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La vida entre sirenas de un Técnico en Emergencias en Zaragoza: “Somos imprescindibles, pero invisibles”

Carlos Arguedas, Técnico en Emergencias

Naiare Rodríguez Pérez

31 de agosto de 2025 21:04 h

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El sonido de una emisora es capaz de alterar cualquier rutina. Para Carlos Arguedas, Técnico en Emergencias Sanitarias en Zaragoza, ese pitido significa mucho más que una llamada: “Es alguien que necesita de tus conocimientos y tus manos para, quizá, sobrevivir”.

A partir de ahí, comienza una carrera a contrarreloj contra la muerte en la que, casi siempre, los protagonistas son completos desconocidos a pesar de ser “imprescindibles” ante cualquier urgencia.

La vocación de Arguedas, precisamente, no nació en un aula ni en un hospital, sino en una emergencia ocurrida en la A-2 cuando era pequeño.

“Llegamos hasta el final de la retención, pero allí había muchas luces naranjas y azules, un coche en medio de la carretera y dos chicas inmóviles en su interior. No tenían ningún síntoma que otorgara vida a ninguna de ellas. El resto del camino mis pensamientos se paralizaron y todavía lo recuerdo como si fuese hoy mismo. Ahí descubrí que quería ser el que salvara a esas personas”, recuerda.

Con 20 años se hizo voluntario en Cruz Roja, se especializó en emergencias y, más tarde, se tituló como técnico. Pasó de compaginar turnos en la gerencia de establecimientos de hostelería con traslados sanitarios a trabajar a tiempo completo en el 061 Aragón.

Desde entonces, según indica, su desempeño profesional ha estado basado en la “empatía” y la “humanidad”, ya que considera que “se debe tener la capacidad de reflejar los valores que nos han llevado hasta aquí”.

“Es una profesión en la que estamos con personas en su peor momento, en el momento más débil, más delicado, más doloroso, más amargo o incluso en su último momento”, añade.

Un día como Técnico en Emergencias

Un turno comienza con la revisión meticulosa de la ambulancia, desde la mecánica hasta el material. Pero, a partir de ahí, nada es previsible y “la guardia empieza a ciegas”. “El primer sonido de la emisora nos pone en alerta, nos genera una descarga de adrenalina. No es solo un aviso, es alguien que puede estar entre la vida y la muerte”, explica.

Una vez en la ambulancia, este técnico asegura que repasa el protocolo a seguir, se pone en el peor escenario posible y comenta, con sus compañeros, la forma de llevar a cabo la intervención.

Y es que, tal y como sostiene, cada intervención exige conocimientos técnicos, pero también una enorme carga emocional para gestionar aquello que se puedan encontrar.

En este sentido, añade: “Mis manos pueden ser el impulso cardiaco de una persona mientras que las de mi compañera son el impulso respiratorio. Y ahí estamos, en una carrera en la que el premio es la vida”.

Una vez finalizada la guardia, puede cambiar la forma en la que volver a casa. En ocasiones, según comparte, “no piensas en nada, otras haces autocrítica y otras, simplemente, agradeces a la vida de darte la oportunidad de vivir”.

Más allá de la actuación técnica

Los accidentes de tráfico, los infartos, las intoxicaciones, las caídas o las emergencias pediátricas son algunos de los motivos por los que suena la emisora. Sin embargo, no es ahí donde se debe empezar la gestión del estrés, ya que considera que “es un trabajo previo y continuo” para que “no te supere”.

“En mi caso, soy una persona que medita, practica deporte, le gusta mucho el contacto con la naturaleza y los animales, lo que a nivel personal me ayuda a controlar el nivel de ansiedad que podría provocar estrés”, admite.

No obstante, más allá de la técnica, insiste en la importancia de tener humanidad y empatía porque “una sonrisa, una caricia o una mirada pueden ser el último gesto de cariño que reciba un paciente”.

De este modo, afirma que no se pueden hacer “juicios de valor” ante determinados avisos o pacientes, ya que “todo paciente se merece lo mejor de nosotros”.

“Lo más importante que he aprendido a lo largo de mi trayectoria es la fragilidad de la vida, la intensidad del dolor, la resiliencia de las personas, la valentía, la fortaleza y la capacidad de superación que tiene el ser humano”, reflexiona, además de compartir que a veces es él el que vuelve a casa pensando en cómo afrontaría algunas situaciones si las estuviera viviendo en primera persona.

Más en concreto, Arguedas recuerda uno de los momentos que más ha marcado su carrera profesional. Según explica, una mujer le preguntó directamente si se iba a morir y él, que acaba de empezar, le acarició la mejilla y le dijo: “No cielo, de la caída no te vas a morir, estamos aquí para ayudarte y vamos a hacer todo lo que esté en nuestra mano”.

Sin embargo, tal y como sostiene, esta mujer intentó incorporarse para darle un abrazo y le aseguró que tenía muchas ganas de vivir. “Recuerdo esas frases, esa mirada, esas caricias en ese momento tan frágil de su vida… Y finalmente murió”, narra emocionado.

Visibilidad y reconocimiento de esta labor

A pesar de considerar que la sociedad “no sabe de su existencia ni entiende qué somos ni lo que hacemos”, Arguedas resalta que “el 85% de las ambulancias de España no trabaja ni medicina ni enfermería, sino técnicos en Emergencias Sanitarias”.

“Somos la parte invisible de las emergencias, no se nos reconoce, no se nos valora, no se nos apoya… es triste, pero, es real. Si se sale a la calle a preguntar qué hacemos, el 90% no lo sabrá. Y los medios de comunicación muy pocas veces utilizan el término de técnicos para referirse a nosotros”, lamenta.

Sin embarga, reconoce que lo mejor de este trabajo es el agradecimiento del entorno, así como “abrazos que nos llegan hasta el alma”. De hecho, tal y como concluye, es ahí donde “te sientes orgulloso de ti mismo” y entiendes “por qué te dedicas a esto con tanto esfuerzo día a día”.

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