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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

CV Opinión cintillo

Mister Loser

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Las actuales grandes guerras “ideológicas” entre los ejércitos de asesores de uno u otro bando se libran con la munición de los sondeos. Los estudios demoscópicos crean opinión y luego sus resultados bien macerados generan votos. Consumimos cifras y datos: desde la caída en picado del PIB hasta el número de afectados por la Covid en Chamberí. En la victoria de Biden estas disputas también se han visto claras. Los ciudadanos, sin tiempo de hacer la lista de la compra, tienen prisa, en cambio, por devorar titulares estadísticos y que les afiancen sus creencias políticas desde una red social que maniobra hábilmente en su contra sin siquiera apercibirse. Es como si un taxista votara de presidente al dueño de Uber. La ilusión óptica de una encuesta fascina, atonta y convierte a los ciudadanos en reos sumisos de proclamas interesadas. En los Estados Unidos se han librado varias batallas; la estadística ha sido una de ellas. En la campaña electoral se han vertido centenares de encuestas basura hasta que la media de todas ellas le salía favorable al venerable anciano demócrata y nuevo presidente electo. El truco residía, visto desde mi condado valenciano, en desmovilizar a la llamada “marea azul”. Muchos pensaban que si el nuevo presidente le llevaba siete puntos de ventaja a Trump pasarían de hacer colas para votar y optarían por ver en casa un partido de béisbol por televisión. Los influyentes consultores afinan mucho: el nuevo presidente demócrata, un señor decrépito y frágil, dio su único y último mitin de campaña en su Pensilvania natal. Sabían dónde se libraría la gran batalla. Su cuartel general conocía incluso el valor del voto de un dentista de Filadelfia que estaba de mal humor. Y lo sabían por los metadatos, que casi nadie sabemos que son, pero que el operario había arrojado por las redes sociales las últimas 24 horas.

Los periódicos, con las finanzas en rojo, no tienen un duro para sufragar estudios de opinión serios y decentes y se prestan a la bazofia, a la encuesta basura, que les sirve gratis un politólogo a sueldo de un partido. La gente de la calle, o sea todos, nos entretenemos con esos gráficos de colorines para dárnoslas de listos en la sobremesa y resulta que nos la están dando con queso. Estrategas bien remunerados preparan las raciones diarias, y cocinan dietas muy ricas en sesgadas previsiones electorales. Así les ha ido a los incautos latinos de Florida, que han votado a quién más los ha insultado. Los demócratas norteamericanos ante el aluvión bélico de las encuestas amañadas tuvieron que diseñar acciones de respuesta rápida como el uso de la mascarilla. El próximo inquilino de la Casa Blanca llevaba dos, visto que el otro no llevaba ni siquiera la reglamentaria. 

Los republicanos, que conservaban la fuerza intacta del Air Force One, el flamear de la bandera, las milicias callejeras con armas semiautomáticas y una primera dama insulsa, fueron torpes al advertir que los votos por correo los cargaba el diablo. Trump alertó demasiado pronto del peligro. No se pudo contener y ello previno a muchos que le estarán eternamente agradecidos por mostrarles su punto flaco: el buzón postal. Un cartero de Georgia le ha estampado el matasellos en su esfinge anaranjada.

En los Estados Unidos, con un régimen presidencialista, el que pierde las elecciones, como ahora Trump, no será jefe de la oposición ni será nada. Algunos ex dan charlas por las universidades, rodeados de gorilas fortachones con pinganillos al oído. En ese gran país, que nos ha tenido en vilo una semana entera, o eres Dios o eres un jarrón chino, como diría nuestro ex de ir por casa. Donald Trump, ahora un perdedor, un loser, –con lo que él gozaba insultando con ese calificativo- se convertirá de repente en un vulgar jugador de golf con unos colegas negacionistas, en un promiscuo que contrata chicas scorts de lujo o en el amigo de una cuadrilla de pederastas. Volverá a su torre de marfil revestida de oro de ley… y de orden. En enero, “Supertramp” se convertirá en un tuitero decadente y ramplón. Mientras tanto habrá sembrado odio, crispación y una nueva forma de reescribir la historia a base de mentiras. Muchos políticos sin escrúpulos ya le copian por aquí. Los de a pie estamos expuestos a que un sondeo maniqueo les baste para que puedan confinarnos en su redil. 

Según los intoxicadores de turno, los republicanos más pirados, dos tipos, el mecenas millonario Soros y el epidemiólogo Fauci, le han ganado la partida a Trump. Larga vida a ambos, sean quiénes sean, aunque les pille ya muy mayores.

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