Reconstruyendo el rastro hecho de prejuicios de Bettina Jacometti
Hay personajes cuyo rastro en la historia no pasa de lo que otros han dicho de ellos. Cuando hablamos de una mujer, cuyo aspecto y conducta escapa al estereotipo sexual asentado en su época, conviene poner en cuarentena el retrato prejuicioso hecho por hombres e intentar empezar de nuevo el puzzle. Es el caso de la pintora holandesa Bettina Jacometti, que vivió en Madrid y cuyo eco resuena en el recetario bohemio con tonos grotescos. Durante mucho tiempo prácticamente sólo se ha sabido de ella una anécdota poco creíble (y en la que es secundaria) que César González Ruano contó en su libro de memorias Mi medio siglo se confiesa a medias: “Bettina Jacometti era una pintora loca que vivió en Madrid algunos años. Al marcharse para un pequeño viaje le dejó su estudio a Lasso con la única condición de que cuidara al perrito. Lasso parece que desde el primer día fue vendiendo los muebles y que en uno de mayor apuro, mató al perro, lo asó y se lo comió con papas”. En el retrato desdeñoso de loca machuna, como veremos, incidía incluso la crítica de la época.
De Bettina apenas conocemos unos pocos dibujos hechos a pluma y un par de obras que se encuentran en el Rijksmuseum. Hemos tenido que echar mano de Google Translate para leer lo poco que hay de ella en holandés y rastrear textos de familiares perdidos en internet para completar algunos datos sobre su vida.
Bettina W. Jacometti nació en 1892 y murió alrededor de 1950. Vivió gran parte de su vida en Capri, donde parece que tuvo un hijo de un almirante italiano, probó las celdas de El Cairo y España, se enroló en la legión española vestida de hombre para ir a la guerra de Marruecos (huyendo de la autoridad) y volvió a Holanda tras la Segunda Guerra Mundial, donde montó una academia de arte en La Haya.
Varios testimonios y recuerdos la sitúan en el Café Reina Victoria durante su estancia en Madrid, en torno a 1917. Ese café estaba en la esquina de San Bernardo con la calle Flor Alta, junto al antiguo local de Doña Manolita. En un principio, se llamó café Gran Vía, luego Olivares y al filo de los años veinte cambió su nombre al de Reina Victoria, hasta que cerró ya en la década de los treinta. Según cuentan en Antiguos cafés de Madrid, “era un café en el que se daban comidas, tenía dos puertas, grandes billares ”bien ventilados“ y un precio de 0,75 pesetas la hora de juego.”
Aquel sitio lo frecuentaban ilustres literatos bohemios como Emilio Carrere o González Ruano, que en una entrevista a ABC relataba la vida de los escritores de café, literaria incluso antes de haber emborronado cuartillas: “Mi vida literaria comienza casi antes de hacer literatura. Vida de los cafés del barrio latino madrileño. Viejo café de la Reina Victoria en la calle de San Bernardo. Simulación de la bohemia, mientras cantaban en el bolsillo dos duros de papá”. También debía de ser parada habitual de escritores extranjeros, o al menos el chileno Augusto D´Halmar rememoraba sus visitas con Antonio Machado al café durante su estancia en Madrid.
Durante la Primera Guerra Mundial, y en los años siguientes, muchos artistas europeos viajaron a España (a Barcelona, Madrid, pero también a Andalucía o a Mallorca) y es en este contexto en el que podemos imaginar recaló Bettina en nuestra ciudad. En la prensa de la época encontramos sobre todo noticias de la exposición que hizo en la Casa del Pueblo (calle Piamonte) en 1917. A veces, se colaba en los textos el prejuicio sobre su sexualidad:
Fue habitual que los críticos de arte se dedicaran a enjuiciar su aspecto físico y sus costumbres antes que la línea de sus dibujos:
En 1917 Bettina sería enviada a Vigo para, desde su puerto, ser expulsada de España por sus ideas anarquistas (en prensa se la llama extremista, anarquista, nihilista, de ideas avanzadas... Se dijo que era espía alemana e, incluso, que pretendía asesinar al Conde de Romanones). Lo cierto es que la notificación oficial a la embajada de su país hablaba de anarquismo. Hay que tener en cuenta que precisamente en ese año, de gran explosividad política, se produciría una huelga general revolucionaria cuya preparación tenía nerviosas a las fuerzas policiales. A Bettina la defendieron, entre otras, Margarita Nelken, a quien probablemente conoció en la Casa del Pueblo, donde había expuesto dos meses antes de ser desterrada.
Parece ser que, de alguna manera, Jacometti pretendió evitar la repatriación alistándose en la Legión (rumbo a la guerra de África) disfrazada de hombre. De la presencia de Bettina en la legión da noticia Guillem Selaya en su biografía de juventud Los que nacimos con el siglo. Él había compartido con ella noches de bohemia en el café Reina Victoria, era en esos momentos militar en África y tiene conocimiento del hecho por un amigo común. En los diálogos que recrea en el libro se puede apreciar una mezcla de compandreo y desprecio por su forma de vestir y de vivir, alejada de lo que se esperaba de una mujer del momento, cuando se refiere a “el caso anormal de Betina, mujer por accidente, alistándose en el Tercio vestida de hombre”.
Cuenta Selaya que Bettina, a la que no asignaba peligro alguno, era por su estrafalaria estampa y sus usos, un bulto propicio para pasar la noche en la Dirección General de Seguridad, como sucedía con cierta frecuencia (trance del que solía rescatarla el abogado Valero Martín). Según relata, algunos de los parroquianos del café fueron a ver al Ministro de la Gobernación, Gabino Bugallal, que había mostrado interés por conocer a la peculiar pintora holandesa, y a partir de ese momento su relación con los guardias madrileños fue más tranquila... hasta su expulsión.
Las ideas anarquistas de Bettina son verosímiles pues en el Reina Victoria, y en la bohemia en general, era algo muy habitual ser anarquista en esas fechas, aunque en algunas ocasiones se trataba de un anarquismo más literario que militante. El propio Selaya, que cuando escribió sus memorias era falangista, fue anarquista y en su libro se refiere a otros correligionarios del café y de La Idea, como un pintor de abanicos y dibujante valenciano huido de la policía por anarcosindicalista que alternaba con Bettina y el resto.
Es mucho lo que queda por conocer de la vida y la obra de esta dibujante y pintora ultramodernista (así se la calificaba en la Europa de entreguerras), cuya forma de vivir libre y de mostrar su género frente a quienes tenían el monopolio de la palabra ha condicionado lo poco que de ella sabemos.
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