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Flamenco
Mayte Martín: “Me da igual que un artista sea de Morón o Pontevedra, lo que quiero es que no me tome el pelo”

Mayte Martín

Alejandro Luque

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Mayte Martín (Barcelona, 1965) es sin duda una de las grandes voces del flamenco actual, aunque siempre se ha mostrado dispuesta a adentrarse en otros territorios sonoros. Ya en su segundo disco, Free boleros, se medía con este estilo acompañada por el piano de Tete Montoliú, y desde entonces nunca faltan los aires latinos en su repertorio. Ahora regresa a la carretera con dos espectáculos, Tatuajes –un recorrido por canciones que forman parte de su memoria sentimental y de la del público– y Regálame esta noche, una colección de clásicos de la canción latina con la que ha entrado en el circuito CIPAEM de la Diputación de Sevilla, con el que acudirá la próxima semana a Utrera (10 de marzo) y Lebrija (día 11), La Rinconada (día 17) y Arahal (día 18).

En palabras de la artista, se trata de un espectáculo que “lleva tiempo rodando y al que se han añadido nuevos temas, y que presentamos por primera vez en Andalucía”. Lo cierto es que Martín ha logrado normalizar su doble faceta de cantaora jonda y cantante melódica, demostrando una versatilidad poco habitual. “Siento de manera clara es que empecé con el flamenco, fue mi primera palabra musical, pero también empecé a escuchar otras cosas desde muy joven, a enamorarme de otras músicas. Y he aprendido éstas como aprendí el flamenco”.

“Los géneros no son solo un repertorio, son una manera de enfrentarse a la música, de expresarse”, prosigue la barcelonesa. “Cuando paso a otro género musical, es porque ahí hay otros aspectos que están en mí y necesitan de ese género para encontrar su cauce. Y cada uno es un mundo, lo bonito es bucear en ellos. Eso sí, ni cualquiera que haga una soleá suena flamenco, ni cualquiera que cante un bolero suena a bolero”.

Invitación al viaje

Sí sonarán, desde luego, boleros genuinos en la propuesta de Martín, junto a baladas y canciones de sabor atlántico. Un camino, que, afirma, ha llegado de manera natural. “No soy calculadora, las cosas que hago no parten de la cabeza. Sigo los dictados de mi corazón y de mis emociones, de lo contrario no estaría ofreciendo una verdad. Y lo que no es verdad no sirve”, asevera.

"Esa costumbre que tienen los aficionados de enjuiciar severamente al cantaor o la cantaora no se ve tanto en otras músicas, en las que el clima es más distendido"

Por otro lado, cuando se le pregunta si la concentración y la exigencia es la misma cuando aborda temas latinos que cuando lo hace con el flamenco, empieza afirmando que “yo no cambio, me sumerjo en una seguiriya como en un bolero o un tango. Todo tiene que ver con la manera de construir ese viaje al que invito a mi público, eso es lo que realmente importa”. No obstante, reconoce que la exigencia del público flamenco la pone en una tensión mayor: “Esa costumbre que tienen los aficionados de enjuiciar severamente al cantaor o la cantaora no se ve tanto en otras músicas, en las que el clima es más distendido. Pero no me pongo tan nerviosa con el espectador en general como cuando vienen a verte compañeros”.

La cuestión la lleva a comentar la tan cacareada cuestión del apropiacionismo cultural, que tanta polvareda viene levantando en los últimos tiempos. ¿Es legítimo que un artista no criado en un ambiente determinado pueda incursionar en él, o la música es, por definición, ese territorio en el que nunca pueden pedirse pasaportes? La cantaora lo tiene claro: “Yo fui invitada por Leo Brouwer a cantar boleros a Cuba, ¡como si no hubiera gente allí que los cante, y maravillosamente! En vez de preocuparnos tanto de si el que canta pertenece a la tierra de la que salió el flamenco o el bolero, deberíamos ver si lo que se nos ofrece es digno de calidad”.

Al servicio del arte

“A mí”, agrega Martín, “no me importa si un artista es de Morón o de Pontevedra, lo que quiero es que no me tomen el pelo. Como público que también soy, exijo un respeto por parte del artista, una coherencia, una verdad, y en cambio tengo a veces esa sensación de fraude. Y la culpa la tenemos nosotros, los creadores. El mercado podrá pedir tomates azules si quiere, pero los responsables finales y únicos somos nosotros”.

Para la cantaora, hay un respeto hacia el arte “que no está reñido con la evolución, y que tiene que ver con no mancillar lo que tenemos. Nosotros somos quienes mejor sabemos lo que esto vale. La industria querrá siempre ganar dinero y puede que no le importen estas cosas, pero si nosotros tenemos clara nuestra prioridad, tenemos que mantenernos firmes y no dejarnos manipular. Es la industria la que tendría que estar al servicio del arte, como siempre estuvo. Pero ahora es al revés”.

Acompañada por una banda formada por el piano de Nelsa Baró, el violín y el contrabajo de Biel Graells y Guillermo Prats respectivamente; y las percusiones de David Domínguez -tumbadora y bongó- y Vicens Soler -pailas y bongó-, Mayte Martín se dispone a compartir un repertorio “asimilado de manera natural” a lo largo de su propia experiencia como oyente. “No es que haya querido meterme en las canciones iberoamericanas y haya empezado a escuchar ahora, estos temas forman parte de mi vida, los tengo en el hipotálamo. Solo he dado el paso de compartir, dar forma, hacer arreglos, adaptarlos a mi voz. Pero nada está decidido, todo está sentido”.

Para terminar, la por lo general circunspecta Martín ríe cuando se le pregunta si se arrancará a bailar al son de esos ritmos latinos. “El público, si hay sitio en el patio de butacas, está invitado a hacerlo, pero yo, más vale que me quede sentadita. Hay cosas para las que una nace, y otras para las que nacen los demás”.  

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