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Desidia, trapicheo e impunidad: cómo el barrio del Espíritu Santo se convirtió en una ciudad sin ley

Vecino del Espíritu Santo transporta un somier de una cama

Erena Calvo / Elisa Reche

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Son las once de la mañana de un soleado día entre semana. La sensación al recorrer el Espíritu Santo es la de estar paseando a través de la marginalidad, aunque no parece el barrio conflictivo en el que se ha ido convirtiendo esta zona del extrarradio en el noroeste Murcia tras años de abandono de las autoridades municipales. “Aquí se vive por la noche, y los vecinos se levantan tarde, a la hora de comer esto se convierte en un hervidero y es cuando se puede tomar realmente el pulso”, relata José Antonio García Baños, presidente de la Asociación de Vecinos de Espinado, donde se encuentra la barriada. A sus 72 años, Baños acumula una larga experiencia como concejal del Ayuntamiento de Murcia entre 1987 y 1995. Personaje archiconocido en todo el barrio, no deja de saludar a diestra y siniestra durante el recorrido.

“El barrio del Espíritu Santo es el más conflictivo de toda Murcia, pero con muchísima diferencia; es uno de los centros neurálgicos del trapicheo de drogas”, relata al otro lado del teléfono un agente de la Policía Nacional destinado en la capital murciana, que pone el acento en la “total impunidad” en la que se mueven sus habitantes. Muchas viviendas cuentan con “plantaciones urbanas” de marihuana.

García Baños cuenta que durante su etapa como concejal había un plan encima de la mesa para realojar a las familias más vulnerables, la mayor parte de ellas pertenecientes a la comunidad gitana, a otros barrios de la ciudad -como sí se hizo en San Basilio- y evitar la formación de guetos, que ha sido finalmente en lo que ha desembocado.

La total impunidad de la que hablan desde la Policía Nacional queda patente en el paseo. Jóvenes desocupados campan a sus anchas en la zona de las viviendas sociales. A pleno sol continúan con sus tareas, mechero y hachís en mano. El olor a marihuana impregna todas las manzanas. Sin mascarillas, ni distancias de seguridad. Solo algunos se molestan en ajustársela a la altura de la nariz para mirar de reojo.

“No he visto nada igual en más de diez años, no sucede lo mismo en otros barrios similares como La Fama o Pablo VI”, siguen las mismas fuentes policiales. “El problema radica en que no sienten esa presión de la figura de la autoridad y hacen su vida con total normalidad, sin tener en cuenta en este caso la pandemia; son irrespetuosos con los horarios y con las normas de seguridad”.

Desidia, desidia y más desidia. José Antonio García Baños no para de repetir la misma palabra. Es el estado que mejor define lo que ha sucedido con el Espíritu Santo, considera. “Hay un gran abandono, de los servicios sociales y también de la autoridad, no verás un policía por aquí”. Lo cuenta señalando la guardería pública que se construyó hace ya diez años en suelo cedido por el Ayuntamiento y que nunca llegó a abrir sus puertas para los niños de Espinardo. “La construyeron en la Rambla de la Algaramasa y no la inauguraron por miedo a que se inundase; pero hay otra privada a 50 metros y nunca ha tenido ningún problema”, se queja el exconcejal, para quien, además, este espacio público no se aprovechó para otros usos.

El cuartelillo de la policía, en pleno centro neurálgico de las viviendas sociales, está cerrado. “Tuvieron que salir de aquí porque estaban acorralados. Un día les tiraron una jabalina que atravesó el cristal y se clavó en la pared”, cuenta un vecino, quien añade que en los furgones que reparten los medicamentos a las farmacias del barrio viajan más trabajadores de lo habitual para evitar robos. “En los ochenta aquí vivía todo tipo de gente, pero con los años muchas familias se fueron y llegaron otros hasta convertirse en una ciudad sin ley”, señala.

Desde el Ayuntamiento apuntan que desde el pasado junio se ha creado el Grupo Especial de Seguridad Ciudadana de Policía Local en Espinardo y anuncian cambios, como la incorporación de cinco nuevos agentes “durante las próximas semanas”, además, de la habilitación de “un nuevo Cuartel de Policía Local”. Añaden que se han efectuado desde junio a febrero un total de “46.044 de actuaciones policiales en todo el municipio, de las cuales 12.077 pertenecen a Espinardo.”

“Dinero rápido”

“El reto no es enseñar porque no se puede, sino que no se maten entre ellos en clase. Cada dos por tres estaba llamando a los padres que a veces les pegaban a sus hijos un bofetón delante de mí”, cuenta Juan (nombre cambiado), quien ha sido profesor en la zona. “Un día llegué a clase y me encontré un coche en la puerta ardiendo. En otra ocasión, recuerdo que un vecino necesitaba leña y podó sin más pinos centenarios en la zona de Los Rectores para hacer una de las hogueras que se encienden a menudo por las noches en la zona”, rememora el profesor, quien apunta que muchos de sus alumnos no temían ir a la cárcel ya que tenían a familiares dentro y para ellos equivalía prácticamente a convertirse en “un héroe”.

Desde el centro de servicios sociales del barrio apuntan que “es difícil convencer a los chicos de que apuesten por una formación durante años para conseguir un empleo cuando ganan dinero rápido vendiendo droga”. Pero también defienden su labor con proyectos como ‘Ciberaulas, quedamos al salir de clase’ o el de Caixa Proinfancia, que atiende a 50 menores y sus familias y se desarrolla en coordinación con la Fundación Secretariado Gitano y la Coordinadora de Barrios.

