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“Hay una posibilidad de redención de la provincia si entendemos de otra forma las diputaciones, como administraciones locales”

José Pascual Martí, presidente de la Diputación de Castellón.

Adolf Beltran / Sergi Pitarch

José Pascual Martí, alcalde de Sueras, una pequeña población de 600 habitantes ubicada en la Serra d'Espadà, es el nuevo presidente de la Diputación de Castellón. Filósofo de formación, profesor de profesión y político de larga trayectoria en el PSPV-PSOE, se ha hecho cargo de una institución que el PP manejó durante más de dos décadas en las que dejó una impronta de corrupción y clientelismo, especialmente durante la etapa de Carlos Fabra como presidente.

Su partido y su líder, el presidente de la Generalitat, Ximo Puig, propugnan vaciar de competencias las diputaciones o, al menos, traspasar una buena parte de esas competencias a la Administración autonómica...

Hombre, no hay que exagerar.

Ximo Puig ha llegado a hablar de cambiar la Constitución para que cada comunidad autónoma pueda decidir que haya o no diputaciones...

Lo dije en mi discurso de investidura y es una línea de actuación que nosotros adoptaremos. Vengo del mundo de la filosofía y puede parecer pura teoría, pero estas cosas al final tienen que ver con la realidad. Me parece fundamental definir las diputaciones como administración local. Que nadie se asuste ni tenga problemas, somos, con todas sus virtudes, administración local. Por eso hemos puesto sobre el tapete la idea de que la Diputación no es “supramunicipal” sino “intermunicipal”. Más allá de las palabras, hay que hacerlo realidad. Las autonomías no han de tener miedo ni reparos con las diputaciones, porque las diputaciones están muy bien como administración local.

La experiencia dice que han sido más que eso...

A veces ha ocurrido que han funcionado como un contrapoder. Y en esta casa ha pasado clarísimamente. Esta diputación ha sido contrapoder, no solo cuando en la Generalitat estábamos los socialistas y aquí el PP. Ha sido contrapoder incluso cuando en las dos instituciones estaba el PP, un contrapoder orgánico interno. Eso no ha de ocurrir. Somos administración local, no un ariete del Estado contra las autonomías, ni tampoco un órgano subalterno o subordinado a las autonomías. Claro que, si además de los típicos de la administración local, tienes problemas, como ocurre en nuestra provincia, de despoblación, el verdadero sentido de una diputación adquiere su máxima culminación.

¿Por qué adquiere ese sentido?

Una diputación se define como ayuntamiento de ayuntamientos y además, sobre todo, de pueblos pequeños...

Eso ha permitido precisamente que funcionara muchos años como una institución caciquil, por ejemplo en la etapa de Carlos Fabra. ¿Cómo se evita? ¿Cómo hacer que no dependa de la voluntad del político que está al frente?

Los mecanismos están claros. Son la democracia, la transparencia e incluso podríamos decir que la legalidad. Es cierto que hubo un serio problema. No por eso debe equipararse diputación con caciquismo. Nosotros precisamente queremos, y será un objetivo central, que se deje de ver las diputaciones como un cortijo privado o un ámbito en el que colocar a personas próximas y demás... Tenemos mucho trabajo por hacer.

Ocurría también que se penalizaba a los ayutamientos de la oposición y se premiaba a los del gobierno.

Nuestra idea, en ese sentido, es acabar con los convenios singulares. Se ha hecho un uso excesivo e hiperpartidario de esos convenios. A veces se tendrán que hacer porque un determinado pueblo en una determinada circunstancia lo necesitará, pero como norma general hay que acabar con los convenios singulares. De todas maneras, volviendo a los principios de funcionamiento, me gusta hacer referencia a un libro que escribió Ortega a inicios de los años 30, que se titulaba La redención de las provincias. Todo va muy unido al sentido que pueda tener la provincia. La izquierda, con toda la razón, ha cuestionado un órgano que el franquismo usó para imponer el centralismo y , después, en democracia, ha sido crítica con la duplicidad de la estructura provincial y la autonómica. Con todo, creo que hay una posibilidad de redención de la provincia si entendemos de otra manera las diputaciones, entendidas como administraciones locales, volcadas en un tema tan serio como el de la despoblación. En buena medida, por eso estoy yo aquí. Mi partido quiso visualizar su apuesta en un alcalde de un pueblo del interior, de forma que el presidente de la Diputación no fuera, como siempre, un concejal de la ciudad de Castellón.

La Generalitat Valenciana ha tenido graves problemas de coordinación con las diputaciones de Castellón y de Alicante, gobernadas por el PP en el anterior mandato. ¿El cambio de signo político en la de Castellón permitirá desbloquear la coordinación en materia de cultura, de sanidad y otros aspectos?

Lo hará. Se trata de diferenciar lo que son competencias propias y competencias impropias. La educación, por ejemplo, no es competencia de la Diputación. Otra competencia que no es de la administración local es la sanidad. Y aquí tenemos el Hospital Provincial y el complejo educativo de Penyeta Roja, que tendríamos que llevar a la Generalitat. Eso sí, hay que hacerlo sin precipitaciones, porque en ambos casos trabaja mucha gente que se alarmará ante cualquier movimiento. Hay que evitar que el personal laboral se vea afectado. Sin embargo, otras cosas sí que son competencias propias de la administración local, como el turismo, los deportes o la cultura. Los ayuntamientos también se preocupan por eso. Y la Diputación puede hacerlo y al mismo tiempo coordinarse para crear sinergias con la Generalitat. Al ciudadano no le preocupa si una competencia es del ayutamiento, la diputación o la Generalitat, lo que quiere es que le solventen un determinado problema o le presten un servicio.

