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Poco árbol, poca rama para tanta corrupción
En Ámsterdam, un árbol, un castaño centenario, cayó como consecuencia de la tempestad que azotó la ciudad. El árbol parece que era el que miraba Ana Frank desde su escondite. Lo recuerdo, era mi camino cuando cruzaba uno de los canales para ir al barrio de Jordaan; su mercado callejero me fascinaba, lo recomiendo . La noticia la dio la televisión pública, entre otros medios españoles. Mostrar ocultando es la técnica. Una noticia se agranda con suficiente enjundia como para pasar a segundo plano lo gravísimo que ocurría ese día: en Valencia, un grupo de malhechores confesos, empresarios incluidos, confirmaban lo que todo el mundo sabe: una trama de nombre Gürtel, durante lustros, ha financiado ilegalmente al Partido Popular y de camino, ha enriquecido a muchos de sus monaguillos.
Pero no se ilusionen. Una gran bomba mediática, sin duda, seguida por los espectadores como una serie negra americana, un gran escándalo político, pero, nada más. Sin trascendencia procesal alguna digna de resaltar, salvo un ajuste de los marrones a digerir por los que ya han sido señalados como “papagachis” de esta parte de la Polinesia popular de la corrupción. No unas islas, casos aislados, más bien un archipiélago de magnitud océanica.
Cirugía de precisión. Se corta donde se puede, se saja, amputa, se cose, pero el cuerpo principal sigue en perfectas condiciones. Los señalados, el PP, Camps, Aznar, Agag, Fabra, Cotino y otros muchos, siguen fuera de la litis; las prescripciones y otras maniobras exculpatorias siguen manejadas con sabiduría por los mejores ingenieros de la cosa jurídica. Por otra parte , la “intelligentsia” sigue sin dar con M. Rajoy, ilocalizable en algún lugar ignoto, un no lugar, desde donde -esto si es legal-, gobierna el monstruo de la corrupción. La justicia, ay, la justicia.
No se ilusionen, no, porque en una democracia decente, después de lo dicho y comprobado en este juicio y en anteriores las consecuencias políticas serían inmediatas. Mariano Rajoy -este señor sí sabemos quién es-, ya no debería ser el presidente de España.
La habilidad de una organización criminal consiste en reproducirse, mantener el núcleo y, si hace falta, librarse de los pringaos; el modelo es la corrupción institucional mandarina de la China imperial, alguna vez referida en estas páginas , sabiamente descrita y analizada por Bourdieu. Pero lo verdaderamente grave de esta corrupción institucional es que, al parecer, la democracia española no cuenta con herramientas suficientes para acabar con ella. Ninguno de los tres poderes del Estado, ni la política, ni la oposición constitucional y monárquica, gravemente comprometida, y lo peor, ni el pueblo, contumazmente votando a corruptos.
Y sin embargo, si algo puede acabar con un sistema democrático y el mismísimo Estado es la corrupción institucional; imposible, por otra parte, sin las alianzas de partes de casi todas las instancias del Estado, minuciosamente penetradas por los corruptos hasta hacerlas serviles a estas bandas criminales y liberticidas. La corrupción institucional es severamente grave cuando no es que vaya contra el Estado, sino que está en el estado. Tan grave o más que la secesión antidemocrática.
Pero no esperen manifestaciones festivas de “a por ellos”. No hay 155 anticorrupción. No esperen un discurso del Rey (no es que yo lo pida) salido de su pellejo constitucional. No se irán empresas a ninguna parte porque están felizmente instaladas en el sistema. No esperen imágenes robadas de ningún representante de un alarmado criptogobierno, digamos que Rubalcaba, reunido con algún líder de la insurrección corruptora, predicando democracia y no sé qué más. No esperen una “tomasgomez” de Metroscopia reflejando la preocupación del poder amenazado por la corrupción entreverada en los músculos de la democracia.
La gente seria, trabajadora, los empresarios honestos, se ilusionaron ese día en el que los medios aliados se conjuraron para llevarnos a Ámsterdam en vez de a Valencia, se ensoñó con que la justicia haría la labor que no hace la política, los políticos, la oposición, el pueblo elector y soberano. Pero no, se trata tan sólo de un placebo con morbo cinematográfico, superalimento energético para subir audiencias.
El árbol caído de Anna Frank , sin embargo, podría ser una metáfora maravillosa de la salud democrática de España. Ojalá un día cuenten que el árbol de la corrupción se ha derrumbado en España, aunque sea empezando por su ramas, incluidas las “branques”. Así tendremos treinta o cuarenta años de democracia sana.