Nuria Soledad Pérez Navarro es la pedánea de Espinardo, un cargo acotado temporalmente que comparten Ciudadanos y Partido Popular, socios de gobierno en el Ayuntamiento. “Es una zona muy difícil porque intentas hablar con algunos de los vecinos y ellos defienden su propia forma de ser y sus leyes; no ven maldad en sus comportamientos”, reflexiona al tiempo que reconoce que Espinardo tiene “falta de instalaciones”. El centro cultural que albergaba las actividades vecinales está cerrado por encontrarse en mal estado. “A mí me pilló recién llegada, hace un año, y en medio de la pandemia; no hemos podido avanzar prácticamente porque ha habido dificultad para reunirse y en mayo termina mi mandato”.

Pabellón multiusos, cerrado a cal y canto

“El Espíritu Santo no son solo las viviendas sociales, hay otras zonas normalizadas y es una pena que se haya abandonado todo de esta manera”, se lamenta el exconcejal García Baños, quien presume de que muchas de las obras del barrio llevan su impronta y que vincula la llegada del PP al Consistorio con la debacle del distrito municipal. “No piensan en el futuro de esta parte de la ciudad”.

La pedánea de Espinardo, Nuria Soledad Pérez, recuerda que las mujeres del barrio se quejaron hace meses -tras el cierre del centro cultural- de que en el lugar donde se reunían, “les empezaron a tirar piedras, y la solución que encontramos fue cederles un espacio del Ayuntamiento para hacer yoga y pintura, pero con la pandemia tuvieron que abortar sus encuentros”. Teresa Muñoz es la presidenta del Centro de la Mujer de Espíritu Santo. Cuenta que desde hace meses se tiene que reunir con las mujeres en la calle. “Podrían dejarnos el pabellón polideportivo que está cerrado a cal y canto”.

Se refiere Teresa a un pabellón levantado hace seis años con fondos europeos y al que se le ha dado poca utilidad. Se inauguró el 8 de octubre de 2015. “Ese día estuve yo allí, me comí unas cuantas cosas que pusieron y vimos las instalaciones, muy bien preparadas para todos los deportes, pero se ha utilizado pocas veces desde entonces”. Lo replica una mujer del barrio que camina ligera y con pocas ganas de hablar con las periodistas por miedo a ser vista por los vecinos: “Aquí no se merecen nada, no son personas, son adanes”, sentencia. La mujer señala un pequeño trozo de acera frente al pabellón. “Ahí se pasan el día jugando los críos al balón, con el peligro de que algún día se los lleve un coche, teniendo ese pabellón tan hermoso ahí con el candado”. Y señala a las jardineras de los árboles, vacías, como en casi todo el barrio. “No tienen ni sombra”, coge el relevo Baños. “Los árboles se secan porque ni riegan y luego no los reponen tampoco”.

Poco antes de llegar al pabellón hay un centro social, “también se abandonó y ahora lo usan como casino clandestino nocturno”, chiva un vecino en voz baja. Al otro lado de las rendijas de la ventana se ve a un hombre reponiendo con el carrito de la compra la nevera de refrescos. No son los únicos servicios venidos a menos. “El mercado de abastos lo quieren cerrar, hay muchos puestos desiertos que quieren ocupar algunos comerciantes y no se los asignan; y mientras tenemos vecinos que se marchan al mercado municipal de otras pedanías como el Cabezo de Torres”.

Lo mismo ha sucedido con el campo de fútbol: “Solo lo usan equipos de otras pedanías, como Monteagudo o las Torres de Cotillas, porque aquí los niños no tienen equipo de fútbol, pero tampoco ninguna otra actividad extraescolar; y en el colegio hay más profesores que niños”, cuenta Baños, quien se queja de que la ausencia de presencia policial juega a favor del absentismo escolar.

La depresión del barrio es tal, explica, que ya estaba haciendo estragos antes de la pandemia. Con muchos comercios con el cartel de cerrado, el exconcejal asegura que la COVID-19 no ha afectado en este barrio tanto como en otros, “porque el declive ya venía de mucho antes”. Y de nuevo aparece la “desidia”: “Casi todo termina echando la persiana, también la piscina municipal, un centro de deportes que conseguimos abrir y que acogía muchas actividades, el club de fútbol calé y hasta el centro municipal”.

La pedánea cuenta que hay una mesa técnica en marcha -con un informe encima de la mesa- para elaborar un plan de actuación. “Pero solo se han podido hacer tres reuniones, y dos de ellas a través de videollamada”. Nuria insiste en que es “normal” que se sientan abandonados. Y cita dos ejemplos: “Las ratas dentro de las casas, cada dos por tres van a desratizar” pero es un problema persistente, o el Puente de la Rambla, “que es un símbolo para ellos y lleva desde noviembre sin arreglarse después de que chocase un coche contra las escaleras”.

José Antonio García Baños conoce el barrio como la palma de su mano y muy a su pesar no deja de repetir que la delincuencia se ha apoderado de sus calles. “Hay una violencia extrema”. Son las 11 de la mañana y el barrio no ha empezado prácticamente a despertarse. Muy pocos vecinos transitan las calles a estas horas, las mujeres lo hacen con zapatillas de estar por casa y bata. Las persianas de los bajos de las viviendas sociales siguen echadas. Entre la persiana y las rejas, cuelgan carteles de venta de helados. “Qué va, es todo mentira, para disimular los verdaderos negocios que se llevan entre manos”, revela un vecino. La droga campa a sus anchas en el Espíritu Santo.

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