tratando de determinar positivos con muestras en heces en lugar de las respiratorias y de sangre por resultados inexplicables en las dos últimas ante determinados cuadros clínicos.

“Son pacientes que en un 80% son mujeres, con una edad media de 44 años, y una gravedad de los síntomas que se puede situar en 5 en una escala de 0 a 10. Sus secuelas no guardan relación con la gravedad durante la propia enfermedad”, resalta esta médico de familia de Lugo.

Y como en todos los casos consultados para este artículo, remarca las dificultades en el seguimiento de unos casos que presentan una alta demanda asistencial: “El sistema sanitario está al límite: llevamos muchos meses de sobrecarga laboral, pero además los protocolos no incluyen qué seguimiento deben tener los pacientes con secuelas de la COVID”, asegura. Una situación que podría empeorar los meses venideros si se recrudece la pandemia en otoño.

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