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Elogio de la ociosidad

Azahara Alonso

Que Bertrand Russell fue un genio es algo consabido. Y que algunas de sus obras –como los Principia Mathematica, en colaboración con Whitehead– fueron encumbradas a la categoría de clásicos fundacionales es tan cierto como que otras fueron relegadas a la marginalidad literaria.

Una de ellas es el pequeño ensayo Elogio de la ociosidad, escrito en 1932. En él, el filósofo y matemático desarrolla una deliciosa defensa del ocio frente al trabajo, y pone en entredicho la necesidad del esfuerzo que nos exigen: un trabajo a jornada completa o la anatema del paro y la miseria. ¿Por qué no, mejor, trabajar todos un poco y disfrutar de un recreo productivo?

Pero ni a él ni a Lafargue con El derecho a la pereza los recuerda ya nadie. O eso parece cuando La abolición del trabajo llega a España como una propuesta rompedora y totalmente novedosa. Bob Black lo escribió en 1985 pero no ha sido traducido a nuestro idioma hasta ahora. El mensaje, eso sí, es un tanto más radical que el de Russell: “Nadie debería trabajar jamás”, comienza el ensayo. “El trabajo es la fuente de casi toda la miseria existente en el mundo. Casi todos los males que se pueden nombrar proceden del trabajo o de vivir en un mundo diseñado en función del trabajo. Para dejar de sufrir, hemos de dejar de trabajar. Eso no significa que tengamos que dejar de hacer cosas. Significa que hay que crear una nueva forma de vida basada en el juego: en otras palabras, una revolución lúdica”, sentencia.

Un modelo basado en la diversión, la creatividad, el juego y la realización de tareas consentidas por parte del individuo, con la vista puesta en la organización comunitaria. Vamos, que el ocio nos hará libres.

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