¿Entonces, hay unas competencias que se podrían traspasar, otras que se podrían coordinar y otras que se ejercerían directamente?

Exacto. Por eso insisto en que considerar a la Diputación como administración local clarifica mucho el escenario.

En relación con la despoblación, lo primero es que haya trabajo para quienes viven en los pueblos, tambien que haya servicios. Se ha dicho que, por ejemplo, desde Sueras se podría trabajar para una multinacional si hubiera una buena conexión a Internet. ¿Qué propuestas lleva usted en ese sentido?

Cuando hablamos del interior, hay que tener en cuenta que dentro del interior hay muchos interiores. Hay una serie de pueblos del interior, entre los que podría estar el mío, que se ubican en un parque natural y donde resulta difícil que haya trabajo para todos. Por otra parte, las distancias son importantes y a menudo las carreteras se pueden mejorar. Hay muchos municipios donde no tiene sentido un polígono industrial, pero sí que se pueden mejorar los servicios, para que la gente que vive allí tenga la misma calidad de vida que la de otros sitios.

Existe un amplio campo en el que se puede trabajar. Tenemos mucha gente mayor para la que se pueden crear servicios. Estamos madurando una idea sobre la residencias. Está claro que no se puede hacer una residencia de mayores en todos los pueblos, pero sí que podemos hacer, vía Bienestar Social, que el pueblo mismo sea un hábitat en el que una persona mayor se sienta bien porque le facilitamos los mismos servicios que pueda tener en una residencia. La persona mayor, mientras pueda estar en su casa, estará en su casa. Y mientras pueda estar en su pueblo, también. Como es lógico, todo depende del grado de dependencia, pero mientras pueda tener médico, comida, lavandería o asistencia social, los poderes públicos deberíamos estar en condiciones de ofrecerle esos servicios. Bienestar y calidad de vida son fundamentales en esos pueblos.

¿Y qué otras cosas se pueden hacer?

Hay dos ámbitos donde se pueden hacer cosas. Uno es el del turismo de interior. Yo soy de la Serra d'Espadà, que es una maravilla a poca distancia de Valencia. El otro es el de la gestión forestal. No renunciamos a crear puestos de trabajo en los municipios vinculados a esas actividades. Otra cuestión capital es que el Estado practique una discriminación positiva de tipo fiscal para la gente que vive en lo que se llama la España vaciada. No creo que se tratara de nada inasumible para el Estado y resultaría una medida financiera y fiscal muy práctica y efectiva. En este sentido podemos plantear batalla.

Finalmente, una cuestión filosófica, cultural o de mentalidad. La necesidad de un cambio en la dirección de la mirada, que decía Platón. Hay que cambiar la dirección de la mirada en relación con la ruralidad, con lo rural. Hay que ir a una nueva visión que huya de la identificación con un ámbito de pocas luces, de actitudes bruscas, para sustituirla por otra relacionada con la salud, con el contacto con la naturaleza, el bienestar... Eso sería muy importante. Todos tenemos mucho que hacer. Cambio filosófico, cambio fiscal y financiero y cambio en los servicios sociales.

Entre esos cambios de paradigma o de visión, cada vez se introduce más el concepto de patrimonio o de capital natural como un factor a tener en cuenta. Hasta ahora, la relación de los municipios de interior con los parques naturales ha sido problemática. ¿Cómo superarlo?

La gente ve, con toda la razón, el efecto negativo de ser parque natural. Y el efecto positivo no lo ve. El pequeño agricultor solo ve problemas. Por ejemplo, en mi zona, el parque natural de la Serra d'Espadà, no podemos plantearnos la energía eólica. No se pueden instalar los grandes molinos que se están instalando en otros lugares y que suponen ingresos para esos ayuntamientos. Habría que buscar compensaciones. La administración pública tendría que haber hecho más pedagogía con los parques naturales.

En el aeropuerto de Castellón, del que se ha recuperado la gestión pública, la Diputación tienen una mínima participación. ¿Con una infraestructura tan estratégica qué debe hacer la corporación provincial?

Antes, cuando hablábamos de competencias impropias, se nos ha olvidado mencionar esta. Los ayuntamientos y las diputaciones no tenemos aeropuertos. Le Generalitat sabe que aquí tendrá toda la acogida. Me parece que alrededor del aeropuerto quizás se podría generar un foco industrial que resultase positivo para los pueblos de la zona. Se están buscando ideas como una escuela de vuelo o la posibilidad del reciclaje de aviones. Si eso permitiera crear algunos puestos de trabajo... Se trata de una competencia que no nos atañe. El Estado tendría que dar algún paso al respecto, tal vez en coordinación con el aeropuerto de Valencia.

Hablaba Platón del filósofo como gobernante, pero Fernando Savater escribía el otro día que de ninguna manera un filósofo gobernando. ¿Está usted más en la línea platónica?

El filósofo alemán Jürgen Habermas -yo soy muy habermasiano- dice lo mismo. Platón lo planteaba en unas circunstancias que no son las de ahora y defendía que debe gobernar el que sabe, casi como un autócrata. En términos actuales sería una meritocracia, pero todos somos demócratas y yo no me lo planteo así. Soy una persona que siempre he estado en el partido y en la docencia. Por eso que ocurre en los partidos, sonaba para muchas cosas pero al final siempre me quedaba. Entre otras razones porque soy un enamorado de la docencia y allí estaba perfectamente. Pero me ha llegado esta posibilidad, que afronto, no como filósofo, porque solo soy un humilde profesor de filosofía alcalde de un pueblo pequeño, sino como alguien enamorado del municipalismo. El municipalismo permite un contacto directo con el ciudadano y experimentar eso que llaman democracia participativa. Es un reto apasionante.

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