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Despoblación y fuego

Beatriu Gascó Verdier / Susana Gómez Granell

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Van de la mano. No es una coincidencia que el fenómeno de los Grandes Incendios Forestales se extienda conforme se acrecienta la despoblación y la media de edad de los habitantes rurales.

En una simbiosis perfecta, el abandono de nuestros pueblos y la pérdida de nuestra cultura alimenta monstruos de fuego, y los esfuerzos para combatir estos fenómenos son cada vez más inútiles porque no consideramos ambos problemas como un todo.

Nuestros bosques no son europeos. Nuestros bosques son pinos y carrascas, pero también oliveras, almendros y frutales. Y esos bancales de vértigo que nuestros antepasados crearon en terrazas imposibles, capaces de tener más metros cuadrados de pared que de suelo donde cultivar. El 73 por ciento de nuestro territorio es rural, la mayor parte de él, montaña. Pero volvemos la espalda a nuestras montañas como si fueran algo lejano. Un recurso de turismo ocasional, en lugar de ser la fuente de la que mana no sólo nuestra agua, sino nuestro aire y nuestra capacidad de alimentarnos. Nuestra soberanía alimentaria.

Los pastores, agricultores, los habitantes rurales, son quienes han conservado esas terrazas,fuentes, caminos y sendas que servían de comunicación entremontañas. Quienes han convivido con la fauna salvaje, mantenido en pie los corrales y abrevaderos y quienes han sembrado los forrajes que alimentaban a las aves. El ecosistema valenciano es humano. Y la pérdida de población implica pérdida de ecosistema.

Nadie recoge la leña que cae por las nevadas porque en nuestros pueblos las chimeneas hace años que permanecen mudas, heladas por una sociedad urbanita que no las recuerda. No se cuidan y se renuevan los árboles maderables porque es más rentable talarlos y transportarlos desde la otra parte del mundo, en una economía global que no suma la inversión social y ambiental en el balance de beneficios. Nadie poda ni cultiva las oliveras centenarias. Nadie recoloca las piedras que quedan en los caminos, ni las paredes que caen bajo lluvias torrenciales.

 Los nuevos matorrales, cada vez más altos, van creciendo sobre ramas, piedras y árboles caídos, convirtiendo el monte en un laberinto de espinas del que Maléfica podría sentirse orgullosa. Nuestras brigadas, mal pagadas y peor tratadas, son incapaces de franquear esta maraña, a pesar de su empeño en salvar a esta Bella Durmiente abandonada a su suerte. Sobrepasados, sólo pueden centrarse en los parajes naturales más valiosos o los más cercanos a las poblaciones, resignados a ver arder el resto del territorio.Jugándose la vida ante incendios forestales cada vez más incontrolables, con pistas y caminos colapsados y vías de escape abandonadas e insuficientes.

La administración no es capaz de asumir este despropósito. La prueba es la falta de política de prevención de incendios llevada a cabo por el Consell durante estos dos años, donde se esperaba un cambio que no ha llegado. Sobrepasados por la magnitud del desastre y sin políticas que no impliquen un gasto desorbitado que no se puede asumir.

Pero la gestión no es sólo una cuestión monetaria. La reutilización delos recursos que ya se tienen, racionalizando el dinero y los efectivos que se destinan a prevención, es imprescindible. La coordinación en la extinción de incendios, forzosa. Y es ineludible el replanteamiento de las necesidades y las posibles soluciones en un nuevo escenario que no se preveía hace 24 años, cuando la ley forestal valenciana se puso en marcha. El Consell no ha sido capaz, en estos dos años, de revitalizar esta ley. Ni de agilizar la gestión de nuestro territorio y la planificación de la prevención.

Ha llegado el momento de replantearlo todo, de ser realistas con lo que se nos viene encima y de aceptar las consecuencias de vivir alejados de la situación de nuestras montañas y nuestros pueblos.Hemos de salvar las cosas buenas de esta ley y reformar las que quedaron pendientes. Llevar a cabo las que quedan sin hacer y volver a cuestionar la gestión, encontrando soluciones y recuperando de verdad la participación de los habitantes rurales y de sus ayuntamientos. Y hemos de hacerlo de la mano de quienes mejor conocen esa realidad y la necesidad de cambio, de todas las organizaciones de la sociedad civil que llevan años pidiendo un cambio de paradigma no sólo en la gestión forestal sino también en las estrategias de desarrollo rural.

No queremosacostumbrarnos a vivir mirando nuestras montañas con auténtico terror, siempre pendientes de los monstruos en los que el abandono las ha convertido y temiendo por los demonios en las que el fuego las convertirá. Tampoco vamos a resignarnos a perder los bosques valencianos que, sin planificación ni gestión, terminarían por desaparecer arrastrando toda su riqueza (nuestra riqueza) con ellos.

El Grupo parlamentario Podem presentó la semana pasada en Les Corts una PL de Reforma de Ley Forestal 3/1993 así como varias iniciativas relacionadas con medidas de apoyo a la gestión forestal y a la lucha contra las plagas forestales.

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