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“Casitis” aguda

Xavier Latorre

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El canadiense Erving Goffman, padre de la llamada microsociología, se hizo pasar en los años 50 por ayudante de un profesor de gimnasia para vivir enclaustrado en un hospital psiquiátrico de Washington junto a siete mil internos. De aquella experiencia nació su obra Asylum (Internados, en castellano). En ella este profesor analizó como es la vida cotidiana en sitios donde se vive encerrado. Para él, esas instituciones necesitan que se hagan siempre las mismas cosas, que se realicen actividades estrictamente programadas y que las normas impuestas sean dictadas de forma jerárquica y acatadas sin discusión alguna. Sus reflexiones se extrapolaron luego a otros lugares donde se practica el aislamiento social y que comparten algunas premisas propias del enclaustramiento: prisiones, barcos mercantes, conventos, regimientos militares, orfanatos o campos de concentración. Y el hombre ayudó y mucho a crear movimientos propicios a la libertad que favorecieron fenómenos como la antipsiquiatría, propensa a abrir las puertas de la calle de esos centros de internamiento.

Este profesor alucinaría, 60 años después de esas investigaciones, con el inmenso campo de pruebas que tendría a su alcance con este macroconfinamiento mundial, con esta clausura de los hogares bajo llave ocasionada por la crisis sanitaria de la actual pandemia. Este obligado experimento colectivo dará mucho qué hablar y qué analizar en lo sucesivo. En cuanto se levante la cuarentena y veamos lo que había debajo de las alfombras descubriremos ejercicios sanos de solidaridad, repugnantes muestras de falta de empatía, violencia de género descarnada, exhibiciones gratuitas de odio visceral, manifestaciones de resignación cristiana, demostraciones de egoísmo barato y, ante todo, estupor, miedo e incredulidad.

Muchos vecinos padecen una enfermedad menos letal que el coronavirus, pero también dañina, una patología que infecta nuestros hogares al encender la tableta electrónica o el móvil inteligente de 800 euros. Las redes sociales nos contagian por lo general de algo vacuo pero peligroso: las mentiras a destajo producidas por falta de asepsia comunicativa. Alguien nos tenía que haber advertido que este encierro provocaría un alud de falsedades interesadas que podrían perjudicar la cordura de los más frágiles. Nos deberían haber recomendado que nos laváramos concienzudamente el cerebro con un estropajo antes de encender cualquier artilugio electrónico, televisión incluida.

Conozco tenderos, prejubilados que viven al día con lo justo, camareros, mayores dependientes y parados, abducidos todos ellos por unas doctrinas que pretenden exprimir su voto a conciencia. No puede ser que alguien se indigne por el mail de una profesora y no por el robo masivo de fondos en la construcción de escuelas; no es tolerable que porque a algunos profesionales de la salud les haya faltado el indispensable material de protección todo el sistema sanitario sea una mierda; no es de recibo que en un video intempestivo se utilice al inmigrante como ariete de confrontación social. Hay personas indefensas que se creen unas recetas políticas trasnochadas a pie juntillas. Algunos vaticinan que de esta pandemia saldremos con regímenes autoritarios que apelarán al miedo colectivo para imponer un ideario hueco que huele a naftalina. ¡Presten atención al futuro!

La “casitis” aguda que atravesamos puede traernos una larga convalecencia, fuertes secuelas económicas y una lenta recuperación anímica; intentarán intoxicarnos a todos al menor descuido, nos querrán inocular otro virus invisible: el de la intolerancia. Como dijo Goffman, “en la mayoría de las sociedades estratificadas existe una idealización de los estratos superiores y cierta aspiración a ascender hasta ellos”. Otros héroes distintos a los profesionales sanitarios, personas solidarias y ecuánimes, nos deberán curar de la próxima pandemia social: el fanatismo ultra resultado de ese espejismo social. Usted puede elegir cómo salir de esta. No deje que mañana, en estos tiempos convulsos, se propague el neofascismo. Muchos europeos ya murieron por esos ideales; no volvamos de nuevo al campo de batalla porque algunos digieran mal la rabia contenida. Dentro de unos días, al salir de casa, hagan el favor de mantenerse cuerdos y de disfrutar de la primavera valenciana. La post-cuarentena requerirá extremar aún más la higiene; en este caso, la higiene mental.

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