La extrema derecha, los demócratas y el desiderátum de Europa
Europa fue un desiderátum para los demócratas en España y, en buena medida, lo sigue siendo. Por sus déficits de representación, su excesiva burocracia y sus implacables políticas de austeridad, la izquierda tiene razones para ser crítica con el funcionamiento de la Unión. Sin embargo, como se ha visto con el Brexit en el Reino Unido, son los jóvenes, la población urbana y los ciudadanos y ciudadanas de ideas progresistas los que más se oponen a considerar que el proyecto europeo ha entrado en una vía muerta y a salirse de él.
El europeísmo está en el ADN de los demócratas en nuestro país y no es casual, por ejemplo, que el independentismo catalán sea proeuropeo. Nada que ver con los nacionalismos que se han excitado en otras zonas del continente. Ni con esas derechas extremas que aglutinan fuerzas, ante las elecciones al Parlamento Europeo del 26 de mayo, para combatir a la Unión Europea desde su mismo corazón político, en Bruselas.
Una vez me contó Vicent Ventura una anécdota que ilustra perfectamente la mentalidad de los sectores reaccionarios en este asunto. Antifranquista primero en el grupo de Dionisio Ridrueho y después en un incipiente socialismo valencianista que lideró en tiempos difíciles, Ventura participó en 1962 en la reunión del Movimiento Europeo que la dictadura bautizó como el “contubernio de Múnich”. Aquello le costó un año y medio de exilio en París y el ostracismo en su oficio de periodista al regreso, pero no redujo su activismo europeísta, que era también “un antifranquismo tácito”.
Durante una conferencia que impartió en Cullera ante un auditorio en el que había productores de naranja y exportadores, se esforzó en explicar que la Comunidad Económica Europea, o el Mercado Común, como se la conocía entonces, representaba el futuro, especialmente para una economía como la valenciana, abierta al exterior, pero que resultaba imposible incorporarse a sus ventajas sin una adaptación del sistema político a los estándares del Tratado de Roma.
Ventura me decía: “Todo lo expliqué cautelosamente, porque resultaba peligroso afirmar directamente que Franco no podía caber allí de ninguna manera”. A pesar de ello, uno de los asistentes, gran propietario rural, le interrumpió: “Usted lo que quiere decir es que, si el franquismo no entra en la Comunidad, podemos tener dificultades en la exportación de naranjas... ¡Mire, prefiero arrojar las naranjas al río, pero que Franco se quede!”.
El lejano incidente invita a reflexionar sobre la divergencia entre los intereses reales y la política que se defiende. Y retrata a una cierta derecha y una versión del nacionalismo español, este sí, refractario a Europa, que desgraciadamente vemos aflorar estos días de campaña electoral con el viejo tufillo franquista en propuestas, declaraciones y actitudes.
Afloran las formaciones ultras, asesoradas sin ningún recato por Steve Bannon, el estratega de Donald Trump que se ha venido a Europa a alentar a Salvini, Farage, Orbán, Le Pen, Mauthen o Abascal. Alguien que no tiene empacho en definirse como un “nacionalista” de los Estados Unidos de América se convierte en gurú de unas derechas extremas dispuestas a actuar como un ejército de caballos de Troya para liquidar los “Estados Unidos de Europa”.
La amenaza no es menor y hace más irresponsable, si cabe, la táctica de esas otras derechas que se proclaman europeístas y están dispuestas a repartirse el poder con quienes no lo son.
Europa es, todavía, un desiderátum de demócratas y progresistas, porque queremos que sea más solidaria, que esté menos entregada a los lobbies, los poderes fácticos y las lógicas financieras, que no nos dé vergüenza su política migratoria a la vez temerosa y trágica, que haga caso a Greta Thunberg cuando fustiga la pereza de sus gobernantes en la lucha contra el cambio climático, a la que urgen las nuevas generaciones... y tantas cosas más.
En efecto, la Unión Europea es un proyecto político de rumbo incierto, pero como ha advertido Jürgen Habermas, los prejuicios nacionalistas, racistas, antiislámicos y antisemitas que expande el estilo del actual presidente de Estados Unidos, el avance del autoritarismo en Rusia y el peso creciente de China hacen que “Europa de pronto se vea obligada a arreglárselas por sí misma, en el papel de guardiana de los principios liberales y apoyando a una mayoría del electorado estadounidense apartada del poder”. Nunca ha hecho tanta falta en el mundo la cooperación entre europeos y desde que empezó, tras la Segunda Guerra Mundial, nunca ha estado tan amenazada.