Nosotros somos la herencia
Ir de compras por el barrio es como hacer una cata de geles hidroalcóholicos y guantes. Hoy he probado cuatro: el del supermercado de una gran cadena tenía un toque jabonoso, en el supermercado pequeño no había, el del comercio de productos a granel era azul, mientras que el de la tienda de discos era más oleoso. Cada uno tenía su aroma y su color. Y luego el tema de los guantes. Un par en cada sitio, de manera obligatoria. Los del súper grande eran de nitrilo mientras que los demás eran de plástico, del tipo que se usan en las fruterías. Para rematar, la receta: no vale con un ingrediente en solitario sino que en cada local te sugieren una combinación diferente: gel-guante-gel (en el súper), gel-guante (en la tienda a granel) o guante-gel, en la tienda de discos. Hago lo que me piden sin rechistar, pero sufro mucho al tirar a la basura un par de guantes usados durante apenas unos minutos.
En el supermercado pequeño habían habilitado una caja solo para echar los guantes. El dependiente me dijo que al final del día tiraba el contenido en el contenedor de los envases. Eso nos llevó a un buen rato de conversación sobre si los guantes es material reciclable o no. Me temo que chafé toda su buena intención al indicarle que los guantes no deben tirarse al amarillo, sino al contenedor de “resto”. Es un sufrimiento ver todo ese plástico con destino al vertedero, pero si estuviera infectado, permitiría la propagación del virus en la planta de reciclaje. “Seguro que pueden hacer algo para desinfectar el material y que no acabe en el basurero”, me dijo. Ahí tenía toda la razón. Le respondo que yo prefería volver al sistema de retorno. Cuando era pequeña —como en todas las infancias de mi generación— mi madre me mandaba “a llevar los cascos al señor Ricardo”. El señor Ricardo tenía una tienda de ultramarinos en el barrio madrileño de Canillejas, donde crecí. Metíamos las botellas de gaseosa en una bolsa de malla verde e íbamos cargados hasta allí. Recuerdo el peso de los vidrios y el olor a humedad de la tienda de ultramarinos. Mi memoria del señor Ricardo se solapó con la imagen del dependiente, que estoy seguro de que sonreía bajo su mascarilla, apoyado con tranquilidad en la caja registradora, sin nadie más a quien cobrar en ese momento. No me dijo ni que sí ni que no, pero quizás no le apeteció imaginarse el trabajo extra que supondría recibir el retorno de las botellas. En lo que sí quedamos de acuerdo es en que hay que reordenar prioridades.
En ese nuevo orden, el comercio de proximidad tiene que estar muy arriba, me parece a mí. Por eso he pasado por la tienda a granel para comprar un par de cosas, un comercio nuevo que tuvo la mala suerte de abrir poco antes del inicio de la pandemia y lo hizo cargando con la herencia de que la única tienda a granel que teníamos en el barrio tuvo que cerrar un año antes por falta de clientes. Mi ronda de recados tenía un objetivo suculento, mucho más que la soja texturizada que acababa de comprar a granel: la tienda de discos La Negra. Para los que amamos la música, tener una tienda de discos, esa especie en extinción, a una distancia salvable a pie, es un regalo, un lujo, un paraíso, un nirvana, un pecato di cardinale, un qué he hecho yo para merecer tanta cosa buena en la vida. En serio. Mi economía no me permite visitar La Negra todo lo que me gustaría, miedo me da rebuscar en sus cajones porque o me arruino o me deprimo. No es una tienda cara, soy yo, que no me controlo.
Les mandé un correo para reservar el disco de un grupo madrileño que acaba de sacar su primer elepé, se llama Somos La Herencia. Era mi primera compra desde que han reabierto. Me cuenta Mario, copropietario junto a Paloma, que han notado el cariño del barrio y de su parroquia de fieles al comprobar que muchos han ido a comprar un disco, no tanto porque quisieran ese disco en concreto sino porque pensaron “vamos a comprarles un disco y luego ya veo cuál me llevo”. A mí se me han juntado las dos cosas. Sentía la responsabilidad de mostrar mi apoyo a esta pequeña pero genial tienda de música en el barrio y, cuando supe que Somos La Herencia publicaba disco en estos tiempos raros, decidí que ya sabía lo que quería.
Mario me cuenta que los dos meses que han estado cerrados no los han llevado del todo mal, gracias a que han podido recortar sensiblemente los gastos de la tienda y los laborales. Además, han preferido no despachar pedidos online por responsabilidad: “pensamos que los discos no eran una necesidad, en ese momento, como para exponer a gente al contagio haciendo envíos”, me dice. Su tienda no es solo un comercio, es también una actitud. Y, como parte de esa actitud, están el resto de actividades que desarrollan, como conciertos (algunos en la propia tienda, a pesar de lo pequeña que es, otros en salas), presentaciones, saraos, sus propios grupos y un programa de radio. Para todo lo que suponga concentración de gente, no hay ningún plan de retomarlo. Volver a lo de antes va a llevar su tiempo.
De regreso a casa, decido pasar por la calle donde está ubicada la Escuela Popular de La Prospe, un centro social y de enseñanza no reglada en el barrio donde yo misma tuve que cancelar una conferencia con Carlos Umaña sobre las armas nucleares que presentábamos el mismo fin de semana que todo estalló, como conté al principio de este diario. Había visto en Twitter que alguien había hecho una pintada ofensiva en la puerta. La Escuela está retomando ahora alguna parte de su actividad, lentamente y con medidas de seguridad. El cartel de la conferencia de Umaña seguía allí, como tantos otros resquicios de la vida puesta en pausa el 14 de marzo. La pintada ya había sido limpiada pero en la Escuela me dijeron que no había sido la única en aparecer en la misma noche. Los ánimos están tensos, hay confrontación. Nada a lo que los curtidos activistas de esta escuela no estén acostumbrados ya. El conflicto se renueva periódicamente, se hereda.
Me parece apropiado traer hoy aquí el nombre de esta banda que me gusta. Somos La Herencia. Lo somos, ¿no? De viejas luchas, de nuevas responsabilidades.
La situación actual es 239.932 contagios en España. Dos días sin fallecidos, aunque eso no quiere decir necesariamente que no se hayan producido. 137 nuevos casos de transmisión en las últimas 24 horas. En Europa, son 2.138.515 y, en el mundo, 6.140.934.
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