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CV Opinión cintillo

Boomer, el enemigo del pueblo

20 de septiembre de 2025 22:54 h

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Yo no soy boomer de milagro. Tampoco estoy lejos de ser del pleistoceno, pero eso procuro disimularlo. En realidad, como el opinólogo de Schrödinger, soy boomer y no. En España se trata de la generación que nació entre 1957 y 1970; en otros países, los nacidos entre la II Guerra Mundial y 1964. Pero como nací aquí en 1969 ­­—leo en un estudio—: soy crítico de las nuevas generaciones, negado para las nuevas tecnologías, emprendedor, con valores y apuesto por la diversidad. Además —eso no lo dice el estudio sino la nueva moda— soy un hijo de puta que vive como un marqués y, por mi culpa, las generaciones X, Y y/o Z se están comiendo los mocos. No hace falta saber que las descripciones sociológicas sobre las generaciones son tan fiables como el horóscopo que, por unos minutos, pasas de ser amigo de tus amigos e impulsivo, a introvertido pero cariñoso.

A los boomers, la periodista Analía Plaza les acaba de publicar La vida cañón y se ha liado parda. Con la tranquilidad que da opinar de oídas —solo he leído una entrevista aquí y otra en El País— lo que dice tampoco es tan disparatado. ¿Discutible? Sí, pero tampoco hace afirmaciones que no tengan, al menos, cierta base. En el fondo, un ensayo es una opinión personal basada en una serie de datos. El problema está en si se empieza por las conclusiones y se busca lo que las valide o en si se parte de la investigación y luego se concluye. Lo habitual es lo primero, y lo digo porque me lo ha contado el amigo de un amigo. El secreto está en disimularlo bien luego. A la gente le da igual, también opina de oídas.

En su libro, Plaza aborda el presunto enfrentamiento generacional, el último —de momento— enemigo creado por la derecha para que nos olvidemos de que el problema no es que los pobres quieran más, sino que los millonarios nunca tienen suficiente. Es la enésima cortina de humo, y el frente de juventudes de la fachosfera la está exprimiendo cual limón. Ahora toca señalar a los abuelos por no ir como alma en pena por la calle —como se apunta también hacia los inmigrantes o los funcionarios—. Se supone que viven como reyes. Curiosamente, sin despedirlos a la francesa para que no pierdan la cabeza, prescindir de los Borbones nos ahorraría los 14 millones anuales que (nos quieren hacer creer) nos cuesta la monarquía. Con eso y los 12.000 millones al año que, según Europa Laica, nos cuesta alimentar a la Iglesia Católica, seguro que las pensiones se hacen más pagaderas.

Analía Plaza reconoce que tiene cierto apego a la polémica. ¿Qué periodista no? «Tengo una larga trayectoria en sacar temas polémicos. Cuando escribo quiero que se lea, así que aprieto bien los titulares», reconoce en su entrevista a este periódico. La historia le da la razón. Hasta en el Supremo coinciden. De hecho, en enero, tan alta institución declaró firme la sentencia que la condenaba por haber publicado una noticia falsa: 5.000 euros le tocó amochar que es lo que, según parece, se gasta un boomber a la semana en vicios. No digo que todo lo que escriba sea mentira, ni siquiera que lo sea lo que dice en el libro, pero no está de más el contexto para poner sus palabras en cuarentena.

El mito de que los boomers son (o somos) la ruina de los que vienen detrás es interpretación harto imaginativa de la realidad. Hay jubilados que se meten entre pecho y espalda 3.267,60 euros brutos al mes en un país donde el sueldo medio (igual de bruto) es de 2.337,50. Es verdad que no parece tener mucho sentido que alguien gane más tocándose los huevos que trabajando. Si añadimos que el salario más frecuente es de apenas 1.297,9 crece la indignación. Pero, si afinamos un poco, ya se ve distinto: dos de cada tres pensionistas perciben unos magros 1.391 euros mensuales después de toda una vida cotizando.

Los famosos 3.267,6 solo los perciben un 5% (unos 450.000), los que han cotizado durante 38 años y han pagado el máximo durante unos 25. No les han regalado ni un euro. Se puede discutir si hay que subir las pensiones igual para todo el mundo o si se debe establecer un tope —tampoco sería disparatado—, o que aumenten las más bajas. Pero de ahí a que sean unos privilegiados media un mundo.

El sistema de pensiones no va a quebrar porque los boomers sean unos jeta por disfrutar de unos derechos por los que algunos lucharon (mientras otros veían los toros desde la barrera, como siempre). La culpa de lo que les pasa a los jóvenes no es de ellos. El mantra de la ultraderecha se va filtrando. Si el sistema quiebra o no dependerá de muchos factores. Por ejemplo, si te pules el 90% del Fondo de Reserva en diez años como hizo Rajoy entre 2011 y 2021, seguro que son insostenibles. Luego hay más factores: si el aumento del número de nuevos cotizantes (y estamos en un periodo de caída del paro) compensa al de los nuevos jubilados, no hay problema; si suben los sueldos como debería y se acaba lo de pagar salarios de miseria que una familia con dos hijos llegue raspadita a fin de mes con dos sueldos de 2.000 euros al mes, se aumentan las cotizaciones; si… Soluciones hay, otra cosa es que las quieran los que durante años se han metido en el bolsillo los beneficios del aumento de la productividad y han defendido que se bajen los impuestos a los van sobrados de triunfos.

En el ABC tampoco tienen nada contra los boomers pero… «La brecha generacional se agranda: los jóvenes pierden renta y los jubilados la aumentan», titulaba a cinco columnas el otro día en portada para echar más leña al fuego. De los rentistas-nostálgicos que leen ese periódico, ni una palabra. Da igual cuánto cobre un jubilado y en qué se lo gasta si un sueldo normal no da para un piso. Tampoco le preocupa al muy nostálgico diario —ni creo que a la amiga Plaza— que, según Oxfam, el 10 % de la población acumula más del 53% de la riqueza del país mientras que un 50% se tiene que conformar con el 8%. Lo curioso de los apóstoles del fin del mundo es que nunca dicen que la policía o la justicia vaya a quebrar, y eso que cada día nos cuesta más, lo que no impide que se sigan pidiendo más fondos. Los boomers no tienen la culpa de lo que les pasa a los más jóvenes, lo tiene la política. Las decisiones de beneficiar a alguien en concreto —el combo PP, Vox y Junts lo sabe bien— no caen del cielo. Rebajar pensiones solo creará más pobres; no votar a nuestros verdugos, en cambio, podría cambiar las cosas.

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