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El huevo de Colón

Miguel Roig

A su paso por Madrid, además de cuestionar la creencia oficial de que la riqueza de unos pocos nos beneficia a todos, tema de su último libro, el profesor Zygmunt Bauman también puso en tela de juicio la opacidad de las estadísticas. Como no le falta sentido del humor, soltó el chiste que dice que si mi vecino se come dos pollos a la semana y yo uno, el promedio estadístico indica que cada uno de nosotros nos comemos un pollo y medio.

Esto lleva a una lectura aún más cruenta de las profundas diferencias que delatan las cifras en nuestros días. El abismo que separa hoy a los ricos de los pobres es insondable. Sin embargo la contestación social y el poco apego a manifestaciones críticas del sector medio, el actor invitado en el rol de víctima en este nuevo capítulo de la Gran Crisis, llevan a pensar que alguna oportunidad o salida individual ven los ciudadanos en este río revuelto.

Para no perder el humor –aún no lo han reformado– hay otro chiste con aves que ilustra esta situación. Lo contaba Woody Allen en Annie Hall a propósito de las relaciones humanas. Un hombre va a ver al psiquiatra y le explica que su hermano no quiere salir de la casa y se pasa el día cacareando porque cree que es una gallina. El médico le dice que hay que ingresarlo en el hospital. Esto no es posible, grita el hombre, ¡yo necesito los huevos!

¿Qué huevos son aquellos que necesita buena parte del cuerpo social que no se puede desprender del animal que le martiriza?

Puede que la competencia –malformación de lo competente: útil, idóneo, profesional–, como eje de las relaciones sociales, haya calado y sirva como incentivo detrás de ese intangible económico que se promueve bajo el nombre de emprendedor.

El escritor J.M. Coetzee no acepta que el mundo se haya dividido en economías competitivas. Así como el teórico militar prusiano Karl von Clausewitz sostenía que la guerra es la continuación de la política por otros medios, Coetzee afirma que la competencia es un sustituto sublimado de la guerra: “Si queremos la guerra, podemos elegir la guerra; pero si queremos la paz, también podemos elegir la paz. Si deseamos la rivalidad, elegiremos la rivalidad. Sin embargo, en vez de ello podemos elegir la colaboración amistosa”, escribe Coetzee. Puede sonar naif pero no por ello deja de ser razonable.

No es para nada naif y si totalmente ausente de razón social la pérdida de empleo real que ha ocasionado la reforma laboral, bajando los salarios hasta un 10%, facilitando el despido y favoreciendo el empleo parcial.

Estas medidas hacen el mercado laboral más competitivo. La competencia en este caso favorece la acumulación de beneficios, la creación de riqueza. Un caso, por ejemplo, el de Coca-Cola, que con el cierre de cuatro plantas embotelladoras espera ahorrar unos 27 millones de euros, es decir, incrementar con ese monto sus beneficios. El perjuicio corre a cuenta del cuerpo social con una serie de despidos bajo un ERE que compromete a unos 1.250 trabajadores.

Cuando se desregula al sector financiero los bancos se convierten en los protagonistas del relato actual; protagonistas y autores. Cuando se desregula el mercado de trabajo, los trabajadores pasan a ser no ya actores secundarios, sino figurantes cuyo nombre no aparece en el reparto. Es que no cuentan a la hora del reparto.

La figura del emprendedor opera sobre el amor propio: no importa lo que han hecho contigo, importa lo que tú seas capaz de hacer con ello. Es falaz, claro; pero nadie, en primera instancia, quiere resignar su mundo aunque sea el mundo mismo el que se derrumba.

Poco a poco, según se ahonde la brecha y se empiece a comprender que este no es un acto con figurantes sino una larga obra dramática con final incierto, el mito del emprendedor, como ocurrió con el del crédito eterno, se erosionará y la pregunta es si para entonces seremos capaces de articular salidas consensuadas o se recurrirá a la política por otros medios.

Mientras tanto, fuera del espacio laboral, hay síntomas que merece la pena observar. Lo ocurrido en Gamonal es muy interesante, ya que se trata de un territorio conservador y nadie esperaba semejante organización y voluntad en un conflicto vecinal. Otra actitud a tener en cuenta es la decisión de muchas mujeres en distintas ciudades en España a inscribir su cuerpo en el Registro de la Propiedad. No es un mero acto simbólico: puede ser un gesto desestabilizador que responde al sistema con su misma esencia: la propiedad es inviolable. ¿Si el país deviene en marca por qué un cuerpo no puede mudar en propiedad? Es posible que al igual que ha sucedido con los escraches, los servicios jurídicos del Gobierno se desvivan para poner trabas a la acción. Puede que como en aquel caso también fracasen.

Al final, como en el chiste de Woody Allen tal vez los huevos sean necesarios. Para demostrar que se puede, como hizo Colón con el suyo.

Ya tenemos un par. El de Gamonal y el de las mujeres.

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