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Pedagogía del nacionalismo español: el melocotón

Carles Marco

Por mi experiencia, las jóvenes generaciones –que no han estudiado la carrera de Historia- no saben que el nacionalismo español es el más irracional, agresivo y esencialista (sean de derechas, de izquierdas o zoquetes). De ahí que muchos hayan votado al PP, a Ciudadanos o a Vox envueltos en la rojigualda para salvar la patria ante el desafío catalán. Por ello quizás les vendría bien leer uno de los libros de Joan Fuster más irónicos, sarcásticos y divertidos: Contra Unamuno y los demás (edición en valenciano Contra Unamuno i tots els altres). En él Fuster desenmascara la fuente e impostura en que se basan el españolismo y sus principales ideólogos. Vale la pena hoy día releerlo, tanto por el acierto de su diagnóstico como por su excelente prosa y evaluación del tema, y por una sorna que deja indignados a los nacionalistas españoles. Valga decir que Fuster –al contrario de lo que le achaca nuestra derechona- siempre manifestó ser antinacionalista y en muchos ensayos y aforismos insistió en ello (otra cuestión es su reivindicación y defensa de la auténtica historia, cultura y lengua del País Valencià, sin esencialismos sino como proyecto histórico de convivencia). La gran paradoja es que el nacionalismo español acuse a las naciones históricas periféricas de nacionalistas: ante la gran diferencia de historias, paisajes, gastronomías, climas, tradiciones, culturas, lenguas… que poseen y ofrecen las diferentes naciones de la piel de toro con respecto a Castilla, la intelectualidad española de la generaciones de 1898 y de 1914 hizo una impostura historiográfica delirante para justificar que existe una esencia española que comprende toda la piel de toro. Y, por tanto, no hay otro remedio para que salga este gazpacho que acudir a crear un nacionalismo esencialista. Es decir, había que dilucidar la preexistencia de un carácter nacional, de una introspección e intrahistoria –sin base materialista alguna y pletórica de sesgos- que fundamentara una raza española, algo nuclear e invariable en el tiempo, su naturaleza, su unión y su Ser permanente: “lo español” (de ahí su irracionalismo pues las naciones no son entes inmutables sino construcciones de los humanos a lo largo de la historia). Ellos –gran paradoja- dicen que el nacionalismo se quita viajando, y es viajando cuando uno cae en la cuenta de que si comparamos las antes citadas características de las distintas naciones y regiones de esta piel de toro que llamamos España, son muy diferentes: ¿qué tiene que ver el País Valencià con Euskadi, con Galicia, con Castilla, etc..? Antes del libro de Joan Fuster que he citado, el profesor de Filosofía –que no filósofo- Julián Marías dio con la fórmula mágica para explicar dónde estaba la esencia de la ‘españolía’ en su libro de 1962 Los españoles:

“Yo diría que la estructura personal del español se parece a la de los melocotones. Es esta una fruta delicada que se corrompe fácilmente; pero tiene un grueso y duro hueso central, a prueba de todo, inquebrantable e incorruptible. El español puede corromperse, desmoralizarse, envilecerse, pero sabe que tiene siempre, como un hueso, un núcleo sano e intacto. Sabe que un día, cuando llegue la hora, echará mano de este último núcleo y se portará como un hombre, se jugará la vida limpiamente. En algunos países el hombre se corrompe hasta la raíz, y cuando lo ve así y lo encuentra irremediable, no lo puede soportar y se pega un tiro. En España no ocurre así, y a última hora cada uno se siente tranquilo y no desesperado, porque al llevarse la mano al pecho siente la dureza intacta de ese centro como una moneda de oro que siempre se puede gastar. Esto es admirable y me parece una de las grandes virtudes de esta vieja raza”. (Sí: posee el español una genética propia).

