De Matías López a El indio: las primeras fábricas de chocolate de Madrid
¿Sabías que la primera gran fábrica de chocolate estuvo en Malasaña? ¿Recuerdas el precioso establecimiento El Indio, en la calle Luna? Hoy vamos a hacer un recorrido por la venta de chocolates durante el siglo XIX en nuestro barrio, porque da noticia también de la popularización del consumo de chocolate que, si bien había llegado a la Corte siglos atrás desde América, ahora empieza a ser consumido de forma masiva...y porque a nadie le amarga un dulce.
Matías López y López (Sarriá, Lugo 1825- Madrid 1891) es conocido por haber levantado uno de los más dulces y prósperos imperios comerciales del siglo XIX. Tras años trabajando por cuenta ajena en una fábrica de chocolate, consigue establecerse por cuenta propia en 1851, comprando con sus ahorros un pequeño molino de la calle Jacometrezzo. Posteriormente, en 1855, comprará un molino más grande en el número 32 de la calle Tudescos. El nuevo salto lo daría en 1961, al adquirir el 32 de la calle Palma Alta primero, que constaba de sótano, planta baja, planta principal, segundo y tercero. Allí establece su domicilio particular y su nueva fábrica de chocolate. Tudescos permanecería como sucursal y abriría, también, nuevos establecimientos en Madrid.
Es en la nueva fábrica en donde deja atrás la fabricación más tradicional –a brazo- para introducir una máquina de vapor. El negocio no para de crecer y en 1866 adquiere el edificio de la vieja Cerería Real, en la calle de la Palma Alta 8 (con acceso por Velarde 5). Matías López rehízo el edificio, destinando Velarde 5 a casas para sus empleados y a almacén. Hacia 1875 este edificio también se le habrá quedado pequeño y se trasladará a una fábrica en El Escorial, donde la empresa permanecerá hasta los años sesenta del siglo XX.
Suele contarse que, para darse a conocer, mandó a todas sus amistades a preguntar por su chocolate a las tiendas, antes incluso de haber salido a la calle el producto. Posteriormente, el propio Matías pasaba por las tiendas ofreciendo un chocolate que, casualidad, la gente estaba esperando comprar.
El buen ojo para la mercadotecnia iría sofisticándose con el paso de los años. En 1889 acude con gran éxito a la Exposición Universal de París, en el certamen que ha dejado como recuerdo la imponente Torre Eiffel. También tuvo buen ojo con la publicidad gráfica, aliándose para ello con Ortego Vereda, quien se había hecho célebre por una caricatura de Isabel II por la que había acabado entre rejas. Él creo una popular publicidad en forma de cartel: Los Gordos y Los Flacos, que hablan de un prestigio de los kilos muy lejano a los cánones actuales.
La Fábrica de Chocolates El Indio
Si bien la producción de Matías López se hizo tan grande que el centro de la ciudad se hizo inadecuado para albergar su industria, siguieron existiendo en el barrio modestos molinos de chocolate. Hasta hace pocos años, sin ir más lejos, había uno en el barrio que-debidamente actualizado a los tiempos-, continuaba con la misma actividad que había iniciado a mediados del siglo XIX.
La Fábrica de Chocolates El Indio estaba situada en la calle de la Luna, esquina con San Roque, donde sobrevivió durante siglo y medio para deleite del paseante, como bonito comercio tradicional, y del cliente, como suministrador de chocolates.
El comercio fue abierto por los hermanos Enrique y Mauricio Vela en 1848. A partir de los años veinte empieza a vender café y fiambres también, y a lo largo del siglo iría ampliando su oferta con caramelos, mazapanes o galletas. En 1984 fue distinguido como Establecimiento Tradicional Madrileño pero, tristemente, echó el cierre en 1994.
El Indio era, además de ejemplo de comercio tradicional, una pequeña industria, de esas cercanas a la artesanía tan típicas de Madrid, pues además de tienda era molino, como hemos dicho.
Ya no hay chocolatería en la calle de la Luna, pero podemos consolarnos con una visita arqueológica al Museo del Traje, situado en Ciudad Universitaria, donde en una de sus salas se puede admirar una fotografía de la vieja Fábrica de Chocolate como elemento propio del Patrimonio de la ciudad.
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