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Nada impedirá la reelección de Putin, pero la economía puede hacerle sombra

Putin, a bordo del avión presidencial en el que viajó en diciembre a Siria para anunciar el inicio de la retirada rusa.

Agustín Fontenla

En diciembre de 2011, cuando Vladímir Putin anunció su candidatura a presidente para los comicios de marzo de 2012, la escena política rusa atravesaba un vendaval. 

Decenas de miles de personas despedían el año con marchas de protesta para exigir elecciones justas, los periódicos y dirigentes debatían la necesidad de poner fin a “la democracia controlada” instaurada por Putin en los años 2000, y la oposición contaba con un candidato, Mijaíl Prójorov, que aunque no podría vencer, disputaba el discurso político.

En el ámbito internacional, Rusia aparecía junto a China como el último defensor del presidente sirio, Bashar al Asad. Los gobiernos occidentales planteaban una intervención militar directa en el país árabe que Pekín y Moscú resistían a fuerza de vetos en el Consejo de Seguridad de la ONU.

En ese clima enrarecido, la única alegría para el líder ruso era la marcha de la economía. El PIB había crecido en 2011 por encima del 4%, impulsado por el precio elevado del petróleo, y la crisis profunda de 2008-09 iba quedando atrás.

Seis años más tarde, el jefe del Kremlin anunció que buscará un cuarto mandato presidencial. Las elecciones, que serán en marzo de 2018, muestran un escenario muy distinto al del 2012: la oposición política es inexistente, Rusia se ganó un rol central en la discusión política global y, paradójicamente, lo único que acecha al presidente ruso es la marcha de la economía.

Putin inició la campaña electoral con el foco puesto en la geopolítica: el ámbito que le rindió más frutos durante su tercer mandato. Desde Hmeymim, la base rusa en Siria, anunció el fin de la operación militar que había autorizado en septiembre de 2015 para rescatar a Damasco del avance de los grupos insurgentes apoyados por Turquía, Arabia Saudí y EEUU.

Muchos analistas pronosticaron un revival de la interminable incursión soviética en Afganistán. Sin embargo, dos años después, Rusia se retira victoriosa: fortaleció al líder sirio, aliado de Moscú, ayudó a derrotar al ISIS y se reservó un papel clave en las negociaciones sobre el futuro político sirio. 

Dentro de las fronteras rusas, la operación, amplificada y edulcorada con ingredientes patrióticos por los medios oficialistas, ha resultado ser muy eficaz para obtener el apoyo popular. La misma fórmula había obtenido idénticos resultados tras el referéndum en Crimea y el apoyo a las fuerzas prorrusas en el sureste de Ucrania. Incluso, con aquellos que no estaban de acuerdo con el gobierno. 

“Vladímir Putin se benefició mucho de la anexión de Crimea en 2014. Se interpretó como el renacimiento de Rusia como una gran potencia, y él fue considerado como el principal arquitecto”, afirma Denis Volkov, sociólogo del Centro Levada. “Después de 2014, muchos de los que no estaban de acuerdo con Putin y que eran críticos con él, aprobaron sus políticas”.

En el ámbito internacional, Putin podrá destacar también el acercamiento con Arabia Saudí para estabilizar el precio del petróleo, el alineamiento con Turquía e Irán en la guerra siria, y la alianza diplomática con Pekín. Incluso enfrentado a Bruselas y a Washington, Moscú está de vuelta en la mesa de la diplomacia internacional.

La oposición teme por su vida

Otra de las columnas sobre las que se construyó el liderazgo de Putin, es la ausencia de oposición, mérito del Kremlin y de las propias fuerzas opositoras. Cuando en 2011, la sociedad rusa discutía una reforma política que el propio Dmitri Medvedev sugirió como presidente ante la Asamblea Federal, se trataba de impedir el escenario político actual: una oposición que no sobrevive a un sistema limitado y represivo.

Un diálogo durante la reciente conferencia de prensa anual del mandatario ruso (transmitida por el principal canal de televisión del país) lo ilustra de alguna manera. La periodista y candidata presidencial, Ksenia Sobchak, señaló que en Rusia no existe una oposición real porque las personas que osan competir políticamente temen represalias que pueden acabar con su vida.

Putin evadió referirse al clima de amenazas y afirmó que los opositores no deben “hacer ruido en las calles”, sino también “proponer propuestas reales que la gente va a considerar”. A decir verdad, no hay muchos candidatos con propuestas que animen a la sociedad, aparte del histórico partido Comunista o del Trump ruso, el ultranacionalista Vladímir Zhirinovski. El único que ha conseguido cierto apoyo en las grandes urbes es Alexéi Navalni. 

Su caso representa, precisamente, la denuncia de Sobchak. El activista anticorrupción fue sentenciado (en suspenso) por un tribunal ruso en un caso de malversación de fondos. Su hermano, Oleg, se encuentra preso por la misma causa y deberá purgar tres años  y medio de cárcel.

