Cuando en Malasaña se asaltaban y defendían joyerías con recortadas
Tanto en esos libros abiertos que son nuestros vecinos mayores como en las hemerotecas podemos hallar insospechados rastros de lo que fueron -y dieron de sí- las mismas calles que hoy pisamos sin tener idea de los secretos que esconden. Removiendo ese ayer traemos al presente la historia de un atraco de tintes cinematográficos que ocurrió en el número 15 de Corredera Alta de San Pablo, justo en el local donde hoy sirven con mucho éxito unas deliciosas tartas caseras.
Nos situamos en enero del año 1980 y en Corredera Alta de San Pablo había hasta cinco negocios de joyería. En uno de ellos, El Portal de Belén, a las 9:30 de la mañana comenzó un suceso que bien pudo acabar en auténtica carnicería y que elevó a la categoría de heroína local a una joven dependienta de 24 años, Serafina Río Nieto.
Tal y como recoge la prensa de la época con pequeñas divergencias (El País y, con mucho más detalle, ABC), a la mencionada hora y estando en la joyería la mencionada Serafina y otro trabajador, tres jóvenes entraron en el establecimiento y amenazaron a ambos empleados con una escopeta de cañones recortados y un revólver. Al compañero de Serafina lo encerraron en la trastienda, pero los asaltantes cometieron el error de menospreciar el peligro que para su integridad e intenciones podía suponer la mujer: mientras abrían la caja registradora y se ocupaban de las joyas expuestas en las vitrinas, Serafina aprovechó para hacerse con un rifle del calibre 22 que guardaba el dueño de la joyería y encañonar con él a los atracadores, exigiéndoles que tiraran sus armas.
No resulta difícil imaginar la escena de tensión que debió provocar la valiente -y un tanto inconsciente- acción de la joven; un duelo en toda regla que exigiría de sangre fría y que hemos podido ver recreado en el celuloide cientos de veces. El desenlace de la acción también pudo haber surgido de la pluma de cualquier guionista acostumbrado a ofrecer al público giros inesperados: resulta que Serafina olvidó quitar el seguro del arma que empuñaba, hecho del que finalmente se percató uno de los asaltantes, quien se lanzó sobre la mujer y, según ABC, la golpeó “brutalmente”.
En cualquier caso, los atracadores se pusieron nerviosos y, seguidamente, se dieron a la fuga abandonando su posible botín.
Llegados a este punto es donde los relatos de los dos periódicos que hemos consultado para recuperar del olvido este suceso difieren más. Mientras que El País da ahí por finalizado el asunto, ABC lo continúa agrandando lo épico de la acción de la empleada añadiendo que, ensangrentada y todo, aún tuvo fuerzas para salir detrás de los atracadores rifle en ristre y perseguirlos por la calle al grito de “¡Socorro, a esos; asesinos, ladrones!” hasta que cayó desvanecida, siendo auxiliada por otros comerciantes de la zona y trasladada a la Casa de Socorro de Universidad, en Vallehermoso.
Aquel 8 de enero de 1980 era ya el tercer atraco que sufría El Portal de Belén, propiedad de Francisco Velasco, si bien los otros no habían sido violentos. El comercio, en julio de ese mismo año, aún sufriría un cuarto robo, tal y como cuenta El País.
Una época insegura
Una época insegura
La posibilidad de que hoy ocurriera un hecho similar en una vía como la Corredera de San Pablo, o en cualquier otra del barrio de Malasaña, se antoja bien remota. Sin embargo, en aquella época el país vivía un ambiente de inseguridad ciudadana que ha quedado patente, además de en antiguas crónicas de diarios, en un tipo de género cinematográfico que se hizo muy popular desde el final de los años 70 hasta mediados de los 80: el cine quinqui (uno de los últimos títulos representativos de este género, 'La Estanquera de Vallecas', se rodaría años después -1986- en la plaza de San Ildefonso).
Por supuesto, también permanece presente en la memoria de los comerciantes más antiguos de la zona, que recuerdan toda la década de los años 80 como especialmente mala para sus negocios en materia de seguridad. Eso sí, no hablan de asaltos con armas de fuego sino de continuos robos, o intentos de robos, por parte de maleantes de poca monta que, en la mayoría de los casos, delinquían para conseguir dinero con el que comprar sus dosis de droga.
Asegura uno de estos comerciantes antiguos, con cierta pena, que muchos de quienes daban “palos” en el barrio por aquel entonces eran poco menos que “zombis o fantasmas”, incapaces de sostener en sus manos el peso de una escopeta cuando a penas podían mantenerse a sí mismos en pie.
0