Yo le he dado vueltas a la esperpéntica metáfora y no sé si pensar que Marías anticipaba que siendo nacionalista español uno se sabe impune ante la corrupción… Joan Fuster no le dio rodeos: “Julián Marías es una colosal proposición a la risa”. Marías insistió en su esencialismo publicando en 1966 Consideración de Cataluña –que es para él solo una región- asentado en su tesis de la continuidad ininterrumpida de la Historia de España. Allí percibe como lecturas deformadas de la historia nacional la cuestión de los particularismos que no han dejado de fomentar interpretaciones del pasado divergentes de la concepción unitaria de España, sobre todo en Cataluña. Fuster afirmó: “Marías se paseó por Cataluña sin enterarse de nada (…) Ya van arregladas las mesnadas carpetovetónicas con mentores así”. El libro de Marías recibió los elogios del ministro franquista Fernández de la Mora. En el fondo Marías era un meapilas pedante, arbitrario y secuaz que en su ‘Historia de la Filosofía’ dedica tres líneas a Marx y se extiende en numerosas páginas con el metafísico palabrero Zubiri o con santos católicos. Pero además tuvo el cuajo de afirmar, entre otras falacias, que: “se habla ahora de nacionalismo español, algo inexistente. El nacionalismo es exclusivista, negativo, hostil, reductor; la visión que los españoles han tenido de su país ha sido lo contrario”. ¿Y qué, sino exclusivismo y hostilidad, ha sido la Castilla que con Felipe V y el Decreto de Nueva Planta de 1707 abolió los fueros y prohibió las lenguas no castellanas, etc, etc..? Sin embargo, Marías sentencia que hubo miopía también en los liberales españoles por no haber impulsado e impuesto más y más la lengua castellana para vertebrar la realidad española. Ante semejantes desprecios y manipulaciones imperiales, Joan Fuster, en su libro Contra Unamuno y los demás ni cita ya a Julián Marías. Naturalmente, el País Valencià ni está ni se le espera para los historiadores nacionalistas. No obstante, tras Joan Fuster existen cientos de libros de historiadores serios que han investigado con rigor, fuentes primarias y documentación, desde muchas perspectivas, la historia estricta de los valencianos, muy diferente, claro, a la de los gallegos o vascos o castellanos. Pero el ‘huevo de la serpiente’ del agresivo y depredador nacionalismo español está en los autores que Fuster critica en Contra Unamuno y los demás. Vox, Ciudadanos y el PP beben embriagados ese vinagre todavía.

Básicamente, Fuster se centra en tres intelectuales: Unamuno, Sánchez Albornoz y Américo Castro (y cita a toda una larga retahíla de discípulos que poco añaden al patrón de sus sesgadísimas elucubraciones). A Unamuno –santón del pensamiento español- le descalifica no solo por su españolismo (“la españolada”), sino por esa manera obsesiva, contrita y atormentada (neurótica sin duda) de concebir la vida en sus libros La agonía del cristianismo o El sentimiento trágico de la vida. Para Fuster un lector de filosofía europeo no podría evitar ante los ensayos de Unamuno “la estupefacción más abrupta”. De vez en cuando Fuster sorprende con humor ridiculizándole: “don Miguel no era un existencialista: era la Niña de los Peines y Conchita Piquer en una sola pieza, un fenómeno marginal (en el fondo, no obstante, late en Fuster una comprensión ‘afectiva’ hacia Unamuno por la pasión que llevaba inyectada, su terquedad y sus múltiples contradicciones).

Pero los dos historiadores que Fuster desenmascara son Sánchez Albornoz y su rival Américo Castro. Sánchez Albornoz retrotraía ya la identidad española a la herencia romana y visigoda, delirio esencialista que hoy ya no tiene dos pases (es decir, desde entonces hay un núcleo intemporal y apriorístico, una unidad ideal de significación y carácter, una raza: lo español). Castro, por su parte, proponía el surgimiento de la identidad española como una mezcla de influencias de judíos, moros y cristianos. Pero para Joan Fuster entre Castro y Sánchez Albornoz no hay de fondo diferencias: ambos, por mucha erudición, no hacen Historia: no les interesa un dictamen sobre el pasado sino justificar una ideología de futuro llena de fabulaciones metodológicas. España una y grande por la gracia de dios. A través de sus libros “fluye una tremenda veta de nacionalismo, en el peor sentido de la palabra, que, si bien les proporciona un énfasis patético apasionante, les priva de cautelas y de asepsia en el rigor científico. O sea: no son ‘historia’ sino ‘alegato’”. Fuster, que se ha leído la obra completa de Castro, saca a la luz que este no está haciendo ‘Historia de España’ sino ‘Historia de la Literatura’ y como un mago embaucador desciende a la ‘política’ y al relato histórico tramposamente.

