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Sobre este blog

Carlos Osorio García de Oteyza pasea por su ciudad descubriendo algunos de los secretos que semanalmente comparte en sus recorridos guiados por Madrid o ha escrito en sus once publicaciones sobre la capital.

Caminando por Madrid: visitas guiadas especializadas

De Barrio de Las Letras a Barrio de Las Copas

Terraza en una calle del Barrio de las Letras

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Una copla satírica del siglo XVII decía así: “En Madrid, ciudad bravía, que entre antiguas y modernas, tiene trescientas tabernas y una sola librería”.

¿Ha cambiado mucho el panorama en el siglo XXI? Pues hombre, si hacemos una comparativa entre el número de bares y el número de librerías, no salimos muy bien parados. No obstante, la copla del siglo XVII no decía la verdad, al menos en lo que respecta a este barrio. En el Siglo de Oro, el Barrio de Las Letras se llenó de librerías, imprentas y teatros. Los corrales de comedias atrajeron a los escritores, que escribían obras para esos teatros. En estas calles vivieron genios como Cervantes, Quevedo, Góngora, Calderón, Tirso de Molina, Lope de Vega, Francisco de Rojas. Un siglo después, en el XVIII, se citaban en estos lares los escritores neoclásicos, encabezados por Nicolás Fernández de Moratín. En el XIX, el cafetín del Príncipe acogía la tertulia de los poetas románticos (Larra, Espronceda, Ventura de la Vega, Bretón de los Herreros, Zorrilla, etc.) En el siglo XX, el Ateneo y los cafés del barrio escucharon a los escritores de la Generación del 98, a los modernistas, a la Generación del 14, a los ultraístas, a la Generación del 27, a las generaciones de la posguerra…Esto es algo inaudito, algo que no pasado en ninguna otra capital en todo el mundo. Durante cuatro siglos, los mejores escritores se han reunido en un barrio, en este Barrio de Las Letras. Esta singularidad merece ser conocida, valorada y difundida. Es un gran tesoro de la Historia de Madrid. Sin embargo, llegamos al siglo XXI, y muy pocas letras vemos en este barrio, a no ser los rótulos de sus muchos bares.

El caminante que sale a pasear por el Barrio de Las Letras de buena mañana, se topará con cientos de furgonetas y camiones de reparto que hacen sonar sus bocinas y que tratan inútilmente de aparcar (no existen apenas zonas de carga y descarga) para poder repartir sus mercancías (botellas de cerveza, de licor, de vino) para los cientos de bares de la zona. Tratando de no ser arrollado por dichos vehículos, el caminante busca alguna librería y acaba encontrando media docena (algunas han abierto hace poco), comprueba que sigue habiendo algún teatro, ve que el Ateneo sigue en pie (gracias al esfuerzo de sus socios), pero no encuentra ningún local donde se reúnan los escritores. En el siglo XXI ya no viven ni se reúnen los escritores en el barrio que fue su barrio. Ni siquiera hay cafés donde reunirse, todos son lugares donde llenar la panza de líquidos y viandas mientras un público ávido de “experiencias gastronómicas” vocifera a pleno pulmón. Imposible hacer una tertulia en los bares de Las Letras.

La desbandada de los escritores tiene que ver con la transformación turística que ha sufrido este barrio y todo el centro histórico en lo que va de siglo. Hemos pasado de tener un Barrio de Las Letras a tener una zona de copas. Y uno se pregunta ¿Cómo es posible que, a día de hoy, no exista un centro de interpretación sobre la Edad de Oro de la cultura española? En 1931, con la Segunda República, se creó el museo de Lope de Vega, en la única casa que hemos sabido conservar de nuestros literatos. A comienzos de este siglo, el alcalde Gallardón puso placas en las paredes y en el pavimento recordando a nuestros grandes escritores. Pero no es suficiente. Hace falta un Centro de Interpretación de la Edad de Oro de nuestra cultura. El lugar indicado sería el convento de las Trinitarias, donde está enterrado Cervantes. Lo cierto es que la tumba de Cervantes solo puede verse reservando una cita mediante un protocolo bastante disuasorio. La realidad es que las monjas trinitarias ya no son las que eran, porque se han ido muriendo y están siendo sustituidas por monjas venidas de América y de Asia. Bien podría utilizarse el monasterio como el necesario centro de interpretación, y la iglesia podría simultanear las horas de culto con las horas de visitas.

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Carlos Osorio García de Oteyza pasea por su ciudad descubriendo algunos de los secretos que semanalmente comparte en sus recorridos guiados por Madrid o ha escrito en sus once publicaciones sobre la capital.

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