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¿Aún no tenemos bastante Franco en nuestras vidas?

Francisco Franco en el inicio de la Dictadura

Rosa María Artal

Ya nos vale. Nacer y crecer con Franco en el poder. Con la pata quebrada y en casa, como mujer, por horizonte de realización personal. Con la sumisión. Con el cuidado que las paredes oyen y hasta una trivialidad puede ser mal interpretada. Atentos a que no toquen los palos que caen cerca. Con toda libertad constreñida. Con toda razón cercenada, toda, en el régimen de la irracionalidad.

Con las carreras en la calle perseguidos por los grises. Con las carreras que se quedan ante la puerta de la universidad por la diferencia de oportunidades o cuestan gran esfuerzo. Con los agravios, con la desigualdad profunda, con el acatamiento, con la rebeldía penada. Con las ganas de luchar, salir y hacer. Con el desprecio foráneo por soportar a un dictador. Con la indiferencia. A muchos no les incomodaba. A algunos les llenó los bolsillos.

Toda una vida con Franco. Vivo y muerto. Es como si lo siguiera viendo en su imagen en blanco y negro de los sellos. Un ser que sólo destacaba por su crueldad, sus fanatismos y su mediocridad. Y que sin embargo se montó un golpe de Estado, desencadenó una guerra civil de tres años que ganó y condenó a la sociedad española a una férrea y sangrienta dictadura de cuatro décadas. Y todavía tienen valor, 43 años después de su muerte y suntuoso enterramiento, de cuestionar la exhumación de sus restos para que los ubiquen fuera del lugar prominente que ocupan.

El repeinado niño azul que detesta por igual el rojo y el amarillo –gran paradoja en su caso– pide consenso. Respetar a los bandos. Ya le vale, ya nos vale de aguantar tanto franquismo. El otro, con su descaro estajanovista, tiene tan claro o más a quién se debe. Toda la derecha pide pausas y dilaciones para mantener al dictador en su glorificada tumba. O diluirlo en una imposible equidistancia. Miren, ya está. Franco no nos cabe en la España del siglo XXI.

Resulta verdaderamente inaudito oír hablar de dos bandos y pedir respeto por ambos como hace esta derecha impresentable. No se ha inventado que en las guerras los agredidos por un golpe contra la legalidad pongan la otra mejilla. En ninguna, para ser exactos. Y las guerras generan dolor, muerte, destrucción, odio, rencor, por todos los flancos. Y luego la dictadura casi eterna con esta interminable secuela. El colmo fue no exigir responsabilidades. Otros países que también firmaron amnistías preventivas retornaron luego a la justicia. Y derogaron las leyes de Punto Final. Argentina estuvo acertada al llamarlas así. No hay Punto Final, hay puntos y seguido. Y así nos vemos en España.

No reabramos heridas, dicen. No es poca herida haber crecido en una dictadura. Y seguimos pagando esa anomalía democrática. Pretender encima que el dictador merezca pleitesía sobrepasa con mucho todos los colmos incluso de la coherencia, de la dignidad como pueblo.

Ahí lo tenemos. La nieta del dictador Francisco Franco acaba de acceder al ducado que Juan Carlos I concedió a su abuelo, con Grandeza de España. Carmen Martínez-Bordiú es Grande de España. La Grandeza de España tiene como exponente a una nieta de Franco. Y con eso hemos dicho todo. O casi. Sigamos. Hace apenas un par de semanas se supo que posee una finca en Sevilla a través de una sociedad que formalizó en su día en el paraíso fiscal de Panamá. Triana Enterprises, se llama. La gestiona con testaferros. Y no pagan allí ni la tasa de 300 dólares, figuran en la lista de morosos. También adeuda dinero la duquesa, según El Independiente, a los empleados de la finca. Y eso a pesar de que ha recibido ayudas a la explotación agraria y ganadera de la Junta de Andalucía. La Grandeza de España.

Rafael Catalá, del núcleo duro del nuevo presidente del PP Pablo Casado, le confirmó a Martínez-Bordiú el ducado en su último día como ministro de Rajoy. Y el rey Felipe VI, como jefe de esa Corte de Nobles en su honor, no se ha opuesto. El hijo y probable heredero del título preside la Fundación Francisco Franco, que campa a sus anchas y dando lecciones. Todo esto es impensable en un país serio del siglo XXI.

700 militares –muchos de ellos ex altos cargos del ejército y la mayoría jubilados - firman un manifiesto de apoyo a Franco. Una veintena suscriben otro de rechazo. Los que están en activo se enfrentan por esto a arrestos, suspensión de empleo y hasta la expulsión del ejército. Entre los entusiastas de la dictadura franquista, un general en la reserva declara que los crímenes del dictador eran “legales”. Es que los restos de Franco, como si estuvieran ya exhumados, se han depositado en los platós de las televisiones que les dan cancha para convertir un tema tan grave en otro circo más de sus tertulias. Desde luego en Alemania no llevan a nazis a discutir sus proclamas a una televisión. Y todo va tejiendo la madeja.

El franquismo está vigente y amparado, si nos atenemos a los síntomas. Juristas alertan de los riesgos de anular los juicios del franquismo. “Se pueden desencadenar millones de demandas contra sentencias de los tribunales”, sostiene uno de los consultados por El País, el diputado del PSOE Diego López Garrido. ¿Mejor se deja así? Cómo será que igual habrá de hacerse de forma testimonial, excluyendo reclamaciones económicas. Porque de esos juicios salieron muchos latrocinios. Algunos apellidos ilustres y grandes fortunas que nacen de aquella mugre explican en gran medida el culto al franquismo que permanece.

Alemania aún mantiene un tribunal especial con 7 fiscales para buscar criminales nazis. Siete décadas después todavía encuentran unos 30 sospechosos al año. Aquí, podemos detectar que los defensores del franquismo entreveran la sociedad, orgullosos de su condición.

Alemania tuvo una actuación ejemplar para atajar el nazismo que incluyó como primera medida requisar el patrimonio de los principales jerarcas del Partido Nacionalsocialista. Los tribunales tumbaron las reclamaciones de los familiares. Lo cuenta este artículo del periodista Manuel Rico. La diferencia con España es abismal. Los bienes de los Franco al menos –dado cómo los consiguieron– deberían llevar el mismo camino en un país normal. Este no lo es. Aquí siempre andamos con apaños en estos temas.

Veremos qué desarrollo lleva la exhumación de Franco, emprendida formalmente este viernes, con la aprobación del decreto que la posibilita. No faltarán las trabas. De momento, enhorabuena Pedro Sánchez. Ya era hora.

Muchos españoles aún podemos decir que nacimos y crecimos con el franquismo. Nos casamos con el franquismo cantando L'Estaca a ver si la canción de Lluís Llach lograba el efecto propuesto. En nuestro peregrinar posfranquista nos las vimos hasta con otro intento de golpe militar con Tejero, en compañía de otros, asaltando el Congreso. Les confieso que aquella noche escribí un poema a mi hijo, apenas un bebé, con emociones y pautas para lo que se le venía encima, según mi experiencia. Por si acaso.

Cargamos ya con muchos años de vida. O pocos, es lo de menos. Vemos nacer, crecer y morir a otros, y seguimos con Franco incrustado en nuestros días. Ya vale de Franco. Y ya vale, sobre todo, de franquistas más o menos disimulados. Nunca tienen bastante dosis de su Franco. Fuera ya, sin más dilaciones, por la España sana que vive y por la memoria de todos los demócratas.

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