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'Un monstruo viene a verme' hace saltar las lágrimas del público donostiarra

Póster de "Un monstruo viene a verme"

Francesc Miró

La 64 edición del festival sigue dando que hablar: ante el constante ir y venir de estrellas la Sección Oficial empieza a coger fuerza. Muchos pensaban que, hasta la fecha, a las películas a competición de la presente edición les faltaba sal.

Demos gracias a los abucheos silenciosos, a los murmullos en los pasillos y a los debates: el cine es también discutirlo y si de entre diecisiete títulos no hay, al menos, dos que dividan a sus espectadores, algo no ha terminado de funcionar.

Bertrand Bonello y su Nocturama hicieron su parte hace unos días. La película del francés dividió a la crítica entre aquellos que la calificaban de mera estupidez y aquellos que la encumbraban como un filme valiente en sus propósitos. Algo semejante, pero más palpable ha pasado con Plac Zabaw (Playground), cuyo retrato de la violencia infantil ha conseguido que una parte del público del Kursaal se levantase antes de terminar el film. Pero eso ha sido antes de que llegase Juan Antonio Bayona y su esperadísima Un monstruo viene a verme, que ha hecho saltar las lágrimas de gran parte del público.

Lumières d'été (Natsu no hikari), pequeña fábula asiática

Lumières d'été (Natsu no hikari)Entre polémicas y sollozos, una película de la sección de Nuev@s Director@s ha conseguido hacerse un pequeño hueco en la mente de los pocos espectadores que han acudido a su pase a horas poco recomendables. Dirigida por Jean-Gabriel Périot, cortrometrajista de largo recorrido, producida en Francia y rodada en Japón, se trata de una modesta muestra del peso cultural de las fábulas en la psique asiática y el poder de las casualidades.

Como si de una casualidad que podría recordar a Antes del amanecer, Lumières d'été (Natsu no hikari) es la historia de un encuentro fortuito y una noche mágica. Un realizador japonés afincado en Francia viaja a su país natal para trabajar en el rodaje de un documental sobre Hiroshima. Allí conoce a Michiko, una joven que se llama igual y responde a la descripción de una joven fallecida pocos días después de aquel agosto de 1945.

Un punto de partida interesante para una historia que parecía destinada a no ser un largometraje y que, sin embargo, aguanta su recorrido con dignidad. Un esfuerzo que no llega en ningún momento a alzar el vuelo pero que cuenta con un buen puñado de referencias estéticas y temáticas que van del Hong Sang-soo de Ahora sí, antes no a la Naomi Kawase de Una pastelería en Tokio, pasando por el Hirokazu Koreeda de Milagro. Agradable pero fácilmente olvidable, juega bien su baza de recordar a una historia clásica y azucarada de yūreis japoneses.

Plac Zabaw (Playground), psicópatas infantiles: polémica asegurada

Plac Zabaw (Playground)Como decíamos, la polémica siempre es bien recibida si es fundamentada: da vida a cualquier festival y anima al riesgo formal en las propuestas de sus organizadores. No obstante, cabe decir que Plac Zabaw (Playground) es una de esas películas que no se espera que cause gran revuelo por el hecho de que es clara en sus intenciones y, cuando se vuelve despiadada, también se vuelve obvia.

La película dirigida por Bartosz M. Kowalski es un retrato de la psicopatía infantil no demasiado original que divide en capítulos protagonizados por tres niños distintos, la narración de un hecho terrible. Uno que, por no destripar más de lo necesario, cuando se evidenció en la sala del Kursaal donostiarra, hizo levantar a muchos de sus asientos, incapaces de tolerar lo que estaban viendo por mucho que fuese basado en un hecho real. Hay espectadores no van al cine esperando ver la crudeza de ciertas realidades, y eso produce salas con ambiente asépticos que no soportan el retrato de lo desgarrador. Llegados a cierta escena, los asistentes que no querían ver en qué se había convertido aquel filme ya habían abandonado la sala. Quedaron los que sí y no les importaba, pues en el fondo todo es cine, y los que también pero lo que estaba sucediendo en la pantalla les indignaba. Delante de un servidor, alguien se atrevió a levantarse para gritarle al realizador polaco, presente en la sala, que era un sádico y alguna veleidad más que nos ahorraremos. Hechos que empañan resultados.

Si acaso, sí que resulta debatible el trasfondo del film, que intenta explicar (que no excusar) el origen de la psicopatía en base a las dificultades que los personajes viven en sus casas. No en vano, de los tres niños protagonistas la que no comete un acto criminal es la que tiene una mejor situación económica y social. Tal vez deberíamos debatir esto antes de abuchear a quien te lo ha mostrado aunque no lo quisieras ver.

Un monstruo viene a verme, directo a la máquina de emocionar

Un monstruo viene a verme

Las aguas se calmaron porque llegó Bayona. El realizador barcelonés traía a la 64 edición del festival más importante de España su nueva película después de Lo imposible, superproducción que fue dos años la película más taquillera de la historia de nuestro país hasta que llegó Ocho apellidos vascos. Quién lo iba a decir.

En esta ocasión el material de partida era altamente atractivo. Un monstruo viene a verme es una estupenda novela de fantasía de Patrick Ness basada a una idea que nunca pudo llevar a cabo la escritora anglo-irlandesa Siobhán Dowd, fallecida en 2007. Amigos de largo recorrido, Ness llevó a cabo la construcción de un casi-clásico contemporáneo sobre un niño que recibe la visita de un monstruo con forma de árbol que le cuenta tres historias que le ayudan a sobrellevar la enfermedad de su madre, que sufre un cáncer como el que sufrió la autora de la idea original.

Aquí, estamos ante una película cuyo guión firma el propio Ness y que funciona perfectamente en casi todo lo que se propone. La fuerza de sus imágenes deben su poder a las ilustraciones de Jim Kay, el empaque de sus actuaciones se mueve bien, y la banda sonora de Fernando Velázquez, mano derecha de Bayona desde El Orfanato, pone el broche de oro. Todo en ella encaja y funciona. Aunque tal vez sea ese su mayor enemigo: ser una máquina con un mecanismo perfecto y evidente dispuesto a hacer asaltar las emociones del espectador de cualquier edad.

Esa sensación de artificio, que el cine presupone eliminar, no estaba presente en la novela. Cierto es que algunos elementos funcionan mejor sobre papel y que el filme sacrifica personajes y situaciones para añadir otros componentes igual de interesantes. Pero uno tiene la sensación que tal vez entre tanta pieza ensamblada haya momentos en los que la magia se pierda. Y eso, narrando la historia de un árbol que cuenta cuentos, es algo a tener en cuenta.

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