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Aznalcóllar, el ecosistema que “se está recuperando”

Caballos pastando en el corredor verde del Guadiamar

Alejandro Ávila

Han pasado 16 años desde que la balsa minera de Aznalcóllar reventó y dejó a su paso un reguero de destrucción. La localidad sevillana se alzó así con el dudoso honor de dar nombre al mayor desastre ambiental de la historia de este país tras el hundimiento del Prestige.

Hoy, por primera vez desde aquel 25 de abril, algo tan parentemente insignificante como una babosa es motivo de esperanza en la cuenca del Guadiamar, el río que ayudó a transportar los metales pesados hasta las puertas de Doñana. Paula Madejón, investigadora del CSIC, lo señala como un excelente indicador ecológico que demuestra que “el ecosistema se está recuperando”, pues “este año se han visto muchas babosas y antes no se veía ninguna”.

La recuperación del Guadiamar no ha sido una tarea sencilla ni barata: se han invertido casi 90 millones de euros de fondos públicos. Aún hoy la Junta de Andalucía sigue litigando en los tribunales con Boliden, la empresa minera responsable del vertido, para recuperar esa inversión.

Madejón recuerda que la restauración comenzó en 1998, el mismo año del desastre, “retirando los lodos y los diez primeros centímetros de suelo, ya que el lodo era líquido y había penetrado en el suelo”. Además, se tuvo que añadir tierra compostada con mucha materia orgánica, óxido de hierro para luchar contra el arsénico y carbonatos para “corregir la acidez de los lodos”. Buena parte de las tierras eran agrícolas, así que la Junta tuvo que “invertir la mayor parte del dinero en comprar tierras” para luego reforestar la zona con árboles y arbustos mediterráneos, “que están adaptados a nuestras condiciones climáticas”.

Hoy en día la cuenca del Guadiamar es un paisaje protegido que une Doñana con Sierra Morena a través del corredor verde. El suelo está contaminado, porque los metales siguen ahí, “pero las plantas no tienen acceso a él”. Según la investigadora del Instituto de Recursos Naturales del CSIC, ha llegado el momento de que, una vez limpiado, el espacio protegido goce ya de una cierta “calidad ambiental”. Madejón habla de un “enfermo crónico”, que se encuentra “estable” gracias a que las plantas evitan la erosión del suelo, fijan los metales pesados y no acumulan en sus tejidos “cantidades importantes” de sustancias tóxicas.

Metales pesados en el corredor verde

Arsénico, cadmio, plomo y zinc son los cuatro tipo de metales pesados más frecuentes en esta zona contaminada. Madejón insiste en que, con los niveles actuales, el riesgo está en la cadena trófica y en que eso hay que vigilarlo con muestreos y evitando que, por ejemplo, haya caballos pastando en la zona (algo que está prohibido) o se recolecten caracoles de manera ilegal. El objetivo es evitar que esos animales terminen servidos en la mesa de alguna casa, bar o restaurante.

Felipe Fuentelsaz, portavoz de WWF en Doñana, cree que la recuperación del espacio ha sido bastante positiva, pero que faltan datos sobre la calidad ambiental del agua, un plan de gestión específico y una mayor promoción del turismo sostenible.

A pesar de todo, lo que más preocupa al ecologista es la reapertura de la mina, a cuyo concurso público se han presentado tres empresas internacionales que el 28 de mayo recibirán las primeras indicaciones para subsanar errores y aportar cualquier tipo de información complementaria. A WWF le preocupa que las empresas mineras se instalen a “las puertas de Doñana. Todo lo que ocurra fuera del espacio es peligroso, ya que Doñana no es una isla y nadie nos garantiza que se pueda sacar el metal sin que eso tenga un riesgo sobre el parque”.

Fuentelsaz denuncia que “estamos creando un empleo temporal esporádico en vez de apostar por un empleo sostenible en el tiempo. Se está favoreciendo la minería sólo porque el precio del metal ha subido. ¿Cómo le explicamos a la Unión Europea que hemos recuperado un espacio protegido para ahora abrir una mina?”.

La balanza del empleo

La recuperación del empleo no ha ido a la par que la restauración ambiental. Tras el cierre de la mina, se abogó por el empleo verde a través del turismo de naturaleza, la planta solar de Sanlúcar la Mayor y la creación de un polígono verde: el Parque de actividades medioambientales de Andalucía (PAMA) de Aznalcóllar. Sin embargo, la tasa de desempleo del pueblo sigue siendo dramática y asciende a un 34%. El polígono no consigue absorber la demanda de empleo a pesar de que, según la Consejería de Economía, el parque empresarial verde genera más de 200 empleos para las 36 empresas adjudicatarias que han invertido allí más de 75 millones de euros.

Aunque hace un mes se inauguró la primera planta de reciclado de baterías de automoción, cuyas previsiones de creación de empleo son de 42 puestos de trabajo directo, el Ayuntamiento de Aznalcóllar modificó el pasado 8 de octubre su PGOU para poder incluir “industrias potencialmente contaminadoras”.

El alcalde, Agapito Ramírez (IU), declaró a comienzos de años que “el PAMA y su ampliación fueron diseñados como espacios con manzanas destinadas a empresas no contaminantes con la atmósfera, pero a día de hoy tenemos espacios vacíos y casos como los de una desguazadora de lavadoras y un taller de coches que quieren instalarse en el parque, pero no pueden porque se trata de actividades potencialmente contaminantes a la atmósfera”. 16 años después, el medio ambiente y la lucha contra el desempleo mantienen la pugna de siempre a las puertas de Doñana.

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