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La obediencia de lo inmoral
En la vida cotidiana, nos exponemos a situaciones en las que tomamos decisiones que reflejan, en cierta manera, nuestros valores y convicciones. Sin embargo, la presencia de una autoridad o la presión social pueden hacer que, en determinados momentos, actuemos en contra de lo que realmente creemos.
Este fenómeno ha sido objeto de estudio en la psicología y ha revelado sorprendentes aspectos de la naturaleza humana: nuestra tendencia a ceder ante la autoridad, incluso cuando ello implica violar nuestras propias convicciones morales.
Uno de los estudios más relevantes sobre este tema, es el experimento que desarrolló el psicólogo Stanley Milgram, en la década de 1960. Milgram buscaba entender cómo personas comunes podían cometer actos atroces bajo la influencia de una autoridad. En su experimento, los participantes, que creían estar colaborando en un estudio sobre la memoria y el aprendizaje, debían administrar descargas eléctricas a otra persona (que en realidad era un actor) cada vez que respondía incorrectamente. Aunque muchos mostraron signos de incomodidad, lo impactante es que muchos de los participantes (un 65%) continuaron administrando las descargas, incluso cuando parecían estar en evidente malestar, solo porque la autoridad del investigador les decía que siguieran.
La historia está llena de ejemplos donde individuos, en presencia de una autoridad, han cometido acciones que van en contra de sus principios. Uno de los casos más conocidos es el de los soldados pertenecientes al ejército nazi durante el Holocausto. Muchos de ellos, en su vida cotidiana, eran personas normales con valores y creencias nobles, pero en el contexto de la maquinaria nazi y bajo órdenes superiores, participaron en actos deleznables. La obediencia a la autoridad, en este caso, fue un factor determinante para que muchos justificaran acciones que, en otro contexto, habrían rechazado rotundamente.
En las dictaduras latinoamericanas de los años 70 y 80, muchos soldados y oficiales justificaron torturas y desapariciones argumentando que estaban cumpliendo órdenes superiores. La presión institucional y la jerarquía militar crearon un entorno donde actuar en contra de sus propias creencias morales parecía la única opción para mantener su posición o por miedo a las consecuencias.
Una conclusión a la que se llegó en este experimento de Milgram fue que a mayor formación académica, menor intimidación produce la autoridad, y por tanto se produce una disminución de la obediencia.
En este mismo sentido, la periodista Hannah Arendt utilizaba el término “banalización del mal” para referirse a la idea de que personas comunes pueden realizar acciones terribles sin reflexionar sobre las consecuencias morales de sus actos, reduciéndolas a meros procedimientos burocráticos o tareas a cumplir. Arendt usó este término para describir cómo personas aparentemente normales, como Adolf Eichmann (funcionario del régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial, considerado un criminal de guerra), pudieron participar en el exterminio de millones de personas sin cuestionar la naturaleza de su trabajo.
Una de las conclusiones del experimento de Milgram fue que las personas obedecían más cuanto menos hubieran contactado con la víctima y cuanto más lejos se hallaran físicamente de ésta.
Aquí podríamos señalar que nuestra sociedad y la forma en que tenemos de organizarnos y de tomar decisiones y aplicarlas suele incurrir en lo que podríamos denominar trampas cognitivas. Una de ellas es que muchas de las decisiones que nos afectan suelen tomarse a muchos kilómetros de distancia, por personas en sus despachos, ajenas a nuestros contextos. Otra es que la aplicación de las decisiones que se toman en esos despachos alejados se lleva a cabo por personas diferentes a quienes las tomaron, con lo cual no se sienten responsables de sus actuaciones.
Otra conclusión a la que se llegó en este experimento de Milgram fue que a mayor formación académica, menor intimidación produce la autoridad, y por tanto se produce una disminución de la obediencia.
La importancia de la educación quedó bien reflejada en la película El lector. La película explora cómo la educación, o la falta de ella, afecta a la moralidad y la responsabilidad individual. El analfabetismo de Hanna (protagonista de la película) y su incapacidad para acceder a la información y a la conciencia crítica la llevan a seguir órdenes sin cuestionar su moralidad, incluso cuando estas son terriblemente inhumanas. Invita a reflexionar sobre lo relevante de la educación en la construcción de una sociedad más justa y consciente.
Afortunadamente, también la historia nos ha legado ejemplos de desobediencia a la autoridad por motivos éticos
Pero el experimento de Milgram no solo demostró la poderosa influencia de la autoridad, sino también la capacidad de las personas para desobedecer cuando la situación entra en conflicto con sus valores o creencias personales. Un 35% se negaron a continuar antes de llegar al final del experimento, bien por empatía, compasión, sentido de la responsabilidad, dudas sobre la legitimidad de la autoridad…
Y afortunadamente, también la historia nos ha legado ejemplos de desobediencia a la autoridad por motivos éticos.
Oskar Schindler, a pesar de ser miembro del Partido Nazi, desobedeció órdenes y salvó a más de 1.000 judíos empleándolos en su fábrica para evitar que fueran deportados a campos de concentración. En 1993 Steven Spielberg dirigió una película sobre su vida.
En España, se han dado casos de policías y bomberos que se han negado a participar en desahucios por motivos éticos. Estos profesionales, enfrentados a la contradicción entre cumplir con su deber y la posible vulneración de derechos fundamentales, han optado por la objeción de conciencia en situaciones específicas.
Llegados hasta aquí, cabría hacerse la siguiente pregunta: ¿la obediencia ciega a una autoridad, sabiendo que estás cometiendo actos atroces, puede justificar la exoneración de tu responsabilidad individual?
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