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Sobre este blog

Este blog pretende transmitir reflexiones sobre música, literatura, arte, pensamiento y cultura en general, sin eludir la dimensión política. Trata de analizar la realidad, especialmente cuando, como ocurre con frecuencia, supera la ficción.

La noche de ‘Gaspard de la Nuit’

Rubén Talón, en un momento del concierto.
5 de julio de 2025 13:56 h

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Desde el claustro del Centre Cultural La Nau de la Universitat de València se ve el cielo nocturno, de un azul oscuro, por el que discurren perezosamente nubes de un blanco amarillento iluminadas por las luces de la ciudad. Las columnas jónicas del edificio neoclásico que fue sede del Rectorado aparecen tenuemente teñidas por el reflejo de la luz azul proyectada sobre una gran tarima, forrada de un tejido del mismo color. Preside el claustro la escultura de Joan Lluís Vives, que parece seguir en atento silencio la velada. La noche es cálida; se siente la inercia térmica del claustro de piedra, a veces atenuada por un soplo de brisa.

Sentado a un Steinway de gran cola, el pianista Rubén Talón interpreta la Gymnopédie número 3 de Erik Satie con la sencilla delicadeza que la pieza requiere. No puedo evitar pensar en un cuadro de René Magritte, Le jour et la nuit. Representa una casa junto a un río, junto a una farola encendida, rodeada de árboles. Es de noche en toda la escena, excepto en el cielo, diurno, de color azul claro y poblado de blancas nubes. La música de Satie siempre me ha parecido inspirada por el mismo surrealismo suave y finamente irónico que anima la obra del pintor belga.

El recital se inscribe en el ciclo Serenates, que organiza la Universitat en las noches de verano desde haca 38 años. La Gymnopédie número 3 es la primera pieza de la segunda parte del concierto y va seguida de la Gnossienne número 3, también de Satie. Hay un paralelismo en el inicio de las dos partes, ya que la primera se inició con sendas obras de Satie, en este caso las primeras Gymnopédie y Gnossienne. Su inclusión se corresponde con el centenario de la muerte del compositor, ocurrida en 1925.

En la primera parte, el pianista valenciano prefirió dar un salto hacia atrás en el tiempo tras las obras de Satie, para interpretar con intensa pasión la Vallée d’Obermann, de Liszt, inspirada en la novela homónima de Étienne Pivert de Senancour. También romántica, pero de un estilo muy distinto, fue la Balada número 2 de Chopin que Talón tocó a continuación, con especial sensibilidad.

El centro de gravedad del concierto era la monumental pieza que cerró el recital, Gaspard de la Nuit, de Maurice Ravel, de cuyo nacimiento se celebra este año el 150 aniversario. La vinculación entre Satie y Ravel no se limita a los respectivos aniversarios. También tuvieron en común su amistad con el célebre pianista leridano Ricard Viñes, que estrenó varias obras de ambos, entre ellas el propio Gaspard de la Nuit, el 9 de enero de 1909 en París. La obra, de una enorme dificultad técnica, está considerada una verdadera cima de la escritura pianística. Ravel la escribió con la intención de superar en dificultad la fantasía Islamey de Balákirev.

La composición de Ravel se subtitula Trois poèmes pour piano, d’après Aloysius Bertrand. Se trata de un poeta romántico maldito francés, con una sola obra, titulada Gaspard de la Nuit. Fantaisies a la manière de Rembrand et de Callot, que se publicó en 1842, al año de la muerte prematura de su autor, a los 34 años, a causa de tuberculosis. La obra vendió seis ejemplares y Bertrand permaneció en el olvido hasta que Charles Baudelaire lo citó en Spleen de Paris como fuente de inspiración y creador del poema en prosa. Luego fue venerado por Mallarmé y los surrealistas, que vieron en él un precursor. Según el propio autor, Gaspard procede de la palabra persa gizbar, tesorero real, pero también tesorero del ocaso, de lo oscuro y misterioso. Según explica Bertrand en el prefacio, los poemas le fueron entregados por Gaspard de la Nuit, misteriosa figura que parece identificarse con el diablo.

La obra para piano está referida a tres poemas en prosa de Bertrand. El primero, titulado Ondine, representa una criatura acuática que ofrece al autor ser su esposo y visitar su palacio para convertirse en rey de los lagos. Él responde que ama a una mortal. La ondina “mohína y despechada soltó unas lagrimitas, estalló en una carcajada y se desvaneció en un aguacero que chorreó blanco a lo largo de mis cristales azules”. La música representa el agua y espíritu seductor de la sirena. El segundo es Le gibet (La horca), y describe, con ritmo lento y lúgubre, un patíbulo con un ahorcado a la puesta del sol. El autor se pregunta por un sonido que no identifica, y concluye: “Es la campana que tañe en la muralla de una ciudad, bajo el horizonte, y el esqueleto de un ahorcado, enrojecido por el crepúsculo”. Finalmente, la tercera parte, Scarbo, es un espíritu burlón que se aparece en la noche: “¡Cuántas veces lo he visto bajar del armario, piruetear sobre un pie y girar por la habitación, como el huso caído de la rueca de una vieja!”. La aparición no tarda en desvanecerse: “Mas pronto se le azulaba el cuerpo, diáfano como la cera de una vela, le palidecía el rostro, como la cera de un pabilo, y de pronto se apagaba”.

Rubén Talón, en una noche cálida, ofreció una interpretación entregada e intensa de la obra. Una Ondineanimada y virtuosística, seguida del pausado y macabro Le gibet, para acabar con la arriesgada escritura de Scarbo, a una asombrosa velocidad. El público premió con muy calurosas y repetidas ovaciones al pianista, que recurrió a Bach y Chopin para ofrecer sendos bises. El recuerdo de su Gaspard de la Nuit seguía sin desvanecerse.

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