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Leche, aceite o medicinas por encargo: la labor social no reconocida de los taxistas rurales que se acentúa en la pandemia

Joaquín Gómez posa junto a su taxi.

Rubén Alonso

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Leche, aceite, medicinas e incluso un tubo de pegamento. Son algunos de los recados que hacen a diario los taxistas rurales, en zonas completamente alejadas de las urbes, en su mayoría a personas mayores que residen allí. Se trata de una labor social no reconocida que vienen realizando desde hace años, pero que se ha acentuado durante la pandemia, que ha acrecentado aún más las dificultades de movilidad que ya había en la conocida como 'España vaciada'.

“Llevamos a personas mayores a la compra o al médico porque somos su único enlace con el exterior”, cuenta Joaquín Gómez, taxista cántabro que opera en Corvera de Toranzo, municipio ubicado en el Valle de Toranzo que se caracteriza por su baja densidad de habitantes y su dispersión poblacional.

Este taxista, que denunciaba recientemente en una carta abierta la delicada situación en la que se encuentra este sector, agravada durante la crisis sanitaria del coronavirus, cuenta en conversación con eldiario.es la cruda realidad que supone ver cómo la vida en el campo se está “muriendo” progresivamente.

“Yo soy muy de pueblo, me encanta, y me da pena que la gente se vaya”, subraya. Pero es que la gente mayor que aún habita en esas zonas rurales lo tiene muy difícil para poder tener acceso a los servicios básicos, como ir al médico o a la compra. Para ello, tienen que hacer uso del taxi, puesto que los autobuses no llegan hasta allí, o no en una frecuencia que pueda resultar útil para sus viajes, y no se pueden permitir pagar 30 o 40 euros en cada salida.

“Hace poco me dijo una señora que se iba a vivir a una residencia, y yo le dije: 'Pero ¿por qué? Si estás muy bien'. Y me contestó que no se puede permitir pagar un taxi cada vez que quiere ir al supermercado, al centro de salud o a la farmacia”, relata Gómez.

“Otros me dicen: 'Tengo miedo, el día que vosotros no estéis, ¿qué hacemos?'”, señala, asegurando que cuando él se jubile dentro de poco nadie recogerá el testigo de su licencia. “Nadie la quiere”, lamenta sobre el riesgo que tiene este sector de desaparecer.

Y es que, tal y como relata este hombre, durante la etapa más crítica de la pandemia y de mayor confinamiento, los taxistas rurales han atendido las necesidades de las personas mayores que se encontraban solas. “En estos meses no hemos recibido aplausos ni reconocimiento por parte de la población, pero es que nadie se ha puesto a pensar que, cuando nadie circulaba por la carretera, nosotros llevábamos a las personas que necesitaban moverse a expensas de poder contagiarnos”, sostiene este profesional, recalcando que lo han hecho sin pensar en ellos mismos. “Lo hemos hecho porque había que hacerlo, porque nuestro servicio al final es, también, esencial”, remarca.

“No quiero subvenciones”

En este sentido, alza la voz para que la administración los escuche y dé ayudas a las personas que con pensiones bajas no pueden permitirse pagar el servicio de taxi para desplazarse. “Estoy dispuesto a bajar la tarifa y no quiero subvenciones para nosotros, pero queremos trabajar”, recalca, haciendo énfasis en que actualmente la gente sigue “teniendo miedo” a salir de casa y que cada día se vuelve a su hogar con cinco o diez euros.

“Se me ocurre que cada taxi que presta los servicios en un municipio o área de prestación conjunta con otros colindantes tuviera adjudicada alguna ruta escolar que fuera del número de ocupantes igual o menor a sus plazas y que, en muchas ocasiones, por las carreteras tan estrechas es difícil y peligroso que llegue un autobús”, propone, criticando que las empresas de autobuses “cuentan con más ventajas para hacerse con esos servicios”.

En esta misma línea se pronuncia Javier Serna, quien dispone de la única licencia de taxi de la zona de Voto, que además es adaptado a la movilidad reducida. Este profesional cuenta que tiene dos o tres clientes a los que les ayuda con las compras. “Al final el taxista se convierte en el chico de los recados”, bromea, señalando que de eso están “encantados”, pero que se sale de la labor específica de su profesión.

Serna, quien explica que durante el confinamiento pasó de hacer 8.500 kilómetros al mes a hacer 1.000 para servicios urgentes, reclama también que se les adjudique alguna ruta escolar o incluso sanitaria. “Queremos que se nos pongan facilidades, más que a las grandes empresas de autobuses”, sentencia.

Y es que, en definitiva, lo que reclaman los integrantes de este sector son alternativas para poder subsistir. “Quiero pedir que no se nos ignore, que piensen que cumplimos una misión social importante en la Cantabria rural, ya desfavorecida desde hace mucho tiempo”, concluye Gómez.

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