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Sobre este blog

Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.

Agricultura familiar y desarrollo sostenible

Familia armenia tras un largo día de cosecha Foto de Narek75

Cada alimento que nos metemos en la boca tiene una historia por detrás. Aparte de su sabor, el alimento trae consigo el lugar donde lo hemos comprado, su zona de producción, su productor y las prácticas que éste ha utilizado para producirlo. Por eso, con cada bocado estamos ingiriendo toda una historia y toda una cultura. Noción esta última muy bien encapsulada en la cita del geógrafo Jean Brunhes “Comer es incorporar un territorio” (“Manger, c'est incorporer un territoire”).

Aunque hay muchas formas de producir alimentos, las prácticas agrícolas responden principalmente a un gradiente que va desde la llamada “agricultura familiar” hasta la “agroindustria”. La agricultura familiar utiliza principalmente el trabajo de los miembros de las unidades familiares y puede ir a su vez desde la agricultura producida para autoconsumo hasta la producción para venta (ver aquí).

En los últimos años se ha dado más importancia a la agricultura familiar gracias a iniciativas como el Año Internacional de la Agricultura Familiar (2014) y ahora con la declaración del decenio de la agricultura familiar para 2019-2028, promovidas por la Asamblea General de las Naciones Unidas con el objetivo incentivar a los gobiernos a adoptar medidas de apoyo a estos agricultores.

¿Por qué es importante la agricultura familiar? Hay, al menos, cinco razones de peso:

Porque es clave para sostener a la población mundial: a pesar del enorme crecimiento de la agro-industria desde los años 60, la agricultura familiar todavía produce cerca del 80% de los alimentos del mundo (¡aunque haya una gigantesca compañía que anuncia como algo positivo su intención de alimentar a todo el mundo en 2050!).

Porque favorece la descentralización de la producción, facilitando el desarrollo de regiones menos pobladas.

Porque es más diversa, lo que ayuda a mantener una mayor variedad de paisajes, productos alimentarios, alternativas locales, tradiciones culinarias e, incluso, gustos de los consumidores.

Porque contribuye a reducir la concentración excesiva de las rentas y, por tanto, la desigualdad: mientras la agro-industria está dominada por dos o tres grandes empresas, los agricultores familiares son infinidad.

Finalmente, porque es mejor para el medio ambiente, ya que favorece tanto el consumo de proximidad (reduciendo la huella de carbono del transporte y la distribución de alimentos) como unas prácticas agrícolas con menor consumo de agroquímicos. Esto no implica que, en ausencia de políticas e incentivos adecuados, todos los pequeños productores sigan prácticas agrícolas sostenibles, o incluso razonables; pero sí que esta forma de cultivo es más resiliente en ausencia de productos agrotóxicos y que, dada su menor capacidad de lobby, el sector es más proclive a aceptar y responder positivamente a las políticas agroambientales.

Mientras que el Gobierno de España no ha adoptado ninguna iniciativa para promover la agricultura familiar más allá del apoyo al Año de la Agricultura Familiar, Portugal y el resto de la Comunidad de Países de Lengua Portuguesa (CPLP) firmaron la Carta de Lisboa Pelo Fortalecimento da Agricultura Familiar el 7 de Febrero de 2018. Esta firma fue también celebrada en un seminario en la Universidad de Lisboa que contó con la presencia, entre otros, del Director General de la FAO y del Secretário de Estado das Florestas e Desenvolvimento Rural portugués. En este seminario se discutieron varias experiencias de promoción de la agricultura familiar a nivel global, entre las que destaca la de Brasil, donde estas medidas han ayudado a alcanzar la erradicación del hambre en los últimos años dentro del programa Fome Zero. Más próximo a la problemática española, se discutieron las iniciativas de algunos municipios portugueses para promover este tipo de agricultura, como por ejemplo el programa de sostenibilidad en la alimentación en las escuelas de Torres Vedras, que incluye acciones como la compra de alimentos de huertos comunitarios y productores locales, así como la educación alimentaria de niños, madres y padres.

¿Se puede entonces decir que Portugal, a diferencia de España, está dando pasos para fomentar la agricultura familiar? Si, aunque aún no muy grandes. El texto de la carta de Lisboa es un texto de buenas intenciones, pero no es un texto normativo. Y también es cierto que el gobierno portugués firma esta carta con una mano, pero apoya las políticas de la Unión Europea con la otra. Políticas que incluyen una Política Agraria Comunitaria (PAC) que sigue favoreciendo a los grandes productores sin apoyar de manera efectiva a la agricultura familiar; o la firma de acuerdos bilaterales de asociación económica con los países de África Meridional y Canadá (el famoso CETA) que pueden llegar a ser muy perjudiciales para los productores locales, como comentó en el mismo encuentro Beatriz Gascò Verdier. Usando el caso de los productos cítricos como ejemplo, esta Diputada de las Cortes Valencianas se preguntó qué sentido tiene importar del otro lado del mundo productos que ya son cultivados localmente, dejando al mismo tiempo que el excedente de producción local acabe en la basura – sobre todo, sabiendo que el diferencial de precios solo es positivo para esos productos importados porque estamos monetarizando de forma incompleta los costes energéticos, sociales y ambientales involucrados en su producción y transporte. Hay que entender que “no es posible apretarse el cinturón y bajarse los pantalones a la vez.”

La verdad es que, como consumidores, está en nuestras manos elegir qué tipo de agricultura y qué tipo de productores queremos apoyar. De hecho, y a diferencia de otros productos como la energía, el tipo de agricultura que se consume es una de las pocas cosas sobre las que la ciudadanía con un mínimo de poder adquisitivo tiene todavía bastante control. En cada alimento que compramos no solo estamos decidiendo sobre nuestra salud y nuestro modo de vida, sino invirtiendo nuestro dinero en un tipo de agricultura y en un sistema de producción alimentaria concretos. Además de ver los infinitos programas de master, top y mega chef que se multiplican en la televisión, deberíamos pensar qué tipo de alimentos queremos en nuestro plato.

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