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La belleza de decir “los Rolling”

Los Rolling Stones, en concierto.

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Sus Satánicas Majestades. The Rolling Stones. The Stones. Y en España, los Rolling. La hispanofonía se divide en dos: aquellos que usan sin complejos “los Rolling” frente a los que defienden a ultranza el mucho más internacional “los Stones”:

¿De dónde sale este doblete? Quienes optan por referirse a Mick Jagger y sus secuaces como “los Stones” tienen en realidad una parte de razón. “Rolling Stones” significa literalmente “piedras rodantes”. En inglés los adjetivos anteceden al sustantivo, así que la manera natural de acortar el nombre de la banda pasa por comerse el adjetivo (“rolling”) e irse a por el núcleo, “stones”, que es donde está el meollo. El problema es que esta lógica, que es perfectamente razonable y coherente con la gramática del inglés, contradice, como hispanohablantes, todas nuestras expectativas sintácticas.

En español, a diferencia del inglés, los adjetivos tienden a colocarse detrás del sustantivo (casa grande, lugar común, vía libre), así que nuestra tendencia natural es acortar quedándonos siempre con el elemento que aparece en primera posición, porque es el que asumimos que será el sustantivo. Básicamente, cuando decimos “los Rolling” estamos tratando el nombre del grupo musical como trataríamos cualquier construcción que nos encontrásemos en español, asumiendo que lo que aparece primero es el meollo del sintagma (el sustantivo) y que lo que siguen son aderezos accesorios (adjetivos) de los que podemos prescindir para abreviar.

Este fenómeno (por el que los hispanoparlantes tratamos como nombre+adjetivo lo que en inglés es adjetivo+nombre) es el que explica también otras préstamos que nos hemos traído por los pelos al castellano, y por eso nos referimos a los programas de telerrealidad como “realities” (de “reality show”) o a los programas de citas como “dating” (de “dating shows”), acortamientos que solo una mente hispanoparlante (o al menos con una lengua con preferencia por el orden nombre+adjetivo) podría acuñar. No hay, sin embargo, nada que afear a estos anglicismos made in Spain: el hecho de agarrar un elemento de una lengua distinta y retorcerlo hasta que obedezca las reglas gramaticales de la lengua receptora es parte misma de la naturaleza del préstamo lingüístico.

La preferencia de una lengua por colocar los elementos de la oración en un orden u otro puede parecernos de primeras una cuestión puramente estilística, sujeta exclusivamente a las filias más o menos gongorinas del hablante. Pero nada más lejos de la realidad. El orden que rige los elementos de una oración es uno de los rasgos que más caracterizan a las lenguas, y la preferencia por el orden nombre+adjetivo o adjetivo+nombre es tan solo uno de ellos. Así, por ejemplo, podemos clasificar las lenguas según la posición que ocupan el sujeto, el verbo y los complementos dentro de una oración.

El español, como muchas de las lenguas de nuestro entorno, tiene predilección por colocar primero el sujeto, después el verbo y por último el objeto directo (“Juan come patatas”). Decimos, por tanto, que se trata de una lengua SVO (sujeto-verbo-objeto), como lo son también el inglés, el francés o el catalán. Como hablantes nativos de español podríamos pensar que este es el orden lógico o natural de cualquier oración, que hay algo inherentemente razonable en preferir ese orden sobre cualquier otro. Pero el orden SVO no es más que una de las posibilidades. Otras lenguas tienden a anteponer el objeto al verbo y siguen un orden SOV (sujeto-objeto-verbo, “Juan patatas come”), como el vasco o el japonés. Todas las posibilidades combinatorias de órdenes oracionales (SVO, SOV, VSO, VOS, OVS, OSV) han sido documentadas en lenguas naturales (si bien es cierto que las lenguas SOV y SVO copan el 80% de las lenguas del mundo).

Esta clasificación que distingue las lenguas en función del orden en el que aparecen los elementos de la oración no se hace por pura afición a meter las lenguas en cajitas (o no solo). El hecho de que una lengua prefiera uno u otro orden es uno de los pilares fundamentales sobre el que se cimenta buena parte de la arquitectura de un idioma y tiene consecuencias relevantes que se manifiestan en otros lugares de la gramática. Así, las lenguas SVO (como el castellano) suelen tener preposiciones, mientras que las lenguas con preferencia por el orden SOV lo que tienen son posposiciones, que son exactamente lo mismo que nuestras preposiciones, pero que en vez de aparecer antecediendo al nombre (pre-posición), lo siguen (post-posición).

Es decir, si nuestra lengua tiene preferencia por el orden sujeto-verbo-objeto (como el castellano: “Yo bebo café”), lo esperable será que tenga preposiciones y tienda por tanto a generar construcciones como “café con leche” (en el que “con” precede a “leche”). En cambio, si nuestra lengua prefiere el orden sujeto-objeto-verbo (“Yo café bebo”), tenderá a tener posposiciones (y tendrá construcciones como “café leche con”). El aleteo de un constituyente de la oración puede producir un huracán sintáctico a muchas palabras de distancia.

Cuando hablamos de reglas en lengua tendemos a pensar en los preceptos admonitorios que determinan lo que está bien visto o no decir. Pero son estas reglas profundas que operan al margen de nuestra voluntad (y de las que como hablantes no somos tan siquiera conscientes) las que rigen y explican el grueso de nuestras lenguas.

El aparente engendro “los Rolling” es en realidad una pequeña maravilla sintáctica que nos permite ver hasta qué punto nuestra lengua materna no es solo algo que hacemos, sino algo que llevamos dentro y que nos hace proyectar nuestras expectativas gramaticales sobre los demás idiomas a los que nos asomamos.

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