“La poesía intenta revelar lo secreto por medio de las palabras y de algún modo el poeta es un cabalista”
La poesía, la Cábala, Jorge Luis Borges y un cortapuros -“¡No me trago el humo!”, advierte como si alguien se lo reprochara-. Marcos-Ricardo Barnatán (Buenos Aires, 1946), 'veneciano' él y tal vez el mayor experto en Borges sobre el planeta, recibe en su casa de Santander rodeado de sus cuadros y un enjambre de libros que amenazan con bloquear el corredor de las habitaciones. Lleva en el dedo un anillo masón y pulseritas de colores en ambas muñecas. Le tiemblan un poco las manos y su paso es lento, geológico, mientras se dirige al balcón, que se asoma a la Plaza de La Esperanza, en donde su esposa está sentada en una terraza con la familia y los amigos. Hace una tarde espléndida, de esas que quitan el resuello, y la luz cae sobre una silla vacía y un velador.
A sus 76 años tiene la mente en forma y una manera de hablar significativa que parece empecinada en no derrochar las palabras sin sentido. Habla de la Cábala, a la que también ha dedicado parte de su vida y de la poesía, el género que considera propio, con permiso de las novelas, los relatos y los ensayos que ha escrito. De entre estos, los que dedicó al que considera el mayor escritor en lengua castellana del siglo XX, Jorge Luis Borges. Sin prisa, pero sin pausa, escribe el que él considera su último libro de poemas, 'Ritual', un poemario que viene y va, según el capricho de la mente, y que se va construyendo a medida que la inspiración y las ideas le hacen una visita. Él sigue buscando ese poema que esté 'por encima de todos los poemas', como declaró con 14 años. Todavía está en ello.
¿Por qué ha dedicado media vida a Jorge Luis Borges?
Para mí, Borges es el gran escritor en castellano del siglo XX.
¿Por qué?
Por su lenguaje, por su pensamiento y por su imaginación. En él coinciden su imaginación y una escritura muy singular, que le separa del resto, y un pensamiento que se refleja en varios libros de ensayo muy importantes. Es también un filósofo de alguna manera.
¿Cómo llegó a trabar relación con él?
Como todos los jóvenes de 16 o 17 años no leía a Borges. Leíamos a Cortázar, que era nuestro ídolo.
Porque, generacionalmente, Borges era mayor que Cortázar...
Era mayor. Borges nació en 1899, todavía el siglo XIX. Cortázar, no. Él es del 14. Se llevaban 15 años, tampoco era tanta la diferencia. Cortázar era un ídolo juvenil cuando yo entré en la universidad y a Borges se le consideraba de derechas, conservador, incluso 'extranjerizante' porque tenía mucha influencia de la literatura inglesa. Él vindicaba a Stevenson, a Kipling, a escritores que en Argentina se consideraban extranjeros, que lo eran, pero que eran una influencia foránea.
También de las sagas nórdicas.
Sí, claro, muy importantes cuando él empieza a estudiar anglo-saxon. Yo en ese momento ni lo sabía. Para mí, era un viejito, catedrático de Literatura Inglesa al que yo veía por los pasillos de la facultad. Lo veíamos por ahí, sentado, y sabíamos que era Borges, un personaje ya de la ciudad, pero no lo leíamos. Entonces, empecé a leer a Borges cuando mis padres me trajeron a España. Mi gran descubrimiento fue, y me asombré, cómo no lo había leído antes, teniéndolo ahí, en los pasillos de la facultad y en los cafés de alrededor. Entonces, en uno de mis viajes a Buenos Aires (tuve que ir obligado para hacer el servicio militar porque si no perdería la nacionalidad), empecé a perseguirlo, pero no me atrevía a acercarme.
¿Como si fuera el fan de una estrella del rock?
