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Caridad o nada. Tapones o el final…

Laura Vilanova

La pobreza aumenta. Los niños no comen. Los padres menos. Los abuelos se van a la cama con una infusión. Los libros se borran para ser reutilizados. La ropa se saca de contenedores. Los juguetes se reciclan. Los alimentos básicos se donan en las puertas de los supermercados. 10 euros para una ONG. 15 para otra. Cesta de la compra para Cruz Roja. Otra para el Banco de Alimentos. Ropa para Proyecto Lázaro. Libros para el Banco del colegio. Zapatos para ese vecino que lo pasa mal. Tapones para la silla de ruedas, o para la operación para salvar la vida a ese niño y que no cubre la Seguridad Social o para… ¿Dónde se ha escondido el Estado del Bienestar? ¿Dónde están los derechos sociales? En esta crisis sólo hay dos opciones: Caridad o nada. Tapones o el final.

Pero no señores, no señoras. Esto no es así. Así no se construye un estado. A base de caridad disfrazada de solidaridad, a costa de beneficencia, confiando en la buena voluntad de la azotada clase media. Así no era el juego. ¿Se acuerdan? El trato era otro. Pagábamos impuestos a cambio de prestaciones. Cumplíamos con nuestro deber de ciudadanos a cambio de derechos. El espíritu de la democracia era otro. ¡No se confundan! El espíritu de la transición era alcanzar acuerdos más allá de ideologías para conseguir un estado democrático en el que todos sus ciudadanos y ciudadanas fueran iguales en derechos y obligaciones, en el que el Estado mitigara con sus instituciones, con su maquinaria…las carencias de sus ciudadanos. Sanidad para todos, educación para todos, vivienda digna para todos, trabajo para todos. Y no se trataba de limosna. ¡De eso ya hubo mucho antes en este país!

Son derechos. Los que nos ha quitado esta crisis. El derecho al trabajo, a la vivienda, a la sanidad,…. ¿Y se extrañan que los ciudadanos estén desencantados con los políticos? ¿Para qué los quieren? No son los que les sacan del apuro… el que les da de comer es el vecino, o el dueño del bar de la esquina, o la ONG. El que posibilita que sus hijos tengan libros es el padre que donó los de su hijo. El que permite que a su hija le pongan una nueva válvula o le reparen su corazón averiado es el niño o el anciano o la joven o el ejecutivo, que acude con su bolsa de tapones de plástico a una oficina de Correos, a Seur, al Colegio, a la carnicería del barrio…

Sin derechos ¡y dando gracias! Porque a nuestros hijos no los asesinan mientras juegan al fútbol en la playa o porque no tienen que comer papillas proteínicas en los campos de refugiados que ACNUR tiene por el mundo. O porque no los secuestran mientras están en el colegio para abusar de ellos.

Sólo una pregunta: ¿qué pasará cuando ya no haya tapones que recoger?

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