Mónica Oltra
Jorge Rodriguez, el alcalde de Ontinyent, pretende a Mónica Oltra, o eso dice la prensa, y desde entonces el gallinero político anda algo desconcertado, como si no se encontrase a sí mismo. A Oltra la querría para sí media izquierda, ya es como si fuera Penélope, que tejía y destejía mientras rechazaba pretendientes y Ulises andaba por ahí. Rodriguez, aseguran, desea que la exvicepresidenta se matricule de alguna forma en su partido, Ens Uneix, y llevarla así a las elecciones del Cap i Casal, lo cual sería una bomba, claro, tanto por la parte de Ens Uneix como por la parte de Mónica Oltra. La verdad es que el partido de Rodríguez posee unas latitudes muy anchas, casi ecuatorianas, unos diámetros amplios y dilatados. Por una orilla toca al PP y por la otra le hace guiños al postcomunismo. Con Oltra, además, como ya escribió el biógrafo Tomás Escuder (que también redactó la biografía de Joan Lerma, creo) y han observado otros, el postcomunismo está aliñado con el psicoanálisis, sea el psicoanálisis de Lacan, el de los espejos, o el del fundador de la corriente, que no sé. (Esto último, lo de asimilar el marxismo con el psicoanálisis resulta un poco loco, aunque uno estudió en su día a Marcuse, que era como un astro de cine en el 68, y en su “Eros y civilización” y “El hombre unidimensional” sintetiza ambas doctrinas, sobre todo las de Reich. A Marcuse le llamaban el padre de La Nueva Izquierda, mira por dónde, pero hoy no se acuerdan de él ni los estudiantes de filosofía). El partido de Rodríguez en realidad es un postpartido, y quizás recoja muy bien el alma de los tiempos, porque antes los partidos representaban unos intereses, bien de clase, bien inicuos y singulares, pero hoy con la sociedad de los servicios, la sociedad líquida, la sociedad del espectáculo, la sociedad de la IA y sobre todo la sociedad que comandan Trump y Putin, pues ya ni se sabe. Tendremos que hacer refugios para que no nos alcance un misil. A mi me parece que es bueno que vuelva Oltra porque ella sola es capaz de parar un tomahawk.
De todas las sentencias que pronunció Mónica Oltra durante su etapa como vicepresidenta, que fueron miles, porque los periodistas enseguida te colocan el micro a ver si cometes un error o a ver si te pillan diciendo lo que piensas, la peor surgió al echar mano de la frase famosa. “La mujer del César no solo tiene que serlo sino parecerlo”. Enseguida cree uno que Oltra se arrepintió pero ya era tarde. Sucumbió a uno de los defectos de los humanos por estas latitudes: hacer prevalecer la apariencia sobre la esencia y la máscara sobre el meollo. La izquierda es justo lo contrario desde la perspectiva moral, o debería: la verdad y no la percepción, el hecho y no la interpretación, el trabajo y no el qué dirán. ¿Qué dirán estas izquierdas de ahora si un chico de quince años se lía con una mujer de sesenta, o al revés? Igual lo meten en la cárcel. La izquierda no es que se haya hecho más moralista, es que ha adoptado la moral cristiana, y así vamos. Lo de Oltra, aquella vez, fue un acto fallido o quizás un irracionalismo preburgués fugado del pesimismo medieval. Vaya usted a saber. Lo peor fue que las palabras sí se hicieron actos, como quería Sartre.
En Taine, en Chateaubriand, en Maurrás, en Barrés, en todo ese tradicionalismo, aparece la metáfora del árbol como imagen de orden, de disciplina y sobre todo de continuidad. Aquí, la izquierda, como no quiere ser tradicionalista, tritura enseguida a sus líderes, por reacción mecánica, y vemos que en el ayuntamiento de Valencia no paran. Ni Calabuig, Ni Aurelio, ni Sandra, ni Alborch, ni Rubio, ni Noguera, ni nadie. Eso por la parte socialista. Ahora está Pilar Bernabé, que da muy bien con el papel y el personaje, y a la que se le ve muy suelta. El socialismo de aquí nunca ha dado con la clave que le hizo ganar a Maragall sobre el imbatible Pujol: ponerse en su piel, mimetizarse, e ir asimilando lo que iba haciendo y diciendo. Aquí nadie se ponía en la piel de Rita, y hubo de desembarcar Ribó después de años en la reserva activa para superar el maleficio de la derrota de dos décadas. A uno le cuchicheó Oltra en su día: “Ribó será el próximo alcalde”, y, oiga, como si lo hubiera visto antes de que sucediera. Contra los pronósticos, el Gordo le tocó a Compromís. Cosas de los tiempos de la “nueva política” y de sus interpretaciones, que a los de “la vieja” se nos pasan de largo.
Oltra ha de volver porque, la verdad, sin Oltra estamos un poco desorientados todos. También el PP, no digan que no. Es la costumbre, todos somos un poco conservadores. Incluso lo es Oltra, que le da por Lacan o por Freud, además de por la justicia social, claro. (A Freud lo coloca Bloom en su canon occidental como uno de los magos de la literatura, Blly Wilder odiaba al doctor). Oltra es que ya forma parte de nuestra crónica sentimental y política. Hay que pedirle, sin embargo, que no regrese agitando camisetas, que la historia no se repite casi nunca. Rodriguez pretende a Oltra aunque no sabemos lo que Oltra pretende. El misterio siempre ha dido muy productivo, digánselo a Hollywood.
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