Sí, pero en secreto. Cuando había una conferencia de Borges, yo iba; cuando salía de la conferencia, lo seguía por la calle; él entraba a un restorán y yo entraba, me sentaba en la mesa de al lado. Me acuerdo de una noche en que, después de una conferencia, estaba Borges con su primera mujer, Elsa Astete, y su cuñada, y yo me senté a la mesa de al lado, a oír lo que decía, como si fuera un espía. Yo tenía 22 años, yo era un niño todavía, Luego empecé a comprar todos sus libros y a leer lo que no había leído en España, hasta que un día me armé de valor y lo llamé por teléfono. Había guías de teléfono en aquella época [ríe]. “¡Ah, bueno!”, me dijo, “¿cuándo quiere venir?”. “Bueno, no sé, cuando usted me diga”. “Bueno, venga mañana o pasado, a la hora de desayunar”. A las nueve de la mañana me presenté en casa de Borges, en la calle Maipú, y allí estaba el viejo, que no era tan viejo: era mucho más joven que yo ahora, en 1968, y tenía 69 años. Para mí era un viejito: yo tenía 22 y él, 68. Y además estaba la ceguera. Había una barrera para acceder a él: la edad, el respeto, la ceguera.
¿Y cómo fue ese primer encuentro?
Fue muy afable. Estaba desayunando en la mesa del comedor y estuvimos hablando, hasta que dijo: “¿Usted me llevaría a pasear?”. Salimos. Vivía cerca de la calle Florida, en el centro. Dimos un paseo por la calle. Hacía bromas continuamente. Era muy simpático y eso hizo que se rompiera esa barrera que me había creado de personaje intocable, reverenciado, separado por el respeto y la ceguera. Cuando volví a España en 1969 publiqué mi primer libro sobre él y comencé mi 'campaña' pro Borges. Hoy, casi todos los poetas vivos reconocen a Borges como un gran poeta. En 1965 no pasaba eso.
¿Le influyó a usted de algún modo como escritor?
Bastante. Sobre todo en los cuentos de mis primeros libros ['El horóscopo de las infantas' y 'La República de Mónaco']. Guillermo Cabrera Infante me dijo: “Muchos Borges”. Más Borges que Cabrera Infante, claro.
Le cambio la pregunta: ¿Cómo se definiría Marcos-Ricardo Barnatán como escritor?
Yo me he sentido sobre todo poeta, desde los 14 años en que escribí mi primer poema. He publicado cuatro novelas, algunas más experimentales, sobre todo dos [por 'Gor' y 'Diano'], influenciadas por el movimiento Tel Quel francés. En España no se llevaba, se llevaba el relato convencional. Tuve la suerte de tener de editor a Carlos Barral, que me editó dos novelas ['Laberinto de Sión' y 'Gor'].
En su estancia en España, primero en Barcelona, empieza a conocer a poetas, sobre todo a través de Pere Gimferrer, e introducirse en un círculo que luego daría a llamarse los 'venecianos', una generación de 'Novísimos', como también se la conocía. ¿Cómo fue aquello?
Cuando llegué a Barcelona, traía la dirección de Gimferrer. Me la había recomendado un poeta argentino. Yo lo cuento en 'El príncipe de Alepo'. Conocí a Guillermo Carnero y tanto 'Arde el mar', primer libro que Gimferrer reconoce, como 'Dibujo de la muerte', de Carnero, fueron dos libros muy importantes en la fundación de esa generación que surgió como reacción a la poesía social y a la poesía reaccionaria y decimonónica. Fue una reacción moderna a una poesía que considerábamos que era antigua. En España había dos movimientos: el garcilasismo, que era lo más cercano al régimen franquista y lo dirigía José García Nieto, y tenía el poder de las revistas oficiales y los medios literarios; y al otro lado, la poesía social, que era una poesía rebelde, ligada a la izquierda, representada fundamentalmente por Gabriel Celaya. Pero luego todavía vivían algunos de los poetas del 27, como Vicente Aleixandre, que fue muy importante para nuestra generación.
Su casa de Velintonia era lugar que frecuentaban todos ustedes...
No hacía ni poesía social ni garcilasista. Cernuda había muerto ya, pero también tuvo una gran influencia en nuestra generación. Y luego hubo otros poetas, tampoco los Novísimos eran algo uniforme. Estaba la influencia de Jaime Gil de Biedma, que a mí no me interesó.
¿Por qué?
Porque era una poesía demasiado evidente. Él fue el fundador de lo que se llamó después Poesía de la Experiencia. A mí nunca me interesó. A mí me interesaba mucho el lenguaje y el culturalismo. Y una poesía de la imaginación. Había gente que hacía poesía de la tortilla de patata con mucha patata y yo escribía sobre Camelot y Arturo.
En realidad, ¿no toda poesía es social, política?
Uno de mis primeros libros, 'Oración en Venecia', podría tener algo político, por una visita al gueto de Venecia, lo que llevaba al recuerdo del nazismo.
