Desdeelsur es un espacio de expresión de opinión sobre y desde Andalucía. Un depósito de ideas para compartir y de reflexiones en las que participar
Somos acericos
Aguantamos. No sé cómo, pero aguantamos: colas interminables en cines, museos, baretos del centro donde antes nos dejábamos improvisar las noches de tregua. Aguantamos las listas de espera, la cola del paro, de Hacienda, la matanza de la democracia, de la sanidad, de la educación pública.
Aguantamos el insomnio amodorrado bajo la lengua, neurastenia, enfermedades endémicas, problemas de salud mental, estrés crónico.
Aguantamos que nuestra prole tenga cada vez menos opciones en las universidades públicas y más en las privadas. Que para que estudien el grado de Ingeniería Biomédica, el de Ciencia de Datos e Inteligencia Artificial, el Máster en Inteligencia Artificial aplicada a la Salud o un Programa de Doctorado en Arquitectura, tengamos que pagar. Y si no, tendrán que lidiar con el ejemplo de todas las Noelias Núñez, todos los Ángeles Batalla o todos los Ignacios Higuero inventándose florituras curriculares.
Aguantamos que un medio como El País censure a periodistas como Ana Iris Simón o Daniel Gascón; ruedas de prensa sin preguntas y preguntas sin libertad de prensa.
Aguantamos –sin saber que aguantamos– que no haya mujeres al frente de los medios de comunicación.
Aguantamos que nos sirvan el café frío o que haya café para todos. Nos aguantamos las ganas de esa cerveza porque no toca, las ganas de ese trozo de pizza porque no toca, de ese vómito, de la cópula reseca que lubricamos achicando sueños. Aguantamos la risa y las lágrimas. Aguantamos la muerte de esa amiga, de ese compañero del cole, la desaparición del primer amor, y del segundo, y del tercero. Aguantamos el sexo sin amor, el amor sin ganas, el amor sin amor. ¿Quién no aguanta?
Aguantamos ser flor de un día, ser silla de piedra, ser polvo enamorado. Aguantamos la espantosa espera del mes de descanso cada año y que nos diga Feijóo que las vacaciones están sobrevaloradas
Aguantamos la carcajada tapándonos la boca: que no se vean los dientes torcidos ni la lengua pastosa de tanto aguante, que no se vean las manchas de café sobre el esmalte de tanta flema que gastamos; aguantamos el llanto carcelero presionándonos con saña el lagrimal, que no se vierta el río en el que a veces nos convertimos, que no nos derramemos.
Aguantamos un mundo sin poesía, la fiereza de nuestros latidos achicando el hastío, la algarabía mentirosa que nos distrae de la certeza de sabernos rotos; también aguantamos que la pobreza nos parezca fea y la belleza bondadosa.
Aguantamos el uso de pesticidas, la negación del cambio climático, los cuarenta y cinco grados a la sombra, las DANAS. Aguantamos cacerías migrantes por las calles de nuestro país con un encogernos de hombros.
Aguantamos ser flor de un día, ser silla de piedra, ser polvo enamorado. Aguantamos la espantosa espera del mes de descanso cada año y que nos diga Feijóo que las vacaciones están sobrevaloradas. Que no sepa Feijóo que el término vacaciones llegó al diccionario mucho antes que a la neolengua de las empresas, cuando en 1739 los académicos las definieron como “suspensión temporal de un negocio, de los estudios o de un trabajo” aunque solo los aristócratas podían darse el lujo.
Aguantamos. No sé cómo, pero aguantamos: la mediocridad en el hacer, en el ser, en el saber, ese quedarnos a medio camino que elogia al mediocre y señala al disidente, al que exuda bilis de tanto aguante. Tantos jefes-corcho que aguantamos.
Aguantamos que se desperdicien mil millones de toneladas de alimentos cada año y aguantamos las colas del hambre de Gaza. Aguantamos masacres de niños y niñas, gente hambrienta y destrucción masiva. Aguantamos terapias que nos enseñen a aguantar más. Que nos digan qué puede o no aguantarse, que nos adiestren en aguantar la respiración ante el olor a pus entrenando nuestra pituitaria.
No aguantamos que se publique un libro que narre el asesinato de dos criaturas, pero aguantamos programas de televisión basura, entrevistas basura, tertulias basura sobre ellos, como si el dolor que reclama silencio lo debiera hacer solo en alguno de sus formatos.
Aguantamos que nuestro barrio rebose de apartamentos turísticos, lavanderías, lockers y tiendas de souvenirs donde antes había fruterías, comercios familiares, librerías. Aguantamos pisos “VPO para ricos” en Sevilla.
Aguantamos la nostalgia de aquellos que éramos cuando no aguantábamos y así vamos aguantando las ganas de no aguantarnos, la desesperación de no aguantarnos, el éxtasis de no aguantarnos.
No iba a hacerlo: no iba a nombrar a Lucre, esta amiga, periodista, colega que muchos aquí seguimos llorando y cuyo duelo prolongamos porque nos hacen falta muchas Lucres, muchas, muchas Lucres para aguantar tanto aguante, todos los días
Ayer vi a una mujer que gritaba en la calle, agitando los brazos: Somos todos unos acericos. ¡Unos acericos!
Llevaba de la mano a un chiquillo que sería su nieto, lo arrastraba calle abajo. Tendría unos setenta, quizás ochenta, y se ganó la vida –o el vivir– cosiendo. Unos acericos, eso es lo que somos. Y aquí está la gracia y certeza de la poesía popular, aquí está la sabiduría auténtica del vivir: que ya somos todo aquello que alguna vez dijimos que no aguantaríamos y que cada una de esas renuncias ha cavado un agujero en nosotros; que aguantamos creyendo que habrá quizás una recompensa y sin embargo –¡sin embargo!–; que nos caben todos y cada uno de esos puñales reprimidos, cientos de agujeros, agujas de todos los tamaños, alfileres con cabezas perladas o diminutas, alfileres comunes, alfileres con forma de T, alfileres de punta de bolsa, de cabeza de vidrio, de París.
Aguantar cada embiste que nos impone la vida –que nos imponen otros– no solo hace de nuestro hígado un colador, sino que embadurna nuestra epidermis de una capa de resignación que a mí me parece peligrosa y hasta detestable. No iba a hacerlo: no iba a nombrar a Lucre, esta amiga, periodista, colega que muchos aquí seguimos llorando y cuyo duelo prolongamos porque nos hacen falta muchas Lucres, muchas, muchas Lucres para aguantar tanto aguante, todos los días, muchas Lucres que en plena crisis del periodismo construyan un diario con la ilusión del niño que erige un castillo de arena, que denuncien, que participen en el AMPA, que escriban, que hagan proselitismo de la alegría, que tomen la palabra y la risa y que haciendo honor a la etimología italiana del término, esa que trae la reminiscencia de un guante de hierro que agarre las cosas con fiereza, nos ayude a no aguantar.
¿Hay cierta rebeldía en el gesto subversivo de bajar los brazos, como dicen algunos? ¿Aguantamos desde la supervivencia o desde la comodidad de nuestro sofá desgastado? Eso es lo que me digo mientras me desgañito cantando con mis hijos en el concierto de Residente, “levanta el vaso y a brindar por el aguante”, ellos saltando al ritmo con la juventud incrustada en los ojos mientras yo me aguanto las ganas de llorar, mientras me saco, como lo intento cada vez que escribo, algunas de las fíbulas clavadas en el cuerpo. Somos acericos. Y entonces sí, Lucre. Entonces la pena se desborda. Y entonces, amiga, ¿sabes qué? Que ya no me aguanto.
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