He ido a la biblioteca a consultar el libro clave de Américo Castro La realidad histórica de España y ciertamente Joan Fuster tiene toda la razón. En Castro no hay estudio de la estructuras socioeconómicas, ni de los modos y relaciones de producción, de la agricultura, de la demografía, de los salarios y precios… ni de la base real sobre la que se levanta la superestructura institucional, jurídica, política, educativa… sino una alta dosis de idealismo y ‘espiritualismo’. Lo que hace Castro es un largo recorrido de lo que algunos escritores han dicho en español sobre Castilla y elevarlo a la categoría de lo que en propiedad considera que es España. En resumidas cuentas, ¿en qué consiste ser español?; ¿qué es la “españolía”?. Esta azorante pregunta –que llevan rumiando los españoleros como a ningún otro país se le ha ocurrido jamás hacer- podemos responderla en siete puntos: 1- La ansiedad de elevarse a cimas y destinos altísimos en el seno de una creencia divina, aunque en algunos no siempre es firme y absoluta, sino zozobrante como en Quevedo. 2- El “vivir desviviéndose”: a la actividad del hacer y del razonar olvidados de la presencia del que hace y razona, corresponde la actividad personalizada, no valorada según sus resultados útiles sino de acuerdo con lo que la persona es o quiere ser: hidalgo, místico o soñador. 3- Una fuerte tendencia a poner en la vida y en la obra la integridad de la persona, causa por la que hay una diferencia modal entre la mística española y la centroeuropea. 4- La gran dificultad para escapar por propio impulso a la situación de credulidad y de inventar nuevas realidades físicas o ideales forjadas por el razonamiento y la experiencia. 5- La vida conflictiva: opera en los incipientes españoles del siglo XV una fuerte tendencia que pronto se trocará en decisión firme, rigurosa y congruente conducta política y social a convertir la ‘unidad’ en ‘uniformidad’ para resaltar al unísono la esencia española. 6- La común ‘morada vital’. 7- La ‘vividura’ (¡ay la ‘vividura’ hispánica, es decir la esencia permanente, y exclusiva de percibir y estar en el mundo los españoles!).

Como valenciano yo no me siento identificado aquí; ni creo que catalanes, vascos o gallegos se vean en este espejo. Todas estas conclusiones vienen adobadas por citas literarias castellanas. Y al contrario que Sánchez Albornoz, para Castro los españoles comenzaron a existir como tales solo cuando los hispano-visigodos acantonados por la invasión árabe en algunos rincones montañosos iniciaron, cada grupo por su cuenta y a su modo, la empresa de reconquistar la tierra perdida. Pero su nacionalismo esencialista y mitomaníaco es el mismo. En síntesis, para Joan Fuster todos estos escritos de la tradición nacionalista española resultan estériles como interpretaciones históricas, pero refuerzan una construcción ideológica, ‘España’, que históricamente nutre el nacionalismo de Estado, intoxica al común de la sociedad hispánica, incluida la valenciana, conduce al fracaso de las tentativas desprejuiciadas y científicas de ahondar la cuestión y solo permite el cultivo de un “singular género literario llamado ‘Historia de España’, caracterizado por sus altas dosis de fabulación”. España, si quiere subsistir sin tensiones, solo tiene una solución: un federalismo amplio y radical como acaba de declarar Chomsky. ¡Los nacionalistas españoles, ciertamente, son un melocotón! ¡Qué melopea llevan siempre!

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