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Una investigación saca a la luz la violencia vivida en Euskadi desde la Guerra Civil hasta el final de ETA a través de testimonios desconocidos

Fotografía tomada en Azpeitia durante la Guerra Civil rescatada por la Sociedad de Ciencias Aranzadi

Maialen Ferreira

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Cuando Kontxi Caracciolo tenía tres años estalló la Guerra Civil en España y tuvo que huir junto a su madre y sus tres hermanos de su Hernani natal. Unos días antes de que ocuparan la localidad guipuzcoana, en septiembre de 1936, las fuerzas franquistas bombardearon el pueblo y entre las casas destruidas se encontraba la de Kontxi. “Vino mi padre diciendo que había empezado la guerra y que se tenía que ir al frente. Él fue de los primeros en morir. Antes de morir le dijo a mi madre que no se preocupara, que si él se moría sus amigos la ayudarían. Así conseguimos huir y salvarnos”, cuenta la mujer, que actualmente tiene 88 años.

Huyeron primero a Aizarnazabal, también en Gipuzkoa, donde estuvieron poco tiempo. “Un vecino le dijo a la dueña de la casa en la que estuvimos que mi madre era 'de los rojos' y tuvimos que salir de ahí porque en el piso de arriba había requetés”, asegura. Así, viajaron a Sodupe, en Bizkaia, y desde allí se fueron a Santander. Finalmente embarcaron hacía Francia, siendo cobijados en Saint-Nazaire y después trasladados a Baiona. “Nos quisieron llevar a Rusia a mis hermanos y a mí, por ser huérfanos de padre, pero mi madre dijo que no, que si teníamos que morir, moriríamos todos juntos y embarcamos a Francia. Cuando pudimos volver, mi madre tenía que presentarse ante la Guardia Civil. Allí le preguntaron que por qué nos marchamos y ella contestó que teníamos miedo a las bombas”, indica.

30 años después del sufrimiento de Kontxi, concretamente en 1968, Jesús Arrizabalaga vivía el suyo propio cuando fue arrestado en Bentaundi, Tolosa, y trasladado al cuartel de la Guardia Civil del Antiguo, en Donostia, donde estuvo retenido durante tres días y sufrió torturas físicas y psicológicas. “Estaba conduciendo y vi a dos chicos a los que se les había averiado el coche. Los recogí y vi que llevaban propaganda de ETA y que la metieron en mi coche. Al llegar a Tolosa vimos que había un control de la Guardia Civil, nos quitaron la propaganda y nos llevaron detenidos. Me ataron las manos y uno de los torturadores no paraba de darme patadas en la entrepierna. Creo que tras las patadas perdí el conocimiento. Estuve tres días sin dormir”, cuenta Arrizabalaga.

Una radiografía de las violencias que no aparecen en los archivos

Los de Kontxi Caracciolo y Jesús Arrizabalaga son dos de los testimonios sobre memoria histórica y memoria reciente, que abarca desde la Guerra Civil hasta el final de ETA, que ha recogido la Sociedad de Ciencias Aranzadi en los últimos años en su labor de recuperación y difusión de la historia en Euskadi. El proyecto, cuyo objetivo es realizar una radiografía de las violencias que no aparecen en los archivos históricos, se ha realizado hasta ahora en una docena de municipios vascos como Azpeitia, Hernani o Tolosa. En otros, como Amorebieta-Etxano o Galdakao, se ha comenzado la primera fase, que es la de recoger los testimonios de víctimas y allegados.

Los historiadores Iraitz Arizabaleta y Javier Buces, este último responsable del área de Memoria Histórica de Aranzadi, son dos de las personas que han trabajado en el desarrollo del proyecto. Admiten la dificultad del mismo por dos cuestiones: la primera es que muchas de las víctimas de la Guerra Civil ya han fallecido y, la segunda, que las víctimas de la memoria reciente, principalmente las que han sufrido terrorismo o violencia de motivación política, aún no están preparadas para hablar abiertamente de lo ocurrido. Para recabar los testimonios, instalan durante un tiempo determinado una 'Oficina de la Memoria' en cada municipio y allí reciben a cualquier persona que quiera aportar información o documentación.

