Vis-à-vis en la residencia
Con la llegada de la fase 2 a gran parte de territorios, mis primos han podido ir a visitar a sus padres, que son mis tíos, a la residencia en la que viven en A Coruña. Mi prima Y. nos enviaba por un chat familiar la fotografía de la sala en la que había podido ver a su padre. Si no te advierten de que es una residencia de ancianos, da la sensación de que ha sido tomada en una cárcel. Podríamos decir que es una prisión de alta seguridad no para evitar evasiones sino para impedir lo contrario: incursiones del virus. “Es como un vis-à-vis”, dijo Y. La imagen impresiona y es la que abre esta entrada del diario. Me provoca una gran sensación de soledad, incluso aunque no hay nadie en ella. De hecho, es un sentimiento similar al que experimento cuando visito la residencia. Cuando voy, me desarmo, no tengo callo ni coraje para afrontar la vejez como es debido, para acompañar como necesitan. Ya puedo ir espabilando, me digo a mí misma. En cambio, la entereza y la energía de mi prima M., que acude con frecuencia no solo a ver a su madre, sino a sus tíos, que son también míos, a la resi, como dicen cariñosamente, tiene toda mi admiración y agradecimiento. La manera en que M. consigue empujar la tristeza para que no tenga cabida en esos momentos, para seguir adelante en los días más duros, es mi gran ejemplo.
Las medidas de seguridad en la residencia son duras pero necesarias. No creo que nadie las cuestione. Hemos visto en Lleida un repunte de casos, algunos en una residencia geriátrica, y nadie se quiere arriesgar. En la de mis tíos no ha habido un solo caso; no es cuestión ahora, con todo lo que sabemos, de ir hacia atrás. Antes de entrar, hay que pisar en unas cubetas para desinfectar los zapatos. Ya en el locutorio que se ha establecido, las visitas ven a los internos a través de un cristal y se hablan mediante un micrófono, para amplificar la voz. Intento imaginar qué pensarán mis tíos, cómo será su extrañeza, ante estos protocolos que, estoy segura, no llegan a comprender.
Al otro extremo de la vida, en la misma línea genética, la niña Eleonor, todavía en fase 1 de la desescalada, asimila con rapidez los cambios pero tampoco creo que acabe de comprenderlos en profundidad. Me ha preguntado, una vez más, por qué no puede venir a dormir a casa su amiga. Acata, pero no acaba de ver qué pasa porque, finalmente, la amenaza ha sido invisible. Lo comentaba hoy con mi vecina M. de balcón a balcón, tras unos desaboríos aplausos en los que faltaban las vecinas más animadas y acusábamos las manos que van causando baja; parece que el gesto en defensa de la sanidad pública se va diluyendo poco a poco, quizás justo cuando más respaldo necesitan. M. me decía que no acababa de acostumbrarse al enemigo invisible: el relato de lo que nos ha pasado sigue siendo asombroso. Si pudiera ir a la residencia y quisiera contárselo desde cero a uno de mis tíos, aquejados de alzheimer, pensaría que le estoy metiendo una trola.
Otra cosa en la que no había reparado es algo en lo que me hizo pensar M., si acaso durante los días de luto oficial no encajan mal los aplausos. Ha comenzado hoy 27 de mayo y, en verdad, es también bastante invisible a no ser que te cruces con una bandera de un edificio público o en un buque de la armada (esto sería sorprendente) y repares que ondea a media asta. Afecta a ciertos protocolos militares y también reales. Y poco más. Es decir, que el gesto más significativo es el propio anuncio del luto y su duración porque, por lo demás, es tan invisible como el virus mismo. En cualquier caso, hoy los aplausos han sonado tenues y las cacerolas, también.
La amiga a la que Eleonor quería invitar ha venido hoy a buscarla para bajar a jugar. ¿Pueden los padres quedar a tomar una cerveza pero los hijos no pueden jugar al pilla pilla juntos (alterando las normas para que nadie pueda nunca ser pillado mientras estemos en fase 1)? Son detalles que no están regulados pero que vamos capeando con sentido común, mascarilla e hidroalcohol.
Los casos confirmados en España son 236.769. En Europa, 2.028.795 y en el mundo, 5.451.532. Me gusta el refrán que dice “hasta la cola, todo es gato”. Sirve también para el coronavirus: hasta el último día de la desescalada, todo es confinamiento. Hasta mañana.
4