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Disyuntiva

Josep L. Barona

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Tras la critica sesión del comité federal del PSOE que provocó la renuncia de Pedro Sánchez, Alberto Garzón calificó el acto como un golpe de estado de la oligarquía del partido. Desde entonces se ha extendido entre la opinión publica la idea de que la crisis del partido socialista es consecuencia de la tensión entre una parte de la élite que dirige y gobierna los órganos de decisión y representación, y la militancia y los votantes. La polémica sobre la abstención ante la investidura de Rajoy es un estudio de caso excelente para el análisis político, que desvela el telón de Aquiles de la democracia representativa y, en particular, de la socialdemocracia: eligen los ciudadanos, gobiernan las elites. Conciliar ese binomio se ha convertido en la enfermedad grave y probablemente mortal de la socialdemocracia. Cuando la comisión gestora o la comisión ejecutiva otorgan una decisión tan trascendente al comité federal, están dando el poder a la elite sin consultar a las bases.

Dirigir la acción política y gobernar requiere conciliar la ideología, la estrategia y los intereses de las bases y los militantes y con las decisiones de los gobernantes y representantes. Por eso en los partidos conservadores no hay grietas ni fracturas entre ambas, ya que las élites y las bases coinciden en sus ideas e intereses. La crisis del PSOE denota la fractura, que es consecuencia del alejamiento cada vez mayor entre los dirigentes y ciudadanos de izquierdas, como lo demuestra la perdida sucesiva de apoyo social desde que empezó la crisis hace una década.

Cuando los partidos socialdemócratas en Europa comenzaron a gobernar en el marco del neoliberalismo global para las élites económicas y los poderes tradicionales el crecimiento de la economía enmascaraba las desigualdades. En época de penuria ha producido, sin embargo, el progresivo distanciamiento de votantes y militantes. Por consiguiente, la cuerda se tensa y llega a romperse. La disyuntiva de coser la cuerda produce risa. No es cuestión de costura, sino decidir a cual de los dos cabos rotos aferrarse. Si al cabo de la militancia y la sociedad para recuperar las señas de identidad, la iniciativa y el espacio político perdido, o, por el contrario, fiar el futuro al liderato de los dirigentes mientras la militancia contempla, sin capacidad de opinar, como el barco se aleja. Cuando se trata de una decisión tan trascendental, la disyuntiva no es entre el populismo y la democracia representativa, sino entre democracia y oligarquía.

Rechazar la consulta a la militancia es una declaración de principios, una especie de despotismo ilustrado confiando en la capacidad de seducir y convencer, con el apoyo mediático y financiero. En la práctica, es un proyecto de poder subalterno que no se propone transformar sino perpetuar. A algunos ya les iría bien. Ya les iría bien a quienes huyen como de la peste de un gobierno de izquierdas que someta a deliberación las raíces más reaccionarias de la constitución de 1978. La disyuntiva que se plantea hoy el PSOE trasciende su propio futuro político. Ojalá la lucidez de sus dirigentes no dinamite un patrimonio político tan importante para la historia de este país.

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