“Lo común es que la gente que se acerque dé su testimonio abiertamente, pero también hay personas que nos ofrecen su testimonio, pero no quieren que se haga público hasta que ellos mueran o hasta que su madre fallezca porque pueden estar hablando de algún familiar asesinado. Ese tipo de historias también pasan. Es más común que pongan límites las personas que hablan sobre memoria reciente que las que nos cuentan información sobre memoria histórica”, explica a este periódico Javier Buces.

Este miércoles han cerrado tras un mes de trabajo recopilando testimonios la Oficina de Memoria de Galdakao. “Durante el periodo de la Guerra Civil, Galdakao fue una zona con bastante movimiento bélico, con lo cual hay víctimas de bombardeos y fusilamientos. En cuestiones de memoria reciente es un pueblo que tiene un volumen alto de personas que han sufrido violaciones de derechos humanos tanto por parte de ETA como de tortura policial. Ha sido un pueblo con una tasa de violencia muy alta en los años 80 y 90 y eso dificulta y aumenta la carga de nuestro trabajo”, señala Buces.

“Son historias que se conocen dentro de la familia, pero que nunca se han denunciado”

La primera parte del trabajo se basa en una toma de contacto con los vecinos, que a través del boca a boca se van informando unos a otros de la posibilidad de sacar a la luz los testimonios que durante años han guardado en el seno de su familia. “Son historias que se conocen dentro de la familia, pero que nunca se han denunciado. Sienten la necesidad de contar esa vulneración y esa represión que sufrieron, que la llevan guardando durante toda su vida. Lo cuentan ahora porque se les da una plataforma donde contarlo y lo sienten como un sitio seguro en el que se pueden expresar libremente”, asegura Iraitz Arizabaleta, encargado de atender la Oficina de la Memoria de Galdakao.

Una vez recopilados los testimonios, la segunda parte del proyecto se basa en seleccionar aquellos cuya historia tenga la posibilidad de ser contada. “Algunas personas vienen y te dan nombres de otras. La mayoría de gente nos da testimonios indirectos y la búsqueda de esa persona de la que hablan nos cuesta más porque tenemos que localizarla y que quiera contarnos lo que vivió”, cuenta Arizabaleta.

El siguiente paso es elaborar un listado con los participantes y entrevistarles, a poder ser en vídeo. “Algunas personas escriben su testimonio en un papel, otras dejan que grabemos su voz, pero no su imagen porque quieren mantener su anonimato, pero lo que buscamos es grabarlos en vídeo. Otra de las cuestiones que les preocupa mucho es el aportar fotografías o documentación porque temen que la perdamos. Por eso, tratamos de digitalizarla y devolvérsela en ese mismo momento para que estén seguros de que no lo van a perder por enseñárnosla a nosotros”, explica el historiador.

El proyecto, cuya elaboración cuenta con la colaboración de los ayuntamientos de cada municipio, que antes de llevarla a cabo llegan a un acuerdo entre todos los partidos que forman parte del consistorio, una vez finalizado es trasladado al ayuntamiento, que es quien decide qué realizar con la información recabada. En el caso de Azpeitia y Hernani, por ejemplo, los testimonios están recogidos en monográficos en formato en papel y en páginas web.

“Lo que tanto los ayuntamientos como Aranzadi aseguran es que tenemos derecho a conocer todas las vulneraciones de derechos humanos que han ocurrido en tanto en el franquismo como en el último periodo en el País Vasco. No solo buscamos conocer una verdad, queremos conocer la verdad global. La ciudadanía entiende que es un derecho suyo y aporta su testimonio a la investigación para que el municipio pueda avanzar en materia de convivencia y de reconocimiento”, concluye Buces.

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