Su rasgos distintivos eran la formalidad y la imaginación, como reacción...
... a la poesía prosaica, porque no cuidaban el lenguaje, sino que lo simplificaban.
¿Dónde acabó el grupo?
Cada uno en su casa. Gimferrer hizo carrera con literatura en catalán, cosa que disgustó mucho a Aleixandre, que fue el gran protector de todos. Por eso es tan lamentable lo que pasa con la casa de Aleixandre, abandonada, tirada, sin que nadie ayude, cuando lo ideal es que fuera la Casa de la Poesía. Al fin y al cabo, es un Premio Nobel y no merece que se le desprecie.
¿A qué cree que es debida esa falta de reconocimiento?
Yo creo que, en el fondo, la derecha siempre lo consideró un exiliado interior. No se marchó de España, pero se aisló. A lo más que llegó fue a entrar en la Academia [de la Lengua] por presión de Dámaso Alonso. Y cuando le dieron el Nobel, con el primer Gobierno socialista, fui testigo de cómo el ministro de Cultura, Javier Solana, le visitó para felicitarlo a Velintonia. Pero cuando se le dio el Nobel se consideró que se premiaba a toda la Generación del 27, en la persona de un superviviente que no era ni Rafael Alberti, significado políticamente, ni Jorge Guillén. Había la duda, antes del premio, de si se lo darían a Aleixandre o a Guillén. Y muchos creían que se lo darían a Guillén e incluso presionaban. El diario 'El País' tenía preparadas las dos entrevistas por si acaso. Pero yo sabía a quién se lo darían.
¿Por qué las instituciones se olvidaron de Aleixandre?
Lo del PSOE no lo entiendo, la verdad.
En sus memorias aparece reiteradamente su condición de judío. ¿Qué tiene lo judío que es tan propicio para la escritura? ¿Hay algo en lo judío que aboque a la creación?
No creo que todos los judíos sean escritores [ríe], pero el pueblo judío ha tenido una gran relación con el Libro. Es el Pueblo del Libro. A lo único que adoramos en la sinagoga es a un libro, la Torá, que está puesta en el Tabernáculo. Los niños judíos, desde los 10 años, están obligados a aprender a leer y escribir hebreo, porque a los 13 años, cuando van a ser recibidos por la comunidad, tienen que leer la Torá. Esa relación con el Libro es muy fundacional, muy ligada al pueblo judío.
¿Hasta qué punto las raíces son importantes?
Sí, las raíces y las tradiciones. Ahora estoy escribiendo un libro de poemas que se llama 'Ritual' y de alguna manera muy suave me estoy acercando a la religión.
¿Cuándo publicará 'Ritual'?
Todavía no lo tengo terminado. Cuando tenga el libro más o menos hecho probablemente sea lo último que escriba de poesía.
¿Qué percepción tiene el poeta que no tienen los demás? ¿O es un impostor?
Siempre queda la duda de si somos impostores. Quien más la propició fue Borges. Cuento una anécdota: Borges publicaba habitualmente un poema en el suplemento literario de 'La Nación', que lo fundó Bartolomé Mitre, presidente de la República y traductor de 'La divina comedia'... y general, cuando los generales traducían 'La divina comedia' y no se dedicaban a dar golpes de Estado. Era otra época.
Tampoco eran santos...
No, ¿qué hombre es santo? Yo no conozco a ninguno. Yo creo que no hay santos, hay justos. Hay algunos hombres justos, pero santos, santos... Sigo con la anécdota: Cuando se publicaba el poema estaba muy nervioso esperando que sonara el teléfono. Sonaba y era Adolfito [Bioy Casares], que decía: “Borges, qué bueno su poema de hoy”. “Ah, le gustó”. “Sí, sí, mucho”. Luego esperaba a ver si sonaba de nuevo el teléfono y llamaba otro. Cuando llegaba el mediodía, respiraba más tranquilo: “Nadie se había dado cuenta de que soy un impostor”, decía. O sea, que no había mucha fe en ese poema, pero necesitaba que se lo dijeran. Otra anécdota: Cuando tenía 14 años, mi padre me llevaba a su oficina y había una máquina de escribir y todos los días escribía cuatro poemas, con fervor, pero cada uno peor que el otro, y mi padre me preguntó: “¿Por qué escribes tantos poemas?”. Y yo le dije: “Quiero escribir un poema por encima de todos los poemas”. Mi padre me miró y dijo: “Tengo un hijo que está loco”.
