Igual o peor

Mi abuela Mellos falleció unas pocas semanas después de cumplir 99 años, en plena pandemia. Fue una mujer lúcida, incansable, con unas ganas de vivir que se demostraban en su capacidad innata para hacer planes a largo plazo a pesar de su avanzada edad. No se conformaba con un diagnóstico que redujera sus dolencias a los típicos achaques que algunos médicos atribuían una y otra vez a su fecha de nacimiento. Cuando estaba a punto de ser una mujer centenaria, llevaba ya décadas respondiendo de la misma forma cuando le preguntábamos cómo se encontraba: “Igual o peor”, nos decía. A mi familia y a mí, claro, a veces se nos escapaba una sonrisa después de tanto tiempo escuchando la misma coletilla a una persona incombustible y con una 'mala salud de hierro' como ella.

Y es que hablo a menudo de mi abuela, y me encanta contar anécdotas suyas, —como saben los que me conocen mucho—, pero esta alusión no es gratuita. Traigo esta reflexión hasta aquí porque no puedo dejar de pensar en su respuesta, en ese característico “igual o peor” con el que tanto hemos bromeado a lo largo de los años, cuando escucho a algunos responsables políticos del actual Gobierno de Cantabria hablando del estado de la sanidad pública en nuestra comunidad autónoma. Saben que la situación es “igual o peor” y presumen de ello, incluso. Un mal menor. No hay ningún tipo de ambición, no hay voluntad de mejora, viven inmersos en una espiral de conformismo e irresponsabilidad.

Ante cualquier denuncia, por flagrante que sea, como ocurre con los alarmanes retrasos en los cribados del cáncer de mama, nos responden que esto ya había ocurrido antes. Cuando destapamos los cientos de millones que se derivarán a un hospital privado que es propiedad de una orden religiosa, nos dicen que eso siempre se ha hecho así. Si hablamos del cierre masivo de consultorios rurales durante el verano, la justificación es que otros años ha sido peor. Si faltan pediatras, si no hay radiólogos, si las listas de espera para una operación crecen, si el transporte sanitario es un caos en manos de empresas privadas que van haciendo buenas a las adjudicatarias anteriores, si te suspenden una prueba médica importante y tienes que esperar meses hasta que te reprogramen la siguiente, si no puedes acudir a tu médico de cabecera porque cuando llegue la cita ya estarás curado… todo eso es culpa de los anteriores gestores. Vamos, que todo es “igual o peor”, pero no es culpa suya, que es lo importante para ganar las próximas elecciones.

Porque María José Sáenz de Buruaga (PP) se presentó a sí misma como una “presidenta sanitaria” que daría la vuelta como un calcetín al sistema público de salud, sacando pecho de su etapa como consejera de Sanidad durante el Ejecutivo de Ignacio Diego entre 2011 y 2015. Prometió un pacto por la sanidad en sus primeros 100 días de Gobierno si era elegida y su programa electoral en los comicios de 2023 era una obra de ficción que conviene repasar de vez en cuando para comparar la realidad con las promesas que se hicieron entonces.

Venía a “pacificar” el sector e imprimir un cambio de rumbo, pero el caldo de cultivo indica que vamos en la dirección contraria. Se barruntan movilizaciones y protestas masivas en defensa de la sanidad pública a corto plazo, porque flota en el ambiente una sensación de hartazgo cada vez más clara. Porque a lo largo de cuatro años que dura una legislatura todos tenemos que pasar alguna vez —en el mejor de los casos— por el hospital o el centro de salud, vivimos en primera persona la degradación progresiva del sistema y no hay propaganda ni discursos políticos grandilocuentes que influyan tanto como lo que ven nuestros propios ojos o sufrimos en nuestras propias carnes.