Cine de verano (2)
En sus films A través de los olivos y Copia Certificada, Abbas Kiarostami abordó el amor. En la primera, en una pequeña población del campo iraní, un equipo de filmación escoge a dos jóvenes, un chico y una chica, para participar en el rodaje. El chico está perdidamente enamorado de la chica pero el padre de ella no autoriza la boda porque el joven carece de una propiedad. Debido a que en la zona un terremoto ha devastado los poblados, el joven especula con el hecho de que como nadie conserva su casa todos están en su misma condición. El problema de clase que obstaculizaba su relación ha sido solventado gracias al apoyo espontáneo de la naturaleza. En una sociedad rural, aferrada a normas ancestrales pero con una concepción del amor que llega de extramuros, los dos jóvenes son reclutados para actuar en la película como pareja, dándole al chico una posición de ventaja para alcanzar su fin sentimental.
Durante un descanso en el rodaje, luego de filmar la escena en la que le recrimina a la chica, de malas formas y alzando la voz, su incapacidad para las labores de la casa, el chico le dice: “Quiero dejar claro que de casarnos esto no sería así. No soy yo quien reclama, este es el personaje que debo interpretar. Pero quiero que estés segura, nunca sería tan irresponsable. Yo haría todo en casa y tú estudiarías”. Está claro que esta visión viene de occidente a través de quienes filtran su existencia en los medios locales y que junto con esta equiparación de los sexos también aparece una concepción platónica del amor.
Kiarostami, que entiende la globalización no como un mero mercado único sino como un destino común donde convergen miradas distintas, múltiples interpretaciones del ejercicio de vivir, vuelve a abordar el amor en Copia Certificada pero desde una perspectiva inesperada. Sus personajes son europeos y el escenario donde transcurre su historia es un pueblo de la Toscana. Durante una hora y media, la actriz Juliette Binoche y el barítono William Shimell dialogan a través de dos personajes que cruzan una jornada completa, entre dos pueblos toscanos, para dar cuenta del estado de los sentimientos de una pareja de edad intermedia en el escenario europeo actual.
Lo primero que llama la atención es que el espectador se entera de que está ante una pareja casada y que tienen un niño cuando se cumple casi la hora de metraje. Él es escritor y pasa la mayor parte del tiempo en Londres; ella posee una pequeña galería en uno de los pueblos en que transcurre la acción de la película donde vive con el hijo adolescente de ambos. La película cuenta la imposibilidad de compatibilizar los intereses afectivos y profesionales de ambos personajes después de más de tres lustros de matrimonio. Ella, en un acto de entrega, intenta deponer las diferencias y buscar una y otra vez intersecciones desde las que inyectar vida y pasión a la pareja, en tanto que él lucha entre el deseo aún latente y su pulsión por dar protagonismo a una individualidad que anula todo acercamiento.
Erich Fromm opina que en el amor individual no se encuentra satisfacción pero que es muy difícil no ejercerlo porque una cultura en la que las cualidades son escasas, la conquista de la capacidad de amar se convierte necesariamente en un raro logro. En un momento de la película, el personaje que interpreta Juliette Binoche cuenta la relación de profundo amor de la hermana con su marido tartamudo, que cuando se dirige a ella le dice “Ma-Ma-Marie”. A su hermana, según nos cuenta la protagonista, le fascina el modo en el que el marido la llama. Sutilmente, con esta anécdota ingenua y simple, Kiarostami nos marca la clave de un amor al que no pueden acceder sus personajes: la diferencia, incluso la de una patología, sirve para incorporar al otro a la vida propia y así concebir una relación posible, construir el amor.
Hacer el amor y no su fantasma, el “producto” que circula en el mercado y desde el cual pretendemos redimir todas las demás frustraciones. Un amor que linda con la perfección, con la idea que de él se construye. Llamamos amor platónico a aquel que no se resuelve con los cuerpos porque solo queda en la idea del mismo, en un esbozo. Cuando este pasa al acto, con esa misma intensidad, Stendhal apenas le asigna un encuentro (“creemos amar a alguien toda la vida durante una noche”); Pere Gimferrer, al menos según consta en las anotaciones que deja en los poemas de Amor en vilo, le concede un largo año. Kiarostami no lo ve así y lo pone en duda cuando en el terreno se comprueba que lo que se busca, siguiendo solo la idea del amor, es que el otro condense la totalidad de nuestras aspiraciones. Un amor de mercado, el amor como producto: el amor a sí mismo.