Me imagino que ya no escriba de manera tan compulsiva.
Esa verborrea, con la edad, se va calmando, vas rompiendo y tirando y llega el momento en que el poema es una rara avis que aparece en tu vida. Ahora escribo un poema una vez al mes.
¿Le viene el poema o lo busca?
Hay una fermentación. El poema fermenta en tu cerebro. Yo muchas veces en la cama tengo un verso que me viene y muchas veces me levanto y lo anoto. Y eso va fermentando y a veces termina en poema y a veces no. En otras ocasiones, tengo la idea de un poema, un poema sobre 'esto', pero no lo fuerzo, espero.
¿Cuándo sabe que un poema está terminado?
Se puede reescribir, pero muchas veces lo estropeas porque pierde la frescura de su florecer. Ahí está la duda de si hay que corregir o no. Te pasa con todo. Los libros nunca están terminados. Se abandonan cuando los entregas al editor.
Por cierto, ¿ha encontrado 'el poema por encima de todos los poemas'?
Todavía no [ríe]. Uno de niño es muy ambicioso, pero de mayor se va perdiendo gas. La ambición es muy bonita, pero ingenua, como la fe. La fe en general la vas perdiendo porque la vida te la va quitando.
Si tuviera que elegir una virtud del ser humano, ¿cuál sería?
La compasión.
La compasión puede entenderse como una manifestación de la bondad.
Lo es, sí. Y escasea, pero a veces la encuentras.
¿Es usted una persona compasiva?
Lo intento, pero no siempre lo consigo [ríe].
Decía antes que en su nuevo poemario intenta aproximarse a la religión. ¿Se considera una persona religiosa, entonces?
A mí me gustan los rituales, como una cuestión cultural. Yo no soy judío practicante, pero festejo el Año Nuevo, la Pascua... No soy hombre de sinagoga.
¿De dónde procede su interés por la Cábala?
Se la debo a Borges. Este tiene un ensayo que se llama 'Vindicación de la Cábala' y tiene también el famoso poema 'El Golem', que es uno de los que más me gustan.
¿Cómo se acerca entonces a la religiosidad?
Desde la mística. La Cábala, otra vez. Siempre me ha interesado mucho el misticismo judío [señala unos tomos negros de su librería: el Talmud de Babilonia]. He publicado libros sobre Cábala, que me los publicó Barral.
¿Cómo explicaría la Cábala a un profano?
Cábala quiere decir tradición. Los cabalistas eran unas personas que se dedicaban a estudiar la Ley, la Torá, pero con una interpretación diferente de la de los talmudistas, que se pasaron la vida discutiendo cada pedacito de la Ley. Los cabalistas tienen distintas formas de interpretación. Piensan que detrás de lo escrito hay una realidad secreta. Entonces hay que interpretarla y descifrarla y ellos se dedican a descifrar lo escrito por Dios. Es fundamentalmente medieval, lo que tiene que ver con la alquimia, con la filosofía, con el misticismo. Las grandes corrientes del misticismo judío están en la Cábala
¿Usted cree que existe una realidad secreta?
Sí.
Hábleme de ello.
Creo que tenemos que interpretar. Yo no soy cabalista porque a la Cábala hay que dedicarle la vida, y yo no estaba dispuesto. Mi interés es literario, personal, porque yo prefiero dedicarle mi vida a la literatura.
A la poesía. ¿No es la poesía otra forma de vislumbrar esa realidad oculta de la que habla?
La poesía también intenta revelar lo secreto por medio de las palabras. De alguna manera el poeta se parece al cabalista.
Y le dedica su vida.
Sí, claro.
¿Usted ha descubierto ese secreto?
¿El de la poesía?
No, el de la realidad oculta. ¿Se ha aproximado?
[Guarda silencio]. Ha habido vislumbres, acercamientos. Una vez hice una antología del Zóhar [comentarios de la Torá y guía de crecimiento espiritual], que es como la Biblia de la Cábala, lo llaman el Libro del Esplendor. Dicen que no hay que leerlo de una vez porque te puedes volver loco, sino en pequeñas 'diócesis' [ríe].
¿Cree en una cierta trascendencia después de la muerte?
No, no creo en la trascendencia después de la muerte. Creo que la trascendencia ha de darse en vida.
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