25 años de la primera viñeta que abordó (sin quererlo) la cuestión de la privacidad y el anonimato en la Red
Es julio de 1993 y Peter Steiner acaba de mandar una viñeta más a la redacción de The New Yorker. Colabora con la publicación desde 1979, aunque no es la única revista a la que vende dibujos: The Washington Times o The Weekly Standard también saben de sus pinitos con el bolígrafo. Hace algo más de 15 años que vive en Watkinsville (Georgia, EEUU) con su mujer, que da clases allí en la Universidad. Su vida está a punto de cambiar para siempre.
Es 5 de julio de 1993 y Bob Mankoff, responsable de los viñetistas del New Yorker, da el visto bueno para que la ilustración titulada “On the Internet, nobody knows you're a dog.” (En Internet, nadie sabe que eres un perro) se publique en el número del lunes. Tampoco sabe aún que su decisión marcará el devenir de la revista y que, con ella, generará pingües beneficios en el futuro en concepto de royalties, que compartirán con el autor.
Nunca trascendió por cuánto dinero vendió Steiner su ilustración al New Yorker, pero en 1995 costaba 200 dólares. O esa fue al menos la cantidad que la revista pagó al viñetista cuando supo que el mismísimo Bill Gates quería incluir el dibujo en su libro, Camino al futuro.
En el año 2000, Steiner y la revista ya habían ganado más de 100.000 dólares gracias a los derechos de autor y a las miles de reimpresiones de la viñeta. Casi veinte años después, la cifra resulta incalculable. Como anécdota queda que el dibujo original se vendiese antes de pasar a ser el icono de una época y por una suma “tan pequeña” que el dibujante ni recuerda. 25 años después sigue siendo la viñeta más reproducida en la historia del New Yorker.
Anonimato, privacidad, neutralidad
En el dibujo aparecen dos perros en una oficina. Uno está subido a una silla, tocando el teclado de un ordenador con la pata izquierda mientras mira al otro, sentado en el suelo, que le escucha. La frase ya nos la sabemos: “En Internet, nadie sabe que eres un perro”. Es de las pocas y tempranas referencias que se hacen sobre la privacidad y el anonimato en la Red, precisamente en un momento en el que Internet era desconocido para la mayoría de mortales.
El dibujo de Steiner es tan potente por varios motivos. El primero es que acerca Internet al público por el mero hecho de aparecer en una revista como el New Yorker. Serán constantes las referencias en prensa especializada, los titulares construidos de forma similar a la del famoso enunciado y los memes (esto último a posteriori). La viñeta tendrá la culpa, en 1996, de que Apple cambie el nombre de uno de sus productos y lo llame Cyberdog. Un año antes se había estrenado una obra de teatro titulada Nobody knows I'm a dog (Nadie sabe que soy un perro), en clara alusión al dibujo.
El segundo motivo trata sobre la neutralidad. La democratización de Internet era esto: un lugar en el que no importa el sexo ni la raza, tan solo lo que vayas a decir. Es el concepto que precedía a la creación de una conciencia global, que da voz a los “perros” frente a los dueños, al pobre frente al poderoso y que organizaría el conocimiento a través de Internet, sin importar sexo, raza, edad o lugar de procedencia. ¿Qué importa quién esté al otro lado de la pantalla si lo que dice es válido y coherente?
La última cuestión tiene que ver con la privacidad y el anonimato en línea. En 1993, Internet aún no se había llenado de empresas. Las que estaban eran pocas y las que no, desconfiaban del nuevo horizonte. Pero un año después aparecieron las cookies y lo cambiaron todo. Esas piezas de código que recogen cada paso que damos al navegar se volvieron indispensables para los anunciantes; información fresca y valiosa sobre nuestros patrones de consumo, gustos, intereses y un sinfín de cualidades. A las compañías de Internet se les hizo la boca agua, más aún cuando supieron que esas cookies también podían integrarse en aplicaciones, ser cruzadas con otras bases de datos o, peor aún, con Facebook.
Aunque el negocio del big data es anterior a Internet, las grandes multinacionales lo aplicaron a la perfección. Empresas que recogen datos de usuario para otras empresas que a su vez los venden a otras empresas para trazar perfiles de usuarios que a su vez, venden a otras empresas. La privacidad en Internet se esfumó el día que permitimos a un navegador recopilar y almacenar qué nos gustaba, lo que pensábamos comprar o adónde iríamos de vacaciones. Hemos visto cómo un gobierno ha conseguido llegar al poder en 2016 gracias al poder de los datos. Sabemos que EEUU almacenó los datos personales de sus ciudadanos en 2013 con la connivencia de las grandes empresas de Internet. Facebook conoce todo lo que hacemos, vemos y sentimos. Twitter sabe en qué pensamos. Google, con quién nos comunicamos. Un perro probablemente sabría apreciar mejor su anonimato en Internet que nosotros.
Steiner ha dicho que ni siquiera estaba interesado en Internet cuando dibujó la viñeta, pero que justamente se había suscrito a un servicio de compra online hacía poco, “más por curiosidad que por otra cosa”. “Me siento como la persona (quienquiera que sea) que inventó la carita sonriente”, confesaba a The New York Times en el año 2000. El autor, que no llega a renegar de su obra pero no se explica “por qué tanto alboroto”, ni siquiera la considera una de sus mejores ilustraciones: “Reconozco que es un buen dibujo, pero no es mi favorito ni de lejos”, le dijo al Washington Post hace cinco años. Ahora ronda los 80 y ya no dibuja viñetas, solo pinta cuadros y escribe libros (ha publicado cuatro).