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Sobre este blog

Amnistía Internacional es un movimiento global de más de 7 millones de socios, socias, activistas y simpatizantes que se toman la lucha contra las injusticias como algo personal. Combatimos los abusos contra los derechos humanos de víctimas con nombre y apellido a través de la investigación y el activismo.

Estamos presentes en casi todos los países del mundo, y somos independientes de todo Gobierno, ideología política, interés económico o credo religioso.

Mundial de Qatar, orgullo o vergüenza por la Roja

Réplica del trofeo de la Copa del Mundo de fútbol en una tienda en Doha, Qatar

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Pero sí que ha pasado. Éste no será un Mundial más, sino que supondrá una de las cumbres del blanqueamiento deportivo, esa estrategia por la cual muchos gobiernos tratan de ocultar las atrocidades que se comenten en sus países mediante la organización de grandes eventos deportivos o patrocinando, o incluso comprando, grandes equipos. Así, hace más de 10 años, la FIFA no dudó en otorgar la organización del Mundial a Qatar, un país tan rico en gas y petróleo como pobre en derechos humanos.

Desde entonces, más de 6.500 trabajadores, procedentes de países como India, Nepal o Bangladesh habrían perdido la vida, principalmente en la construcción de los estadios y otras obras relacionadas con la cita mundialista, según reveló The Guardian. Pero, como el mismo diario apunta, la cifra podría ser aún mucho mayor. Qatar no reconoce la causa de estas muertes, dejando así a las familias de los fallecidos sin ninguna reparación.

En vez de reconocer que en este juego gana quién pone más dinero encima de la mesa, la FIFA justifica la decisión de celebrar la cita mundialista en países como Qatar, o antes en Rusia, porque esto ayuda a mejorar las condiciones de vida del país que las alberga. Sin embargo, más allá de esas miles de muertes, lo cierto es que a día de hoy los avances laborales en el emirato qatarí se pueden ver más en el papel que en la realidad. Por ejemplo, las trabajadoras domésticas deben aún aguantar jornadas de 18 horas sin ningún día de descanso. Además de retrasos en los pagos, muchas cuentan que sus empleadores las insultan, abofetean o escupen. “Me tratan como a un perro”, contaba una de ellas.

En Qatar, monarquía autoritaria liderada por la familia Al Thani desde el siglo XIX, la libertad de expresión es un espejismo en el desierto: si se considera que una información es “tendenciosa”, es decir, crítica con el Gobierno, el castigo puede ser de cinco años cárcel. Las mujeres son discriminadas por ley, ya que viven bajo un sistema de tutela por el cual necesitan pedir permiso para actividades como ir al extranjero, firmar un contrato, y en algunos casos extremos, hasta salir de casa.

En una entrevista reciente, el presidente del comité organizador del Mundial, Nasser Al Khater, vino a decir que las personas homosexuales serían bienvenidas siempre que no muestren públicamente que lo son. La pena por incitar a la “sodomía o disipación” o a “acciones inmorales” es de siete años de prisión, pero según el dirigente qatarí nadie debe sentirse “amenazado” o “inseguro” si quiere visitar el país durante el torneo.

La última muestra de esa “seguridad” ha sido la sentencia a la economista mexicana, trabajadora en la organización del Mundial, Paola Schietekat, quien tras denunciar haber sido agredida, el juzgado dejó libre a su agresor y la condenó a recibir 100 latigazos y pasar siete años de cárcel por haber mantenido una “relación extramarital”. Por suerte, Paola pudo salir del país antes de que se ejecutara la sentencia.

Así es el país donde se celebrará el próximo Mundial. Sabemos las fechas y los estadios donde se jugará, pero no el número de personas que perdieron la vida para construirlos. Será en unos de los países más ricos del mundo, pero que ha decidido no ofrecer ninguna indemnización a las familias de los migrantes fallecidos en sus faraónicas obras.

Por todo esto, el de 2022 será recordado seguramente como el Mundial de la vergüenza. Y no solo será responsabilidad de las autoridades qataríes. La FIFA, como entidad organizadora, también juega un papel: tiene el deber de garantizar el respeto de los derechos humanos en el contexto de los preparativos y el desarrollo de la competición.

Y esta responsabilidad se extiende a las federaciones nacionales. Algunas ya han dado un paso adelante. Otras, como la española, siguen poniéndose de perfil. En los últimos años, Amnistía Internacional ha pedido en varias ocasiones a la Federación Española una declaración pública a favor de los derechos humanos en Qatar. Hasta el momento, la única respuesta ha sido el silencio. Queda por ver si en los próximos meses la entidad dirigida por Luis Rubiales hace al menos un gesto y, más allá de los resultados, en el próximo campeonato podemos seguir sintiendo orgullo por la Roja.

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Amnistía Internacional es un movimiento global de más de 7 millones de socios, socias, activistas y simpatizantes que se toman la lucha contra las injusticias como algo personal. Combatimos los abusos contra los derechos humanos de víctimas con nombre y apellido a través de la investigación y el activismo.

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