Por una bolsa de harina
Doce kilómetros a pie separan la casa de su hermana en Al Jalaa —de las pocas aún en pie— del punto de distribución en Nuseirat de la cuestionada Gaza Humanitarian Foundation (GHF). Pero Mohamed Awad, de 19 años, no dudó en recorrerlos desde su apertura para poder llevar algo de comida a su familia.
Huérfano de padre desde los doce años, Mohamed se preparaba para presentarse al Tawjihi, el equivalente a la prueba de bachillerato con la ilusión de iniciar sus estudios universitarios, antes de la ofensiva genocida del gobierno de Netanyahu que ha dejado la Franja en ruinas, tras año y medio de bombardeos. Su casa, en el barrio de Sheik Zayed —al norte de Gaza—, había sido destruida y ya llevaba sobre las espaldas seis desplazamientos.
Tras varios días regresando con las manos vacías, decidió dormir tres noches en la playa, sin probar bocado, para permanecer más cerca e intentar mejor suerte. El 12 de junio, ésta le sonrió y pudo regresar con una bolsa de harina.
Mientras, a más de 300 kilómetros y del otro lado de la frontera, Enrique González y Jose Megías, psicólogos murcianos y amigos desde hace cuatro décadas, pasaban los últimos controles del aeropuerto de El Cairo.
“Era un cuarto de unos diez metros cuadrados, abarrotado. No nos hablábamos para no exponernos, pero compartíamos miradas cómplices porque sabíamos que la mayoría veníamos a lo mismo”, relata Jose sobre el penúltimo filtro que pasaron antes de que les sellaran el pasaporte. A él, además, lo retuvieron durante media hora en un cuarto aislado mientras las autoridades egipcias revisaban su teléfono y documentación con una actitud que califica como despectiva. Habían volado desde Barajas para unirse a la Marcha Global a Gaza. El objetivo: llegar el 15 de junio a Rafah para desbloquear el acceso a ayuda humanitaria independiente, para que Ahmed y los dos millones de gazatíes del otro lado de la frontera dejasen de pasar hambre.
Pasando aquel filtro se reencontraron con María Pérez (40 años), jumillana dedicada al turismo respetuoso y Tania (42 años, nombre ficticio para proteger su identidad), palestina-española nacida en Cisjordania y residente en Madrid. Fue la misma red de organización de la marcha lo que los había puesto en contacto y por seguridad decidieron “hacer piña”. Ya en el taxi, se vieron obligados a buscar alternativa de hospedaje. Les había llegado la alarma sobre la redada en el Hotel Salma, donde tenían su reserva al igual que otros miembros de la comitiva española que no corrieron con la misma suerte. Una vez resuelto dónde pasar la noche, descansarían para, la mañana siguiente, partir en taxi rumbo a Ismaelía, el primer punto de encuentro.
No lograron pasar el primer check point. Cuerpos de seguridad identificados, “policías de paisano” y civiles colaboradores con el gobierno egipcio estaban al acecho, retirando pasaportes y subiendo en autobuses sin rumbo conocido a quienes identificaban como activistas pro-palestinos. Gracias a la solidaridad del taxista que los llevaba, quien los dejó en el arcén bajo el sol y lo suficientemente lejos para no ser interceptados, mientras él pasaba el filtro de seguridad con sus maletas y daba la vuelta, es que pudieron regresar a El Cairo. Unos minutos después, recibieron vía Telegram fotografías de la llegada de antidisturbios a ese mismo check point que reforzaron el cerco. Agradecidos con su suerte, y a la par frustrados por no llegar a Ismaelía, tocaba esperar instrucciones.
El 14 y 15 de junio aun guardaban esperanza de que los organizadores de la marcha, junto con la mediación de los cuerpos diplomáticos, lograran la autorización del gobierno egipcio de permitir la marcha o, cuando menos, dar luz verde a una concentración en un espacio público simbólico como la Plaza Tajil, centro neurálgico de la ya lejana “primavera árabe”. En paralelo, ese fin de semana se realizaban marchas contra el genocidio en centenares de ciudades alrededor del mundo.
El lunes 16 se hizo oficial el mensaje: se desconvocaba la Marcha Global por Gaza. Los participantes tenían la opción de regresar a sus lugares de origen o unirse al Convoy Sumud, la otra movilización pacífica terrestre hacia la frontera con Rafah que saldría desde Túnez, pero que al final corrió con el mismo desenlace.
“Es que vosotros os vais, nosotros nos quedamos.”, les expresaron los ciudadanos egipcios que habían mostrado solidaridad y apoyo a la frustrada marcha ante la actitud amenazante de las autoridades egipcias. “Entiendo que eso haya inclinado la decisión de los organizadores de la marcha a no seguir insistiendo y desconvocarla del todo. Había que pensar en la seguridad de todos.”, reflexiona Enrique.
“Yo lo que quiero es sentirme cerca de ellos… ¡Es que van a morir todos!”, rompió en llanto Tania con sus compañeros de viaje ante la frustración de que no había más kilometraje que andar para acercarse físicamente a sus compratiotas. “Estar juntos nos ayudó a sostenernos emocionalmente.”, reconoce Enrique, “me dolieron mucho las lágrimas de Tania, era como verla vivir un duelo anticipado. Pero esto no se acaba aquí. ¡Esto es una lucha por la libertad!”, afirma con convicción.
El 17 de junio, Mohamed recibió cinco tiros del ejército israelí cuando fue a por otra bolsa de harina; dos en la cabeza, dos en el abdomen y una en la mano. Fue llevado en brazos a un hospital, donde, según relata Abdallah, su cuñado, lo único que pudieron hacer fue ponerlo en una bolsa de plástico blanca.
Al día siguiente, Huweida, su madre, sus seis hermanas y su hermano pudieron enterrarlo. El 3 de julio habría cumplido veinte años.
Según el Informe 297–Gaza Strip, de la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), se estima que entre el 7 de octubre de 2023 y el 18 de junio del 2025, 55.637 mil palestinos y palestinas han sido asesinados.
Los cuatro activistas y ahora amigos se separaron: María voló a Tanzania, Tania se quedó en Egipto para visitar a familiares refugiados en ese país y Enrique y Jose aterrizaron en Barajas la noche del 18 de junio. El plan era que Daniel, hijo de Jose, los recogiera a ambos a su llegada por BlaBlaCar a Plaza de Castilla. La sorpresa fue encontrarse en la primeras horas de la madrugada del 19 de junio con una festiva comitiva de bienvenida. Sus parejas, hijos, amigos y algunos integrantes del colectivo activista Yayoflautas estaban ahí, aguantando la velada para poder abrazarlos.
“A pesar de todo, ha merecido la pena.”, coinciden ambos al preguntarles sobre sus reflexiones finales tras la marcha que no pudo ser. “Logramos visibilidad, y cada corazón que no aparte la mirada de Gaza es un paso que damos.”, redondea Jose.
Ya solos en su habitación en Cabezo de Torres y antes de apagar las luces, María Isabel, esposa de Jose, lo mira a los ojos mientras le expresa con la firmeza de quien ha pasado preocupación “Que sea la última vez.”
“Ya veremos”, le contestó.
0