Navalni considera que el juicio tiene razones políticas y apeló el fallo en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Aunque el Comité Electoral no se ha pronunciado aún sobre su candidatura a presidente, se da por hecho que la prohibirá.

Lo paradójico es que si Navalni fuera autorizado, las encuestas recientes del Centro Levada indican que el apoyo que recibiría del electorado ruso sería del 2%. Para el sociólogo Volkov, eso se explica porque “los canales de televisión, que son las fuentes principales de información, están controlados por el Estado y cerrados a la oposición”.

Sin duda, el mandatario ruso se aprovechó de ese contexto para aplacar cualquier intento de oposición política. Pero esa no es la única razón que explica su liderazgo. Otra muy importante es la economía. 

Recesión tras un largo periodo de expansión

En los dieciocho años que gobernó el país, catorce como presidente y cuatro como primer ministro, el líder ruso elevó el PIB de 259.000 millones de dólares a 1,28 billones, con un pico de 2,23 billones en 2014, según el Banco Mundial, antes de que se hundiera el precio del petróleo y Occidente aplicara duras sanciones contra los bancos y las empresas rusas. 

Desde entonces, la economía ha caído en recesión. El rublo se devaluó en un 100%, la inflación naufragó entre cifras de dos dígitos, y los ingresos de la población disminuyeron.

Este mes de diciembre, dos encuestas de medios independientes reflejaron el agotamiento que sufren las cuentas bancarias de los ciudadanos. Kommersant publicó un informe sobre cuál es el principal regalo que desean recibir los habitantes en las navidades. Tanto para las mujeres como para los hombres, la respuesta preferida es dinero (71% y 63% respectivamente versus 53% y 45% en el 2014). El periódico concluyó que “el creciente amor de la población por el dinero se puede entender. Sus ingresos reales descendieron durante los últimos tres años”.

La otra encuesta fue realizada por el multimedio RBK. Allí se preguntó a los lectores cuánto gastarían por sus regalos en las fiestas navideñas. Las dos respuestas que concentraron mayores votos fueron “menos de 3.000 rublos (43 euros) y ”no planeo hacer regalos“, 21% y 19%, respectivamente. Las dos siguientes fueron de ”3.100 a 5.000 rublos“ y ”de 5.000 a 10.000 rublos“ (72 a 144 euros) con 13% y 14%, cada una. 

Aunque el PIB crecerá un 2% en el 2017, y en el 2018 lo hará levemente por encima de esa cifra, existen varios indicadores de que que la crisis aún persiste. Analistas políticos como Antón Khashchenko destacan que el gobierno logró mitigar su impacto, y no renunció a las medidas de corte social. Por ejemplo, “el aumento de la tasa de referencia del Banco Central (que ahora está recortándose), las políticas para estabilizar el sistema financiero, el impulso a la sustitución de importaciones” y, además “la ejecución de los ‘Decretos de Putin de mayo’”.

Los decretos de mayo de 2012 consisten en una serie de estímulos que firmó el presidente ruso para aumentar progresivamente los salarios públicos hasta 2018. Aunque se han implementado en su mayoría, medios de comunicación independientes como Meduza señalan que los beneficios no alcanzan para contrarrestar los efectos negativos de la crisis.

Para salir del estancamiento y producir un salto cualitativo en el desarrollo del país, expertos oficialistas y opositores coinciden en que Rusia debe crecer a tasas superiores al 4% anual, y que la única forma de lograrlo es mediante profundas reformas económicas e institucionales. 

El exministro de Finanzas ruso, Alekséi Kudrin, que dirige el Centro de Investigación Estratégica y ocupa el puesto de vicejefe del Consejo Económico del Presidente de la Federación Rusa, es uno de los responsables del plan económico de Putin para su cuarto mandato presidencial. 

En un informe publicado este año, sostiene que para impulsar un desarrollo genuino debe terminarse con la “excesiva regulación” en los negocios, aumentar la exportación de productos de alta calidad, reducir la dependencia de los hidrocarburos, y lograr una “eficiencia alta en las funciones de la Administración pública”. 

De forma menos explícita, ha criticado la corrupción, y la falta de libertad y transparencia en la economía. En otras palabras, el sistema de alianzas que rige entre las autoridades y una serie de grupos económicos afines (llamados comúnmente oligarcas). 

Acabar con esa connivencia sería indispensable para impulsar el desarrollo económico de Rusia, pero Abbas Gallyamov, un popular analista político del país, sostiene que “esa clase de cambios institucionales serios contradice el modelo actual de poder: reforzar las instituciones inevitablemente conduce a un debilitamiento del poder personal”. La encrucijada afecta directamente al presidente Putin quien, si confirma su triunfo en las elecciones de marzo, deberá decidir qué opción es prioritaria.

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