Pedro Sánchez tiene que resistir el vendaval
Pedro Sánchez ha hecho una concesión a los partidos independentistas. Sí, Pedro Sánchez quiere evitar que éstos le tumben sus presupuestos. ¿Y qué? ¿Dónde está la traición –¿la traición a quién? ¿a Pablo Casado?– ¿dónde está el pecado? El absurdo discurso moralista que manda en la escena política española ha presentado la iniciativa socialista de nombrar un “relator” como una barbaridad. Y no lo es para nada. Es simplemente un movimiento político. No sólo legítimo, sino también lógico, dada la difícil situación en que se encuentra el gobierno. Y que en un país normal sólo sería valorado a la luz de los efectos políticos que produce.
Aquí no. Aquí no hay racionalidad ni sosiego, aquí no se analizan los hechos políticos tal y como son y lo que significan. Aquí dominan la intolerancia y el sectarismo. Y los “principios”. No los constitucionales, sino los que quiere imponer una derecha que ha reverdecido sin complejos sus orígenes franquistas y que se aleja a marchas forzadas de los valores, de las normas y de los usos de la democracia.
El PP, y los medios que lo secundan o lo toleran acríticamente, dicen y repiten que Pedro Sánchez está atentando contra la sacrosanta unidad de España, que está en manos de los independentistas. Pablo Casado llama traidor y felón –“cruel, malvado”, dice la Real Academia– y no pasa nada. Amaga con una moción de censura, que ante hechos supuestamente tan graves sería lo consecuente en un sistema parlamentario. Pero como sabe que la perdería, recurre a la calle, a la manifestación en Colón. Para que las teles y el ABC y La Razón abran con banderas españolas y con gritos enfervorizados de “¡Viva España!”
Y Ciudadanos le secunda, porque está atrapado en un oportunismo españolista que puede terminar arruinando su pretendida imagen de partido moderado, de centro-derecha. Y claro está, Vox se suma a la partida, porque no puede hacer otra cosa y porque tal vez sus dirigentes piensen que tampoco pierden nada y que el PP, su gran rival, no va a salir de su marasmo por haber sido el primero en convocar una manifestación.
Sánchez habría traicionado a España por haber aceptado que una figura ajena a los partidos se siente en la mesa de negociación entre Madrid y los independentistas. No por haber prometido dinero bajo manga a Torra o a ERC. No por haberles garantizado que se saltará la separación de poderes, que manipulará a la justicia para que los acusados del procés salgan de rositas. No. Sólo porque ha aceptado que un “relator” participe en la negociación.
Decenas de supuestos analistas se esfuerzan en las últimas horas en demostrar la gravedad de esa iniciativa. Pero ninguno de sus argumentos va más allá de la retórica.
Es cierto que los independentistas vienen exigiendo desde hace tiempo que un mediador –hasta hace poco decían que tenía que ser internacional, últimamente ni eso– participara en las conversaciones. Eso debería confirmar que el gobierno de Madrid aceptaba que el conflicto catalán excede los márgenes de las relaciones entre administraciones.
Para evitar que ese hierro quemara demasiado, la ministra Calvo se ha sacado de la manga el término “relator”, que no es precisamente un gran hallazgo semántico. Pero a la postre ha aceptado esa figura.
¿Tan terrible es la cosa? ¿Qué consecuencias puede provocar? ¿Alguien se cree que la presencia de ese personaje va a alterar algo el contenido y la marcha de los debates? Es simplemente un símbolo, seguramente inocuo, de que Sánchez está dispuesto a ceder algo para que los independentistas no rompan y le obliguen a convocar elecciones generales a corto plazo.
Eso no es un crimen de lesa patria. Es simplemente un movimiento político que puede que incluso no produzca resultados. Pero es que, además, ¿alguien, dándole al menos una vuelta al asunto, cree que el conflicto catalán, dramático por donde se mire, se puede paliar algo o puede entrar en una vía de “conllevancia”, en la que ha estado décadas desde 1977, sin dialogar con el independentismo en un marco en el que ese mundo no se sienta humillado?
Casado y Rivera niegan cualquier posibilidad de acercamiento. Según ellos, al independentismo sólo puede combatírsele sin cuartel. Sin diálogo ni concesión alguna. ¿Qué harán entonces si algún día llegan al poder? ¿Aplicarán un 155 durísimo que sólo reforzará el resistencialismo independentista? ¿Alguien ha escuchado alguna otra idea de boca de los dirigentes del PP y de Ciudadanos? ¿Algún medio de comunicación de los que crean opinión y que son actores decisivos de la irracional deriva anticatalanista les ha pedido alguna vez concreciones en esa línea?
La situación es inquietante. Porque la derecha ha tirado por el camino de en medio y no se sabe dónde puede terminar eso. Acudiendo a la movilización en la calle, da la espalda al parlamento, a la política democrática. Lo hace por sus “principios”, pero también y, sobre todo, para ahogar a Pedro Sánchez, para que se vaya de La Moncloa, adonde según el PP –que sigue respirando por la herida– llegó ilegítimamente, porque contó con los votos de los separatistas, los amigos de ETA y los “comunistas bolivarianos”.
Eso es lo que dice y repite Casado. Pero, ¿por qué ningún medio ilustre le recuerda que los congresistas de Podemos, Esquerra, el PDeCAT y Bildu están en Las Cortes porque así lo han decidido millones de ciudadanos que son tan formalmente españoles como los que votan al PP?
Hay muchas preguntas que surgen del tenso ambiente de estos momentos. Pero tal vez la más decisiva a efectos políticos inmediatos es si Esquerra y el PDeCAT van a mantener su postura de tumbar los presupuestos de Pedro Sánchez tras haber visto hasta dónde está dispuesta a llegar la derecha. O si, por el contrario, prefieren que el gobierno socialista siga algunos meses más. Lo sabremos en menos de una semana.