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Costa y Tuñón de Lara en la mesilla de noche de los dirigentes de Podemos

Pablo Iglesias insta a Fachín y la dirección de Podemos Cataluña a volver a la mesa de negociación del partido de Colau

Ricardo Robledo Hernández

Catedrático jubilado de la Universidad de Salamanca. Profesor visitante de la Universitat Pompeu Fabra —

Resulta difícil comprender la historia del pensamiento económico y político de España si se desconoce  a Joaquín Costa, y pocos niegan la influencia de Tuñón (y sus Coloquios) en la historiografía española. Pero de ahí a ponerlos como lumbreras en este mundo incierto y sin muchas expectativas hay un trecho largo. Según comenta eldiario.es (2 de abril) Iglesias apela a los referentes intelectuales y simbólicos del siglo XIX para “construir una identidad democrática en el siglo XXI”. Gracias al historiador Tuñón se descubre quiénes nos han gobernado hace 250 años: una oligarquía que solo aparentemente cambia.

Otro dirigente de Podemos, Manolo Monereo, cree que el regeneracionismo de J. Costa condensaría “la verdadera naturaleza del Estado español” (El Confidencial, 3 abril). La capacidad transformadora que ha tenido Podemos, y que deseamos siga teniendo, quizá no llegue muy lejos con tópicos hace tiempo arrinconados por la historia social y económica contemporánea. La crítica debe verse desde esta perspectiva.

El “viejo bloque dominante” del poder español

Hay un cliché que cuesta desterrar en las explicaciones a largo plazo de la historia española: la persistencia del Antiguo Régimen. Su sombra es tan alargada que podrían seguirse sus hilos desde el siglo XVIII hasta el franquismo. La vieja nobleza se aburguesaría, según Tuñón, pero “el antiguo bloque del poder español” estaría ahí en la Segunda República llevando con su inmovilismo a una guerra civil (Twiter de Pablo Iglesias).

La cuestión principal es calibrar la intensidad del cambio de la revolución liberal del siglo XIX. La sociedad absolutista no tenía por qué identificarse necesariamente con el feudalismo ni todo el poder estaba en manos de los señores a fines del siglo XVIII. En este entramado complejo se habían dado ya fenómenos de movilidad social que la guerra de la Independencia amplió cuando surgieron nuevas oportunidades de ascenso para hidalgos, administradores o labradores. El vacío de poder generado por la guerra y la acción de los movimientos más radicales del liberalismo aceleraron los cambios en la pirámide social. Había que pagar al invasor o defenderse de él y se tuvo que recurrir a la venta de las tierras municipales. Una desamortización silenciosa estaba en marcha antes de que Mendizábal en 1836 asustara a los conservadores quienes con su doble moral acabarían comprando tierras de la Iglesia. Así ganaban la tierra y el cielo.  

No solo las elites salieron ganadoras del cambio liberal. Hasta en el núcleo más duro del latifundismo en la baja Andalucía, clásico ejemplo con el que se solía argumentar el triunfo de los señores y la expropiación del campesinado, se extendió por la vía del reparto o de la legalización de roturaciones el número de pequeños y medianos propietarios. En la Andalucía oriental  las medidas liberales habían logrado todo lo contrario de lo que en Inglaterra habían conseguido los famosos cercamientos de tierras (Enclosures). Solo si se tiene en cuenta esto se comprenderá cómo no era solo el “viejo bloque dominante” el que combatía a la República en 1936.

En consecuencia frente a la idea de cierto fatalismo histórico,  la fallida revolución burguesa de Costa, se puede demostrar que hubo un proceso de redistribución de la riqueza que se puede concretar en: a) la Iglesia perdió su  poder económico (eran las manos muertas que a mediados del siglo XVIII controlaban en la Corona de Castilla un tercio del excedente agrícola), b) disminución (en conjunto) del excedente de la nobleza de origen feudal, y, c) supresión, pero sólo a medias, tanto de las costumbres comunitarias como del patrimonio rústico en poder de los pueblos que todavía hoy controlan más de seis millones de hectáreas. Hubo también compensaciones que no se distribuyeron de forma igualitaria.

Cambios políticos y económicos: el caciquismo y el atraso

Este planteamiento altera inevitablemente el marco político anclado en el tópico del caciquismo de Costa. Los dirigentes de Podemos se sienten atraídos por la vehemencia del discurso regeneracionista contra sepulcros que habría que cerrar con tres llaves. Hay otras voces representativas del siglo XIX como las de Alcalá Galiano para quien el liberalismo había comenzado “dando derechos políticos a los que antes estaban debajo”, de modo que el gobierno de los ricos “bueno o malo, no ha llegado para nosotros (…). Así faltó toda superioridad moral”. No todo se resume pues en un todopoderoso caciquismo.

Una de las versiones más extendida de las tesis del retraso español en clave sociopolítica consiste en describir  una sociedad rural desmovilizada y apática debido al caciquismo, consecuencia inevitable de conceder derechos políticos a una sociedad atrasada; así se daría la paradoja de que los políticos de la Restauración aparecen como exculpados mientras que los atrasados rurales pasan de víctimas a culpables. Está demostrado, sin embargo, que se ha otorgado una consideración excesiva al marco político  de la alternancia olvidando las dosis de compromiso y transacción a las que hubo que llegar con los poderes provinciales y locales, que no siempre eran correa de transmisión de las directrices de los candidatos cuneros.

También el marco económico resulta afectado por el proceso del capitalismo agrario del XIX. Si algún tópico ha desmontado la historia agraria desde hace varias décadas es la idea de “atraso”: los bajos rendimientos por hectárea de la agricultura española. Pero eran similares a países de sus mismas condiciones geográficas. Además, no era posible sin más trasladar el modelo de la revolución agrícola inglesa de la Europa húmeda a las tierras de la Iberia seca. Tampoco el mundo agrario estaba inmóvil técnicamente, dependiente del arado romano, como demuestra el dinamismo del movimiento asociativo que ayudaba a difundir abonos minerales y otras innovaciones por los pueblos más apartados de principios del siglo XX.

¿Sirve para algo la historia?

Habría que matizar tiempo y espacio y no creernos que España vivía en el mejor de los mundos posibles (que se había “modernizado”). Conviene advertir también que J. Costa no es un pensador para echar a la basura, ¡ni mucho menos! Pero es preocupante querer convertir Oligarquía y Caciquismo en libro de cabecera de un partido que se dice, y queremos sea,  renovador y distinto.

Hay errores que se pagan. El Partido Comunista de España en su VIII Congreso de 1972 se lamentaba de la oligarquía latifundista y del  atraso agrario cuando la agricultura española si de algo padecía ya era de un exceso de intensificación, de abonos químicos. Un mal diagnóstico de la historia puede comprometer de nuevo las recetas políticas. Creer que hay un bloque dominante que se perpetúa en el poder desde el siglo XIX no resiste la crítica histórica. Igualmente el regeneracionismo de Costa, que tiene graves límites para entender el mundo de entreguerras, se convierte en la venda que tapa los ojos para comprender el mundo del siglo XXI (en el que, por ejemplo, la agricultura, referente sistemático de Costa, se ha convertido en un sector marginal).

Si en la actual dirección de Podemos han pasado a lugar discreto filósofos de primera fila, puede decirse que en historia se ha ignorado a autores más imaginativos que contemplen nuestro mundo con miradas más abiertas. Con esos referentes intelectuales como los que están en algunas mesillas de noche de líderes políticos de izquierda, ¿no se estarán dando palos de ciego?

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