La particular y cambiante familia numerosa de Gemma Carabias
Gemma se quita importancia casi a cada frase. Habla tan rápido como huye del elogio. Pero su historia, aunque ella no sea muy partidaria, forma parte de las de esos otros quijotes. Prefiere pensar que, con su desinteresado ejemplo, anima a que otras personas se decidan a acoger a niños y niñas con discapacidad intelectual. “Mi objetivo es que Vicen, Carlos y Marta sean felices”, resume. Ella, toda energía, les ha querido ofrecer esa oportunidad que, por el motivo que sea, no le pudieron dar sus familias biológicas. Otros nueve “hijos” han pasado por su casa. “Yo lo veo como una cosa normal. Es lo que yo he querido. No es ni más ni menos. Cada uno elige lo que quiere hacer”, dice mientras se apura en vaciar las bolsas del supermercado.
Seis de la mañana. Suena el despertador. “Me gusta desayunar con ellos”. La modestia de Gemma se corresponde con la naturalidad de ellos, la característica que más aprecia de su forma de ser. “Los chicos de acogimiento son geniales”, dice entusiasmada. “La simpleza -bien entendida- es lo que más me gusta de ellos”, alejada de convencionalismos sociales, explica. “Me entristece que la gente no sepa ver lo grandioso que hay en ellos, que se queden en la pena”. Su vida está en el día a día (“yo no miro al futuro”) ya que su única obsesión es generarles “una red” y, para su generosa tranquilidad, “que alguien me diga que se hará cargo de ellos cuando yo no esté”. “Cuanta más gente los conozca, mejor”.
Marta, de siete años, está en acogida permanente dentro del programa de menores de la Junta de Andalucía. “Ella es feliz un rato largo”. Gemma presume, por una vez, del trabajo que hace y ha hecho con ella. Antes de ser acogida, a sus cuatro años había pasado ya por cuatro centros. “Me dicen que si la hubiera cogido antes....”, lamenta, también por una vez. “Lo bonito de la figura del acogimiento es que no está concebida como algo egoísta. No se trata, digamos, de posesiones, de conseguir tener la foto familiar, sino que el caso es darles un futuro, dotarles de una personalidad. Creo que criarse en un centro especial les marca. No es un hogar. Las emociones y todo lo demás se dan en la familia. En un centro especializado no los normalizas. Marta va todos los días al aula matinal específica de un centro normal”.
Gemma se empeña en resaltar los beneficios del acogimiento. Las historias de sus familias biológicas son muy diversas (malos tratos, drogas, alcohol,...). “Ellos no pierden las raíces, no se rompen los vínculos”, apunta mientras alude frecuentemente a los padres o los hermanos de la docena de niños que ha pasado por su casa. “Pero tú eres mi madre”, recuerda que le dice siempre uno de ellos, con quien ha pasado un par de días aunque haya decidido vivir “con su gente”. Gemma también hace colaboraciones de fines de semana a propuesta de la Administración. No hay muchas personas con su perfil que se postulen para acoger niños discapacitados, admite. La Fundación Márgenes y Vínculos le ayuda en la gestión.
“Yo me los llevo a todos lados. Ahora nos ha dado por hacer escalada”. También hacen terapia equina en Dos Hermanas, señala. Los cuatro están de paso en un apartahotel de Bormujos mientras el hermano de Gemma termina de construirles una casa en Palomares. Admite que se pensó bastante dar el paso pero que el respaldo de su puesto en el SAS y el aire libre del campo para ellos terminó de convencerla. Vicen (22) escucha una canción tumbado en la cama mientras Carlos (20), sentado en el sofá, hojea a duras penas un libro de recetas. Ambos son adoptados.
“Todas las metas que nos solemos proponer, ellos las tienen de natural. Con ellos aprendo cada día”. Gemma, como su hogar durante estas semanas, ha sido de paso para sus hijos, pero su entusiasmo y generosidad están fuera de duda, aunque ella no quiera ni oír hablar de alabanzas. Para conocerla un poco más, a ella y a Vicen, Carlos y Marta, qué mejor que el documental 'Amada Marta' realizado por David Berlanga y Antonio Galisteo: