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Ngilondoloze

Ngilondoloze significa 'sálvame'

Paulino Ros

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Ya podrán gritar hasta quedarse afónicos que “Alá es el más grande” los autores de los últimos atentados terroristas en Francia, pero sus actos jamás podrán apellidarse “islamistas” ni tener absolutamente nada que ver con el islam. Me niego a calificar de “terrorismo islamista” ese tipo de atentados, que se extendieron en Europa a partir de lo ocurrido el 11 de marzo de 2004 en Madrid. Como tampoco llamaré “terrorismo vasco” al de ETA, que nada tenía que ver con el País Vasco, y que también sufrieron Francia y España. En ambos casos se trata de terrorismo puro y duro, sin razón, sin sentido, sin justificación alguna, con el único objetivo de causar el mal, de sembrar el terror, de dinamitar sociedades democráticas y pacíficas. Me inclino por hablar de “terrorismo”, a secas, o de “terrorismo internacional”.

Los autores de los terribles atentados en Conflans-Saint-Honorine y Niza, que han costado la vida a cuatro personas, no se podrán llamar musulmanes ni podremos considerarlos como tales, nunca lo serán quienes matan, por mucho que concluyan sus crímenes al grito de “Al·lahu-àkbar” (“Alá es el más grande”). Si entramos en un enfrentamiento entre religiones y ponemos barreras en torno a los 25 millones de musulmanes que hay en la Unión Europea, estaremos amenazando el futuro del continente.

El esfuerzo de entendimiento y diálogo ha de ser mutuo. “Charlie Hebdo” publica caricaturas del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, y tiene todo el derecho a hacerlo, porque es lo normal en un país como Francia donde la libertad de expresión está garantizada. La misma libertad que permite a esa revista hacer caricaturas de Mahoma, si bien, en este caso, no entiendo la necesidad de violentar a millones de musulmanes sabiendo que esas publicaciones pueden provocar no solo boicots comerciales (como el actual de algunos países contra Francia por las palabras de Macron apoyando la decisión del profesor Samuel Paty de usar las caricaturas en sus clases), sino también derramamientos de sangre. Como tampoco entiendo que para protestar contra la reforma de la Ley del Aborto de Ruiz Gallardón haya que hacer una procesión del “Santo Chumino Rebelde”. No le veo la gracia por ninguna parte ni a las caricaturas de Mahoma ni al “coño insumiso”. Libertad de expresión, sí, siempre; respeto al sentimiento religioso, también, aunque eso nos obligue a hacer el esfuerzo de sentarnos con el otro y dialogar hasta entender.

Todo esto se me ocurre mientras paseo a mi perra Nala, escucho en la radio que en las últimas horas han llegado más embarcaciones con migrantes a la costa murciana, y ya de vuelta a casa, a primera hora de la mañana, decido cambiar nuestra ruta habitual para pasar junto a un parque del centro de Murcia, donde escucho jaleo de niños y niñas jugando a la espera de que suene la señal de entrada a clase. Me llama mucho la atención que la mayoría son muy probablemente nacidas en Murcia aunque de origen subsahariano, magrebí, sudamericano y asiático. Juegan al “pillao”, mezclados, unas con otros, felices y sonrientes, mientras sus madres esperan a la puerta del colegio público de infantil y primaria.

Demostración palpable de que su mundo es feliz porque no hay prejuicios ni han llegado los adultos a poner guerra donde hay paz y felicidad. Es un mundo donde reina el espíritu “Jerusalema”, una canción de contenido religioso nacida en Sudáfrica, que gracias al acierto musical de sus autores y a la redes sociales, se ha convertido en himno y baile de cientos de millones de personas en todo el mundo.

Al ritmo de la música de Master KG y la voz de Nomcebo Zikode termino de escribir estas palabras, mientras en la televisión las cámaras ponen el foco, en directo, en el cordón policial de Niza. Y a mí se me ocurre titular este artículo con la palabra más repetida del último fenómeno musical viral, cantado en venda, uno de los 11 idiomas oficiales de Sudáfrica: ngilondoloze, sálvame.

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