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El aperitivo apocalíptico de la cándida Cho Hyun-ah

José Manuel Rambla

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Definitivamente estamos cambiando de ciclo. Lo políticamente correcto, aquel consuelo formal con música de guitarra catequista que marcó el discurso del liberalismo posmoderno, está siendo sustituido por lo histéricamente correctivo. El caso de la cándida Cho Hyun-ah, lejos de ser una simple anécdota, tiene el extraño poder de adelantarnos los nuevos usos sociales que nos aguardan. Cuando la hija del presidente de Korean Air exigió a una azafata que le suplicara perdón de rodillas y obligó al piloto a regresar para expulsar del avión a la impertinente trabajadora, la dulce Brezo, como se la conoce familiarmente, se limitó a dejar constancia de que quienes viajan en primera clase no están dispuestos a asumir ninguna renuncia, ni siquiera la de aceptar una bolsita de frutos secos sin abrir en lugar de recibirlos finamente servidos en un platito.

Algunos, con falso moralismo, se han apresurado a presentar el caso como un lamentable episodio de arrogancia desmedida, tratando de encubrir el alcance real de los hechos. El incidente pasaría a ser presentado como un lamentable ejemplo de soberbia que le ha costado a la malcriada niña de papá su destitución como vicepresidenta de la compañía e incluso su detención, como una Pantoja cualquiera, por haber puesto en peligro la seguridad del avión con su caprichoso comportamiento. Sin embargo, el único error que cometió la iracunda ex directiva fue el de precipitarse al mostrarnos sin tapujos cómo ha llegado en día en que se acabaron las bromas y que quienes ocupan la Business Class están listos para defender con uñas y dientes sus almendritas.

De hecho, su comportamiento se diferencia bien poco del nerviosismo con que los grandes y sensatos europeos han reaccionado estos días a la convocatoria electoral en Grecia y a la previsible victoria de Alexis Tsipras. Resulta curioso que quienes durante los últimos años han hecho oídos sordos a la desesperación del pueblo griego hayan recuperado ahora de golpe la sensibilidad auditiva para escuchar el irresistible avance del joven izquierdista en las encuestas. Y su reacción no se ha hecho esperar: anunciar el mismo Apocalipsis que hace siglos describió un tal Juan, alias El Evangelista, precisamente desde la helénica de Patmos. Así pues a los griegos, como la azafata de Korean Air, se les da a elegir entre arrodillarse o prepararse para ser expulsados del avión. Una dicotomía de dudosa efectividad teniendo en cuenta que se dirige a unos ciudadanos a los que los continuos ajustes hace tiempo que les privaron de la posibilidad de viajar en avión. Eso sí, en cualquier caso, una ilustrativa manera de recordarnos que la democracia nació en Grecia.

También en las Españas el histerismo comienza a adueñarse del respetable público. Y ya se sabe que aquí la única opinión que cuenta es la de ese público respetable y no de aquel que sigue la función desde el gallinero, por mucho que sea más numeroso y en ocasiones deje sentir su estado anímico con algún pataleo. Pues bien, la gente decente nos alerta de los males que nos traerán ese populismo bolivariano neocomunista que empieza por servir una bolsa de almendras sin abrir y termina revisando la deuda, exigiendo que los ricos paguen impuestos o reivindicando el derecho a tener miedo al despido.

Es verdad que, como siempre, aquí las nuevas tendencias llegan siempre con retraso. Por eso el PP todavía confía en las bondades del maquillaje macroeconómico, recuperando el mantra aznariano del Españavabien y confiando en que la confianza de los españoles acabe por regresar como las oscuras golondrinas del poeta. Desgraciadamente para ellos, lo único que parece asomarse por los cielos peninsulares son agoreros los grajos de la precarización y la desesperanza. No en vano, es tanto el descrédito al que han llegado los retoques disimuladores que hasta la todopoderosa Corporación Dermoestética ha terminado en bancarrota. Y si lifting estadístico no sirve de nada, ¿para qué disimular si podemos anunciar el Apocalipsis?

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