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El exilio de los desvergonzados

El líder de Podemos, Pablo Iglesias, en el Congreso.
23 de enero de 2021 21:11 h

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La orfandad es un sentimiento que a veces aflora en el interior de quien asiste a un debate en la opinión pública, en muchas ocasiones sembrada por el desconcierto y el desprecio a ciertas actitudes que ofenden lo más profundo de los valores y el compromiso con unas ideas. La identidad de la izquierda en España está atravesada por la memoria de los represaliados republicanos, nuestra cultura colectiva está trufada de biografías, emociones, recuerdos y referencias de las vapuleadas. Estamos acostumbrados a tener que defender esa construcción de nuestro legado de los maltratos sistémicos de aquellos que crearon su imaginería de dolor, daño, represión y exilio. Pero lo que ya deja exhausto es tener que proteger su memoria de burgueses aprovechados y estrategias políticas de los que se supone que tienen que ser vanguardia en su restitución moral.

La respuesta para una pregunta que incluye en las premisas la comparación entre Carles Puigdemont y los exiliados republicanos es que no son comparables, ni iguales ni equiparables. No solo no son lo mismo, sino que representan valores antagónicos. Quienes tuvieron que huir tras la guerra son símbolo de la solidaridad y la cooperación entre iguales, la defensa de la legalidad frente a la barbarie contra el egoísmo y el uso del poder para atentar contra los derechos de las minorías que representa Puigdemont. Hemos gastado muchas horas esta semana hablando del exilio sin atender a la necesidad de expulsar de nuestro país la desvergüenza.

Pablo Iglesias no se equivocó, porque es consciente de que su respuesta iba dirigida a facilitar el encuentro y las alianzas con unos nacionalistas que necesita cerca para ampliar su correlación de fuerzas en el futuro. Pero no puede perturbar la identidad de quienes son sus votantes y de la cultura política de la izquierda que él representa en el Congreso. Sabe de sobra que Puigdemont y los exiliados republicanos son antagónicos, por eso es aún peor que un simple error que se solucione disculpándose, porque es fruto de un cálculo interesado.

Y no, no es relevante para evitar una disculpa sincera con aquellos que se han sentido dolidos por esa comparación la utilización bochornosa de Inés Arrimadas de la memoria de quienes insultan constantemente el dolor sincero de familiares y memorialistas. Bastaba con disculparse sinceramente con los suyos y pasar la factura al día siguiente a los aprovechados. Una oportunidad perdida para marcar diferencias con los amorales.

El exilio puede justificarse con la RAE, que no es más que una autojustificación de recorrido corto. Pero no dejará de ser una indecencia absoluta comparar la situación de un megalómano privilegiado como Carles Puigdemont con personas como María Teresa León o Antonio Machado. En el exilio puede haber personas de baja estofa o criminales, miserables o genocidas. La mitificación del concepto exiliado es una romantización extemporánea que no se ajusta a la realidad. Puigdemont puede ser un exiliado o sentirse como tal, es completamente irrelevante. Exiliado estuvo Idi Amin en Arabia Saudí, exiliado estuvo Alfredo Stroessner en Brasil o Anastasio Somoza en EEUU y tampoco son comparables a Puigdemont, ni a los republicanos.

Todos exiliados, todos diferentes. La diferencia entre un fugado y un exiliado está en la subjetividad del que observa al personaje. No importa lo que Puigdemont se considere a sí mismo, importa lo que ha hecho para verse en su situación. Y su posición política es lo antagónico a lo referencial para un corpus ideológico de izquierdas. Puigdemont se vio a sí mismo como un iluminado que jugó con la integridad física de los ciudadanos para un proyecto nacionalista esencialista y huyó para no asumir las consecuencias de una actuación antidemocrática de maniático que posaba con las resoluciones que le advertían de su proceder ilegal.

Pero lo más indignante e indecente es la postura de aquellos que han pisoteado de forma habitual la memoria de los exiliados republicanos para intentar subirse a un carro al que han puesto piedras cada vez que ha intentado avanzar. Inés Arrimadas y Ciudadanos representan la posición moral despreciable de quien vandaliza a golpes el homenaje a un exiliado republicano acobardado por sus alianzas con los fascistas y ahora se quiere convertir en paladín del recuerdo de aquellos a los que humillan y maltratan. Ni estarán a pie de fosa, porque no tienen vergüenza, ni tendrán arrestos para acercarse a un homenaje a los exiliados republicanos, porque allí no se acoge a los aliados de los victimarios.

El amargor de León Felipe ha vuelto a nuestras salivas al probar cómo la indignidad de Arrimadas ha querido hacer fortuna con las astillas de lo que quebró el hacha de lo que representa. No dejaremos que se sequen las lágrimas del dolor del poeta, porque fueron vencidos y expulsados, pero no doblados ni jamás olvidados. No vamos a permitir que sean manoseados por los mercaderes de la palabra. La memoria de los republicanos represaliados seguirá siendo el pilar fundamental de la acción colectiva de la izquierda de este país y vanguardia para la consecución de una memoria democrática antifascista. Ni intrusos ni parásitos son bien recibidos y Arrimadas es lo peor de ambos ejemplos. Ni la quieren, ni la necesitan.

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